Dicen que un mago nunca desvela sus secretos. Sin embargo, David Silva nos mostró todos sus trucos sobre el tapete. No han sido pocos. Puro espectáculo de ilusionismo entre líneas y escapismo ante la presión. El mago de Arguineguín, con su zurda talentosa, encontraba aquella carta que todos habían imaginado y que nadie sabía cómo la adivinaba. Así, servía pases en el terreno de juego, precisos e insospechados; porque el canario tenía una lectura de juego envidiable para conectar con el movimiento de sus compañeros. Se escabullía como un pañuelo que desaparece con travieso engaño, dominaba el tempo que exigía el juego .
La carrera de David Silva es un recorrido que acumula metales, en el cual se ha adaptado a pizarras bien diversas. La exigencia de la Premier League no fue una quimera para un jugador que despuntaba técnicamente. Fue importante en todos los lugares donde sacó su chistera con finura. Lo hacía sin ruido, sin parafernalia, sin un elogio exagerado. Recibir, orientarse y dar continuidad, un hábito integrado, una norma vital, un aspecto básico de su manual de instrucciones.
Aquel chaval de ojos achinados que encontró un confidente en el cuero para destapar toda su creatividad, se ha hecho mayor. El tiempo pasa inexorablemente hasta para aquellos que poseen la habilidad de lo extraordinario. Como un apagón inesperado, una lesión ha anticipado su despedida. Una contradicción con una pasión que todavía brota y que nos ha hecho viajar en el tiempo para recordar la trayectoria de un futbolista que plasmaba su inteligencia en el campo. Las piernas son visibles, la mente es indetectable. Termina una mágica función que todos hemos tenido la gran suerte de disfrutar. Sólo podemos aplaudir.
Imagen de cabecera: Getty Images
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