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Robert Herbin: la esfinge que guió a los verdes

Robert ‘Roby’ Herbin nos dejó el pasado 27 de abril. Marcó la historia del A. S. Saint Étienne cuya ciudad deportiva llevará su nombre. A los treinta y tres años colgó las botas para dirigir a sus ex compañeros. Participaba en los entrenamientos como uno más. Su rizada melena pelirroja destacaba entre todos ellos. Un técnico joven, al estilo de los primitivos designados por los comités.

A pesar de que por su impasibilidad Jean-Michel Larqué decía que no podían saber si estaba triste o contento, y de ahí su apodo de esfinge, su relación era cercana y amable con ellos, era uno más del once. Jean-François Larios, tras su fallecimiento, ha dicho que él tuvo tres padres: el biológico, su capitán Larqué y Roby. Llegó al club con diecisiete años y él le hizo debutar como extremo izquierdo.

Un 3 de junio de 1975, en el minuto 78 del encuentro ante el Troyes, salió a disparar un penalti. El gol número 99 con la camiseta verde, el quinto tanto de aquella victoria, marcado por el entrenador-jugador. A Herbin le preocupaba el juego y la preparación. Estar en el banquillo no le hizo cambiar su forma de pensar: sus clases a los jugadores duraban cinco minutos, lo importante era la hora y media en el campo.

El equipo nació en 1919 en la ciudad de la cuenca hullera de Stéphanie. Comenzó llevando el verde porque era el color de los trabajadores de los supermercados del empresario que lo fundó. Pero poco a poco se convertió en el color de la esperanza de que el nombre de Francia resonase en Europa, portando las rayas de su bandera en el cuello y las mangas. Color que, según se cuenta, los aficionados de su rival del derbi del Ródano, el Olympique de Lyon, nunca visten.

Con su chándal dirigió la sesión de calentamiento antes de la final de la Copa de Europa del 12 de mayo de 1976, ante el Bayern de Múnich en Hampden Park. El gran equipo alemán venía de ganar dos veces seguidas la Copa de Europa. En Francia solo el Stade de Reims, que había disputados las finales de la primera y cuarta edición donde perdió ante el Real Madrid, había llegado tan lejos. 

Lo cierto es que los Stéphanois jugaron muy bien aquel partido. Ćurković, Piazza, Hervé Revilli, Larqué, o Bathenay enorgullecieron a los veinticinco mil franceses que visitaron Glasgow, multiplicando por cinco la presencia alemana. Un partido también señalado en la historia porque una amenaza de bomba de la Baader-Meinhof, tras el suicidio de su líder, hizo que hubiera refuerzos en la seguridad.

El gran despliegue lo vimos por parte del equipo dirigido por Herbin. Llegaron a asediar la portería de Sepp Maier, la defensa del conjunto bávaro intentaba frenar a aquellos valientes. Beckenbauer recuperaba balones y les hacía frente con su excelso juego, un duelo de altura contra los jugadores vestidos de luminoso verde. Aquel Bayern era un equipo campeón y la suerte les acompañó. Suerte, los palos planos, y un excelso tiro de falta ejecutado por Franz Roth que supuso el 1-0 del resultado final.

Pero el orgullo francés no cayó derrotado. Aquel equipo fue recibido por el presidente del país y tuvieron una acogida multitudinaria, un desfile en coches entre vítores y aplausos en los Campos Elíseos. Herbin regresaba a su ciudad natal como un héroe. Había conseguido que una derrota fuera recordada como una victoria.

Allez les verts, la canción compuesta por Jacques Bulostin ‘Monty’, continuó sonando en los corazones de los seguidores del conjunto de Ródano-Alpes y se convirtió en su himno. La llegada de un joven Platini y el internacional de la Oranje Johnny Rep – al que años después dedicó una canción Mickey 3D, por convertirse en emblema del equipo como Larqué o Rocheteau – vaticinaban más éxitos. Pero todo acabó con su presidente investigado y Herbin abandonó, como algunos de aquellos jugadores, el equipo.

El idilio con el Saint-Étienne acabó con la esfinge enterrada por la arena del desierto para muchos cuando el Lyon le contrató. Pero como en algunas relaciones de amor, aquella aventura fue perdonada. Marchó a Arabia Saudí, en el Al-Nassr estuvo solo una temporada, antes de regresar a su patria al Estrasburgo, y finalmente volver del 1987 al 90 a su club verde. Terminó su carrera en el Red Star cinco años más tarde. El adiós al fútbol y a la vida pública.

Sus últimos días los pasó en casa rodeado de sus perros y con su música, que tanto le gustaba. Una conexión siempre presente con el equipo. Hasta el grupo británico homónimo le debe su nombre al conjunto del Ródano. Su imagen como jugador, todavía con el cabello corto, quedó grabada en la mente del aficionado francés. Alzando la Copa de Francia o llevado a hombros como internacional en un partido contra Bulgaria en el 63.

Ganó, como entrenador y jugador, quince títulos nacionales y seis copas de Francia con el club. El equipo descendió con él en el campo en sus primeros años, y a la temporada siguiente al ascenso ganaban la liga. Diez trofeos nacionales que les permitieron portar en su camiseta una estrella. A pocos kilómetros de la ciudad se pueden visitar las obras arquitectónicas de Le Corbusier, pero el arquitecto de los sueños verdes fue Herbin. Una estatua frente al estadio Geoffroy-Guichard hará que su legado nunca se olvide.

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