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50%

El bueno de Roger Sterling, hombre rico y atractivo en la celebérrima serie de Mad Men, aseguraba que “había que tener cuidado con lo que se deseaba porque tus ambiciones podían acabar cumpliéndose. Y luego la gente iba a tener celos”. El Manchester City estuvo suspirando media temporada por el primer puesto hasta los pinchazos del Liverpool, cuando se preguntaba Jurgen Klopp que a quién demonios le interesaba ser líder en marzo. Quizás al City, e incluso al Tranmere Rovers. Y puede que al Liverpool.  Sin embargo, cuando el Leicester se plantó en el Etihad Stadium a falta de dos jornadas, el conjunto de Pep Guardiola temblaba. Sin poder mediar tres pases que pudieran romper líneas, abrir espacios o sorprender a la espalda de la zaga del conjunto de Brendan Rodgers, a los cityzens se le atragantaba la sopa. Y no se podía hacer la maniobra de Heimlich.

Los foxes quisieron demostrar lo que le aguarda a su gente para el próximo curso, como si esto fuera un tráiler. Este es un equipo que quiere tener el balón, bien plantado, a sabiendas que los futbolistas que tiene en sus filas no están para que los subestimen. Rodgers planteó un 4-3-3 con el que se refugiaba atrás y en el que labraban Ndidi y Hamza Choudhury en la sala de máquinas. Fue especialmente destacable lo de este último; que tuvo que tapar en todo momento a un Bernardo Silva fuera de sí. Al portugués no le quebró la voz, no tembló y encaró en todo momento a su par, pero el inglés se puso el disfraz de su sombra una y otra vez. Youri Tielemans tuvo mucha más altura, más centrado, porque Marc Albrighton equilibraba las internadas de James Maddison -simplemente brillante-pisando la línea de fondo. Al ex del Norwich no le importan los achiques de dos y tres para uno con los que siempre se ha obsesionado Guardiola: él salió una y otra vez de cada envite con el balón en sus botas y dando pie a contraataques bien trenzados de su conjunto.

El City, por su parte, tras no volverse loco en los primeros minutos dejando que los visitantes amasaran la pelota, trató de agarrar el partido con todas sus fuerzas. En estos choques el factor emocional, a base de codazos, toma todo el protagonismo. A los jugadores les cuesta pensar, correr, pasar y chutar, por no nombrar todos los verbos de la jerga del balompié. David Siva o Kun Agüero estuvieron expuestos a ello, errando en situaciones en las que normalmente demuestran que son elegidos desde que estuvieran en el limbo. Guardiola, con 35 minutos por jugar, no pudo aguantar y deshizo el 4-3-3 que dispuso, con Phil Foden como interior derecho. El City, con la entrada de Leroy Sané por el canterano, se volcó con dos puntas y con un centro del campo ultraofensivo, sin labores defensivas en las que pensar. Silva y Gundogan flanqueaban a Bernardo Silva y a Sané, con el portugués siempre rompiendo a Ben Chilwell. Eso no lo quería cambiar Guardiola. Y por ello hizo trizas su planteamiento inicial. 

Y cuando se le había caído media melena a la mitad azul de Manchester apareció Vincent Kompany. Como el que busca trabajo sin confiar en Linkedin, Infojobs o Twitter, tumbado en el sofá. Sin moverse de casa. No fue la noche en la que salvaron la papeleta los de siempre, como debía estar escrito. Fue el belga, el capitán, el que la puso en la escuadra para seguir burlándose del que sepa de fútbol. Con una zaga impenetrable durante todo el partido se necesitaba algo especial. Y fue Kompany el que le dio el 50% de la Premier League al conjunto que defiende desde adolescente, mostrando que las series no suelen ser tan ficticias o ilusorias como la realidad. ¿A quién se le iba ocurrir esto?

Martorell (Barcelona), 1996. Periodista freelance. Amante del fútbol y loco por la Premier League. En mis ratos libres intento practicarlo.

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