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Queralt Castellet: Sueños gélidos

España es un país sin hielo. En 1850 había 52 glaciares en los Pirineos y en 2020 solo quedaban 19, derretidos por las altas temperaturas en las cumbres de alta montaña (han subido el doble que la media global de la Tierra). Todo indica a que no quedará ninguno para 2050. Incluso cuando la península ibérica experimentó durante 700 años (1300-1850) una pequeña Edad de Hielo, el tiempo era tan variable que se alternaban olas de frío extremas con condiciones cálidas. Muy lejos queda la última glaciación, la de Würm (finalizó en el 10.000 a.C.), en la que hasta se podían ver icebergs cruzando el estrecho de Gibraltar.

Su ubicación, al suroeste de Europa, y la proximidad con el mar Mediterráneo hacen posible un clima de altas temperaturas en verano y moderadas en invierno en casi todo el país. Las olas de calor se acentúan cada año, alcanzando registros históricos sobre todo en el sur. En definitiva: España, pese a ser uno de los países más montañosos de Europa (con una altitud media superior a Rusia, Francia, Italia, Noruega y Alemania, según la Universidad Estatal de Portland) es conocido en el mundo entero por el sol, la playa y la cerveza fría en la terracita. Es por ello uno de los destinos turísticos más importantes del continente, con numerosos puntos de la península entre los más visitados, además de los dos archipiélagos, Baleares y Canarias.

La nieve perenne en nuestro país es prácticamente residual, el esquí apenas puede practicarse durante 2-3 meses al año y la mayoría de las estaciones cuentan con nieve artificial. En ese contexto, el de un país cuya naturaleza apenas facilita la práctica masiva de deportes de invierno, una mujer soñaba con ganar una medalla olímpica. Lo soñó toda su vida, estaba convencida de que podía conseguirlo, aunque la gente la miraba con incredulidad cuando les decía, con apenas 14 años, que aspiraba a estar en el top-mundial en snowboard. Esa niña se llamaba Queralt Castellet.

Para conseguirlo, no bastaba con entrenar en los Pirineos, donde entró en contacto por primera vez con una tabla de snowboard, el deporte que practicaban sus padres y su hermano. La familia Castellet fue una de las primeras en comprarse una tabla (años antes estaba prohibido entrar con ella a las pistas al considerarse algo peligroso) y de vez en cuando hacían escapadas desde Sabadell. A Queralt le encantaba aquello de hacer piruetas (antes hacía gimnasia artística), así que en cuanto vio que se le daba bien la modalidad del Halfpipe y que su gran nivel le sirvió para disputar unos Juegos Olímpicos con apenas 16 añitos, no se lo pensó dos veces.Para entonces ya se había enamorado del deporte y se disponía a competir contra aquellas a las que idolatraba y que adornaban su habitación a base de posters.

En Turín, Queralt abrió los ojos. Se dio cuenta de los medios que disponían las demás ‘riders’ y que nunca podría acercarse a ellas si se quedaba en España (el país sin hielo) y en los Pirineos, las montañas cuyas pistas no disponían del mediotubo. Si ya era un milagro formar parte de unos Juegos Olímpicos, subir al podio era una utopía absoluta. Pero la catalana es el mayor ejemplo de que si se persigue un sueño con mucha fuerza y pasión, se puede conseguir. Vaya que sí.

Porque Queralt salió del confortable calor familiar y se dispuso a vivir como una nómada. Estados Unidos, Nueva Zelanda, Suiza… siempre buscando el invierno y el mediotubo. Sus primeros éxitos internacionales supusieron el principio de una carrera de la que parecía que podría vivir. A partir de entonces llegaron los patrocinadores, con RedBull a la cabeza, y la ayuda de las federaciones. El título de subcampeona del mundo en 2015 fue su mayor logro hasta el pasado mes de febrero, cuando participó en sus quintos Juegos, la competición que más le ilusionaba y en la que todavía no había conseguido subir al podio. Un séptimo puesto en Pyeongchang 2018, con diploma incluido, era hasta la fecha su mayor botín.

Pero a Pekín, Queralt llegó más que preparada y hasta con vitola de favorita a medalla. Su éxito en la Copa del mundo y en los prestigiosos X-Games provocó altas expectativas para la de Sabadell, que además ejerció de abanderada española junto a Ander Mirambell en la ceremonia inaugural. Esta vez, ni los nervios, ni la presión, ni la polémica nota de los jueces en la primera manga mermó sus capacidades. En su segunda oportunidad, Castellet no falló y firmó su mejor actuación, solo superada por la imbatible Chloe Kim, para conquistar una medalla de plata que supo a oro.

Para conseguir ese metal, Queralt necesitó 16 años de esfuerzos titánicos, de estar lejos de su familia, de luchar contra la adversidad y sus propios demonios (en 2015 perdió a su entrenador y pareja sentimental, Ben Jolly). Ganó una medalla olímpica en snowboard representando a un país sin instalaciones para practicar halfpipe, donde apenas 200 personas tienen licencia para practicar este deporte, en cualquiera de sus modalidades. Hoy, la Queralt Castellet de 32 años puede mirar a la quinceañera y decirle que sí, que aquellos sueños gélidos que nadie podía creer se van a hacer realidad. Basta con ir tras ellos.

Contenido patrocinado por Iberdrola

Alicante, 1991. Mi madre siempre me decía: "No sé por qué lloras por el fútbol, sino te da de comer". Desde entonces lucho por ser periodista deportivo, para vivir de mis pasiones (y llevarle un poco la contraria).

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