Como si el Masters de Madrid se llamase el ‘Santana Open’
(ahora sería ‘Feliciano Open’) o como si el Tour de Francia fuera ‘La vuelta de
Prudhomme’, desde todos los estamentos se ha conseguido que la Copa Davis,
a partir de ahora, sea conocida como la Copa de Piqué. Y es que las
garras del fútbol son tan alargadas como la celebridad del central del
Barcelona. Su labor como presidente de Kosmos, la empresa organizadora del
torneo en Madrid, le ha tachado ya para muchos años como dueño de la Davis, por
mucho que él haya querido huir públicamente del calificativo: “Odio que lo
llamen la Copa Davis de Piqué”.
El formato necesitaba un cambio. Cierto es que en los
últimos años, la Copa Davis había perdido algo de lustre, algo de esa
magia que le caracterizaba y que los parones en mitad de temporada para
ir a jugar eliminatorias de un solo fin de semana trastocaban los planes de los
jugadores que, quizás en época de tierra batida, veían cómo habían de viajar a
miles de kilómetros a jugar en pista rápida por deseo expreso de su rival.
Así, lo que se ha hecho ha sido directamente disputar un Mundial.
Una fase eliminatoria que se solventó a principios de año y unas fases finales
que acaban de terminar en un torneo exprés en siete días agónicos para
quien ha llegado a la final. Nadal, que ha jugado todos los puntos individuales
y también algún dobles, ha disputado ocho partidos en seis días, cuando en un
Grand Slam suele hacer siete en dos semanas y en un Master 1000 juega cinco
partidos en seis días.
Si añadimos, además, que la Final se juega justo al
término de la temporada, tras las ATP Finals, nos encontramos con muchos
tenistas que han llegado muy justitos de forma al que posiblemente es el
evento más exigente del año y otras raquetas Top que han decidido no
acudir, casos de Zverev y Medvedev. Federer, pese a que Suiza no estaba
clasificada, también había mostrado su descontento con el nuevo formato.
El calendario ha ido ajustado al máximo. Demasiados
partidos para jugar en una semana en solo tres estadios, con días en los
que se disputaban hasta seis partidos en una misma pista, con descansos
alterados en función de si un jugador que acababa de jugar un individual
iba a disputar el dobles, con cambios sobre la marcha adelantando de un día
para otro la hora de inicio de los turnos y reduciendo el intervalo de descanso
para intentar subsanar el terminar a una hora de vampiros.
Estados Unidos e Italia acabaron su cruce pasadas las 4 de la mañana, lo que implica que rueda de prensa, ducha y recuperación posterior, lleve a los jugadores al hotel directamente al desayuno. Rafa Nadal ya se quejó de ello. “El viernes llegué a mi habitación a las 4 de la mañana”. Pero el miércoles y el jueves a las 3, el sábado otra vez a las 4…
Ni qué decir del emplazamiento del torneo (el mismo que en el Mutua Madrid Open), con periodistas asaltados a la salida de su turno de trabajo por las bandas que acampan a sus anchas por la zona desde que el sol se pone. El problema, ojo, no es que los turistas que van a ver a su equipo sufran robos o que los reporteros teman por sus pertenencias en solo esa semana, sino que el barrio elegido para la disputa de tan prestigioso torneo sea ciudad sin ley durante todo el año.
A favor del torneo está su emoción. Acortando los
enfrentamientos de cinco puntos a tres, aseguras que el margen de error sea
mínimo, que cada partido tenga algo en juego y que casi cada set cuente.
De hecho, salvo la final, solo otro cruce se saldó con un 2-0 inicial que hizo
innecesario el resultado del tercer partido. Pero son muchos cruces para
jugar en siete días.
En contra del torneo, sin duda, la afición, el ambiente
festivo que acostumbraba a acompañar la Copa Davis ha desaparecido. Esa
magia de ir a una eliminatoria a campo hostil por simple sorteo, pero en el que
sabías la afición, aunque te fuera en contra, iba a responder.
Puede que lo veamos con el mejor prisma posible,
porque se ha celebrado en Madrid, hemos puesto el ojo en España, y nuestra
selección ha ganado. La realidad es que el torneo no ha enganchado del todo
ni a la afición anfitriona. Apenas hemos podido ver una centena de hinchas
de cada país acercarse a ver a su selección y la española ha respondido solo
cuando ha jugado Rafael Nadal en su compromiso individual.
No invita mucho estar un jueves hasta las 3 de la mañana
viendo un partido de dobles entre Croacia y España, cierto es, pero el viernes
a las 6 de la tarde el Pablo Carreño-Guido Pellafue seguido por poco
más de la mitad de una pista central que se abarrotó cuando Nadal entró en
acción tres horas después y se volvió a vaciar cuando el punto definitivo del
dobles entre España y Argentina (en el que también estaba el número 1 del
Mundo) ya había pasado de la hora de juego.
La realidad es que los otros dos estadios donde se ha
disputado el torneo, con capacidad para 3.500 y 2.500 espectadores, tampoco se
han llenado cuando se han medido las otras 17 selecciones en batalla. Ni
siquiera hinchadas como la argentina o la croata, siempre tan fieles, han
logrado llevar a más de 200 aficiones a las gradas. Ya avisó Zverev,
alemán, que no compartía la idea del nuevo formato porque se iba a matar el
ambiente y más o menos así ha sido. “Han primado el dinero sobre la
tradición”.
Si lo que se busca es hacer una sede fija, como en un
Mundial de Fútbol o en una Eurocopa, haciendo que la afición anfitriona se
empape también del tenis al que no apoya, la realidad es que está lejos.
Curiosamente, la Eurocopa ha tomado el camino contrario, pues la próxima se
jugará repartida en sedes por todo el continente y no en un solo único país.
El formato gana interés y emoción para verlo desde casa.
Pierde mucho punch para esas aficiones extranjeras. El torneo es una
manta corta. Gana en muchos aspectos, pierde en otros tantos. Si ni siquiera en
cuartos de final o en semifinales donde estaba España presente el graderío
estaba abarrotado, ¿qué habría pasado si la final hubiera sido Rusia-Canadá,
por ejemplo, que fue una semifinal que no llenó ni una cuarta parte de la pista
central? Lo de los horarios tiene solución. Atraer al aficionado neutro es
más complejo. Las próximas ediciones dictarán sentencia definitiva.