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Motociclismo

Maverick Viñales, nuestra última víctima

Uno de los mayores enemigos de la felicidad humana reside en la rutina. En mayor o menor medida, todos necesitamos nuevas motivaciones con cierta frecuencia y renegamos de aquello que tenemos asegurado, por muy valioso que sea en el día a día. Es más, de hecho acostumbramos a valorar lo rutinario únicamente cuando ya no podemos disfrutarlo.

El reflejo de esta condición que es inherente a todo ser humano es ese niño que no quiere jugar con la pelota, pero que llora por no tenerla cuando empieza a botarla su hermano pequeño; o ese coche viejo, herencia familiar, que deseas enviar al desguace porque consume demasiado, no tiene bluetooth para escuchar a tu grupo favorito y más golpes que el poste de la portería del jardín de Cristiano Ronaldo, pero cuyo olor a ambientador desgastado por el sol echas de menos cuando compras uno nuevo; o esa persona a la que no valoras, no prestas atención como antes y con la que piensas que la llama del amor se ha apagado, pero cuya ausencia no dejas de llorar durante meses.

Esta tendencia es aplicable al deporte, donde buscamos derrocar viejos campeones cuyas caras nos aburren cada año en las portadas, y elevamos al olimpo a cada chico o chica joven que despunta de forma precoz, en ocasiones, exigiéndole una presión desmesurada para su edad y lastrando buena parte de su carrera. Afortunadamente, cada día es menos tabú la necesidad de ayuda psicológica en el deportista de alto rendimiento y el apoyo profesional. Esta injusta manía suele pagarse, precisamente, con aquellos de quienes más esperamos, y nuestra última víctima es Maverick Viñales.

La carrera de Maverick atisbó un campeón mundial desde su año rookie. Todavía en la extinta categoría de 125cc, en su primera temporada, fue tercero en el campeonato y ganó cuatro carreras. En su segunda campaña, partiendo como uno de los grandes favoritos, repitió esa medalla de bronce y en 2013 se proclamó Campeón del Mundo de Moto3. En el salto a la categoría intermedia no necesitó del típico periodo de aprendizaje a una nueva moto y fue competitivo desde la primera cita. De hecho, en la segunda prueba del mundial, en Austin, logró su primera victoria en Moto2. No pudo lograr el título, puesto que Tito Rabat dominó ese año de principio a fin, pero le sirvió para que Suzuki apostase por él y dar el salto a la categoría reina.

En sus dos temporadas en Suzuki, 2015 y 2016, hizo un gran trabajo de desarrollo de la marca y fue uno de los culpables, junto con Aleix Espargaró, y posteriormente Rins y Joan Mir, de que se haya podido convertir en una moto ganadora. El rendimiento de Maverick a lomos de la Suzuki, especialmente en 2016, donde logró ganar una carrera y subir varias veces al cajón, superó las expectativas y Yamaha apostó por él como el hombre llamado a poner punto y final a la tiranía de Márquez desde que llegó a MotoGP.

Maverick Viñales en su Yamaha – ImagoImages

En 2017, su primer curso en Yamaha, comenzó ganando las dos primeras carreras del año y parecía que Viñales había adquirido ese punto de madurez y constancia necesarios para conquistar un campeonato, puesto que la velocidad ya la tenía. Fue una buena temporada, quedó tercero en el campeonato del mundo, pero no suficiente para imponerse al ‘93’. 2018 y 2019 no fueron ideales para Maverick y, aunque siguió siendo un habitual en los podios y ganando alguna carrera, ya no era la amenaza de Marc que en Yamaha esperaban. Por ello, buscaron competencia y, ante la inminente retirada de un Valentino Rossi demasiado mayor para competir con Márquez, firmaron a Fabio Quartararo como su nueva esperanza.

En 2020, una temporada marcada por la pandemia, la lesión de Márquez que abrió el título más que nunca, y la última campaña del ‘Doctor’ en el equipo de fábrica de Yamaha, Viñales se erigió como la principal alternativa al campeonato. En cambio, Quartararo se adaptó de maravilla a la Yamaha satélite y ganó las dos primeras carreras del año, en Jerez. La irregularidad del francés, del propio Maverick, y la debilidad de Yamaha en las frenadas, los situó por detrás de las Ducati de Morbidelli, que sorprendió a propios y extraños terminando como la primera Yamaha del mundial, y de las Suzuki.

Malos tiempos para Maverick, pero al igual que los aficionados de Barça y Real Madrid cada vez que empieza una nueva campaña, la ilusión estaba por las nubes al comienzo de la temporada 2021, todavía sin público, pero más asentada en la normalidad. Márquez continúa arrastrando su grave lesión, y sufrirá este año, lo que permite soñar al resto con el título. Maverick Viñales ganó la primera carrera del año, en Qatar, y parecía que, por fin, era el piloto maduro y fiable que Yamaha necesita. Pero en las siguientes tres carreras hemos vuelto a ver al Maverick con dudas, problemas y falta de velocidad, mientras Quartararo, ya en el equipo de fábrica, se postula como el primer piloto de Yamaha. Las Ducati aprietan y Morbidelli, con la moto del año pasado, aporrea la puerta con fuerza para recibir las mismas armas que sus compañeros.

Otra vez esa maldita sensación de hartazgo, esa necesidad de nuevas caras y condena a quien no consiguió lo que esperábamos de él, como si fuese sencillo calibrar desde nuestro sofá la facilidad de conseguirlo. Maverick Viñales es nuestra última víctima. El ‘12’ abandonó Twitter por las críticas de quien es tan “valiente” que solo opina ocultando su nombre y su foto, y esperemos que no abandone el campeonato porque, como aquella pareja a la que no valoraste y se fue, lloraremos su pérdida durante meses, quizá años, o quizá para siempre.

Imagen de cabecera: ImagoImages

1994. Tanos, Cantabria. Estudiante de periodismo. @SpheraSports y @FCBsphera “Esa melancolía irremediable que todos sentimos después del amor y al fin del partido”.

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