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Lydia Valentín: Puro fuego

Cuando el otoño comienza a asomarse por El Bierzo, el olor que desprende es inconfundible. No por el frío, las hojas que caen de los árboles o la lluvia. Huele a fuego, a castañas asadas, a las hogueras encendidas para combatir las bajas temperaturas en lo más profundo de León. Así huele en la calle principal de Camponaraya, paso del mítico camino de Santiago por el que transitan miles de peregrinos cada año. Desde septiembre del pasado año, en una de las entradas del pueblo, justo al inicio de esa calle, emerge una escultura formada por pequeñas piezas metálicas con la figura de una leyenda del deporte español nacida en estas tierras. Su nombre, Lydia Valentín Pérez.

A solo seis kilómetros de allí, en Cacabelos, un club llamado ‘A tope’ inició en los años setenta una competición que consistía en levantar latas de sardinas llenas de cemento, unidas por una barra caída de un puente. La halterofilia o levantamiento de pesas existe en España a nivel oficial desde los años cincuenta, con la creación de la Federación, pero siempre ha sido un deporte minoritario, lejos de los focos. Tuvo que ser en El Bierzo, en una escuela de Camponaraya, donde apareciera la niña que iba a conseguir darle todo el protagonismo que nunca tuvo. A los 11 años, Lydia era fuerte y muy activa. Adoraba la educación física, y se apunta a baloncesto, gimnasia… hasta que un día, el entrenador le dijo que probara con la halterofilia.

“¿Halterofilia? Bueno, ¿y por qué no?” Se preguntó Lydia. Y pronto se dio cuenta que lo que a las niñas les costaba una barbaridad, a ella casi nada. Y pese a las reticencias de su madre, que lo veía como un deporte para hombres, Lydia pensó que podía competir al máximo nivel, que podía dar el salto al Centro de Alto Rendimiento de Madrid, y que podía llegar algún día a participar en unos Juegos Olímpicos. Tenía actitud de sobra y las condiciones para ello. Hoy puede decir que es una de las deportistas con mejor palmarés de la historia. Desde 2007 en Estrasburgo, cuando logró el bronce en el Campeonato de Europa (75kg) hasta 2019, cuando logró el subcampeonato mundial en Tailandia, Lydia Valentín ha ganado la espectacular cifra de 19 medallas en grandes torneos, siete de ellas de oro.

Puro fuego dentro y fuera de la pista. El grito antes y después de cada entrenamiento y su forma de gesticular contrasta con la pasividad de sus rivales, incapaces de vivir la competición como lo hace la berciana. Aunque lo ha ganado todo, sus metales más preciados son los de los Juegos, donde cuenta con el triplete completo: oro en Londres 2012, plata en Pekín 2008 y bronce en Río 2016. Las dos primeras, desgraciadamente, las consiguió fuera del podio, en los despachos, por el dopaje de las levantadoras que habían quedado por encima: tres en Pekín y tres en Londres. Aquello le robó protagonismo, imagen, su momento de gloria en lo alto del podio. Las becas, los reconocimientos, las portadas deportivas y los minutos de televisión.

“»Lo que más me molesta es no haber podido subir al podio y que me hubiera visto la gente que pagó por verme: mi familia, los medios, mucha gente que me sigue y que no tuvo ese momento como tampoco lo tuve yo», explicó Valentín en MARCA. Nunca ha ocultado su indignación y ha pedido más mano dura para aquellas que hacen trampa.

Pese a todo, Lydia se ha hecho un hueco entre las estrellas mundiales del deporte español. Incluso en sus últimos años, marcados por las lesiones, se ha destacado como un ejemplo de lucha y referente. A los Juegos de Río llegó mermada por una lesión de espalda que le martirizaba desde 10 meses antes. No acudió al Europeo y las marcas estaban lejos de las habituales. Llegó muy justa, pero llegó al fin y al cabo, y logró subir a un podio olímpico por primera vez en su carrera con un bronce que vale lo mismo o más que las otras dos medallas por el significado.

En peores condiciones llegó a Tokio: sufrió una gastroenteritis antes del Europeo, al que tampoco acudió. Para lograr el billete a sus cuartos Juegos tuvo que viajar a Colombia para pasar un pesaje que no le correspondía, el de 87 kilos. A tierras niponas llegó con problemas de cadera, que le hicieron competir infiltrada, y que le pasaron factura. Aunque logró levantar dos intentos en arrancada y uno en dos tiempos, casi al final de la sesión tuvo que retirarse, muy disgustada. “Me hubiera gustado haber terminado mi carrera deportiva en unos Juegos Olímpicos, en mi categoría de peso y sin todo este lío que ha pasado este último año, con el ciclo olímpico tan bueno que había hecho desde 2017”, aseguró la berciana, que antes del confinamiento seguía logrando grandes resultados en Europeos y Mundiales.

“Queda Lydia para rato”. Fue el mensaje con el que nos quedamos de Lydia, que se encontraba al borde de la retirada y ahora lucha por tener un final digno en una carrera plagada de éxitos. Sueña con estar en París 2024, sus quintos Juegos, y en su peso, donde buscará seguir haciendo historia con su cuarta medalla olímpica. Lo que sí ha conseguido, quizá más valioso que todas sus condecoraciones, es el hecho de que hoy la halterofilia española cuente con una cantera sensacional, inspirada en sus logros. Es el mejor legado de una deportista descomunal que sigue luchando porque la llama de su fuego interior no se apague. No todavía.

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Alicante, 1991. Mi madre siempre me decía: "No sé por qué lloras por el fútbol, sino te da de comer". Desde entonces lucho por ser periodista deportivo, para vivir de mis pasiones (y llevarle un poco la contraria).

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