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Los miedos de Jordan

Hay una escena en el documental “The Last Dance”, la crónica que ESPN hace de la carrera deportiva de Michael Jordan, de la que todo el mundo habla. Ha sido la noticia más sonada después del estreno de los dos primeros capítulos de la docuserie. Un Jordan recién llegado a la NBA entra en la habitación de hotel de un compañero de equipo y descubre que la mayoría de los jugadores de los Bulls están en medio de “un circo de cocaína, marihuana y mujeres”. Michael cuenta que no duró mucho en el cuarto e inmediatamente su ex compañero de equipo, Rod Higgins, afirma que el joven era más de zumo de naranja y 7up.

La producción de ESPN afronta un difícil desafío: enseñar algo de Michael Jordan que la gente todavía no conozca. Uno puede pensar que sobre un personaje de tal calibre ya se ha dicho o escrito todo. Sin embargo, días antes del estreno, Jason Hehir, director del documental, contaba lo que el propio Jordan le dijo antes de la grabación: “La gente pensará que soy un tío horrible, no estoy seguro de que sean capaces de entender por qué yo era tan intenso, por qué hice las cosas que hice, por qué actué de esa manera, por qué dije las cosas que dije”. Los miedos de Michael residen en que los espectadores puedan ver con sus propios ojos cómo sus éxitos nacieron de un carácter agrio, de una persona autoexigente y exigente con sus compañeros, capaz de herir e incluso ser mezquino. 

Hasta el momento, nada más lejos de la realidad. Paradójicamente, los dos primeros episodios han conseguido que aumente la popularidad “del hombre que cambió la liga”. Es como si todos los rumores que se han filtrado a lo largo de los años, unidos a las declaraciones del propio Jordan temiendo por su imagen, hubiesen preparado a los aficionados para indultar a un ídolo. A la gente de mi generación, que no tuvimos oportunidad de verle jugar en directo, nos asombran más sus vuelos que la dureza con su entorno. No se esconden las imágenes crueles de gritos en los entrenamientos y presiones a compañeros de equipo, pero se edulcora con justificaciones del propio Jordan contando cómo sufrió en su infancia por la exigencia de su padre. Por si fuese poco, el carisma que desprende la imagen de Michael hablando en la butaca de su casa, con un puro en su mano y el tequila apoyado sobre la mesilla, traspasa la pantalla.

El relato heróico sólo se ve levemente interrumpido por ciertas sombras cuando se deja entrever uno de los problemas de su leyenda: las apuestas. Era la segunda temporada de Jordan en la NBA, Bulls y Celtics disputaban la primera ronda de los playoffs y Danny Ainge, exjugador de los Celtics, cuenta cómo él y Mike se retaban entre juego y juego a partidas de golf en las que se apostaban “unos cuantos dólares”. 

Su adicción a las apuestas no es un rumor, más bien se considera un tema tabú. En 1992, Bleacher Report confirmó en uno de sus reportajes que Jordan tuvo que declarar en el juicio contra James Bouler, un conocido camello, para justificar que Bouler tenía un cheque de 57.000 dólares firmado por el jugador de los Bulls. Al parecer, su competitividad le llevó a perder mucho dinero apostando en partidas de golf.

Son muchos los asuntos de la vida de Jordan que todavía no se han tocado. Nadie niega que es una gozada ver a un Michael cercano y sonriente que te cuenta desde la butaca del salón qué sentía cuando ganaba. Sin embargo, los fans también demandan los grises y tormentas de su carrera. Algunos de los mayores enigmas del mundo del deporte están sin resolver, como esa temporada vacía en la que se dedicó a jugar al béisbol o el precipitado adiós a los Bulls después del sexto anillo. Todavía faltan ocho capítulos para saber si realmente se descubrirá algún detalle de su leyenda negra o seguirán las historias del chico bueno que cambiaba las fiestas subidas de tono por zumo de naranja y 7up.

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