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Fútbol Internacional

Lo que Bosman se llevó: el espíritu de Mathias Sindelar

Sería difícil, por no decir imposible, preguntar a un aficionado al fútbol en Austria y que este no haya oído hablar de Matthias Sindelar. En el resto del mundo, sin embargo, es probable que las arenas del tiempo hayan sepultado en cierto modo su otrora legendario nombre. Sindelar fue el líder del Wunderteam, comúnmente aceptado como la mejor selección austríaca de todos los tiempos (cuarta clasificada en el Mundial de Italia en 1934) y considerado además como uno de los equipos más brillantes jamás conjuntados en el Viejo Continente. Sindelar es el mejor jugador de la historia de este país que apenas supera los ocho millones de habitantes, uno de los tres mejores de la preguerra y, aún hoy, uno de los futbolistas más trascendentales de la historia del fútbol europeo.

A Sindelar se le conocía con el sobrenombre de Papelillo (der Paperiene, el hombre de papel y otras variantes que no cambian el significado del apodo), por su constitución física muy débil. No quedan muchos de los que le vieron jugar y puedan contar sus maravillas como futbolista, todas las del mundo a decir de las crónicas de la época. Un jugador completo, un predecesor de Alfredo Di Stéfano. Es un nombre legendario, junto a Hector Scarone, Giuseppe Meazza, Arsenio Erico, el doctor Gyorgy Sarosi y Ricardo Zamora, el gran jugador de la preguerra.

Viena seguía siendo en los años 20 y 30 el epicentro de la cultura y el deporte del antiguo espacio austro-húngaro. El fútbol danubiano vivía en ebullición constante. Partidos de alto nivel, varios campeonatos potentes, floreciente profesionalismo y un enfoque intelectual sobre el juego. En estas mismas columnas ya hablamos de los famosos cafés de Viena donde todo, incluido el fútbol, se discutía a diario. Ninguno fue tan famoso como el Ring café, pero Sindelar era un habitual del café Parsifal, donde todo el que estuviese en la órbita del Austria de Viena tenía su lugar de encuentro.

Si bien es cierto que el Hakoah era el estandarte del judaísmo más atlético y combativo, era el Austria quien se llevaba el amor de la boyante comunidad judía. Fue ahí donde Sindelar comenzó a jugar, inspirado por Jenö y Kalman Konrad, dos estrellas húngaras que redefinieron el fútbol en Austria. A Matthias, por su constitución física, le costó hacerse con el puesto de delantero centro, que hasta entonces se consideraba solo apto para jugadores muy potentes físicamente. Pero su inteligencia, su capacidad para conectar la creación de juego y la definición, y su innegable carácter, le fueron abriendo hueco poco a poco. A comienzos de los años 30 era indudable que Sindelar era una figura tremendamente reconocida no solo en la ciudad sino en todo el país. El Rapid y el Slavia de Praga, dos de los equipos más fuertes de Centroeuropa en aquellos momentos trataron en repetidas ocasiones de ficharlo. No hubo suerte, como tampoco la tuvo el Arsenal unos años después, tras deslumbrar el hombre de papel en un partido entre Inglaterra y Austria jugado en su estadio de Highbury.

Para ese momento Sindelar ya había superado su peor momento profesional, que llegó cuando Hugo Meisl le apartó de la selección porque consideraba que su juego basado en el pase era perjudicial para el equipo. El atacante del Austria de Viena tuvo varias discusiones con el mandamás del equipo nacional, pero fue la presión popular la que hizo que Meisl rectificase. El seleccionador ya no podía ni acudir a su espacio habitual del Ring café sin ser asediado por hordas de aficionados y admiradores de Sindelar. Harto de la presión, Meisl convocó a los periodistas en el Ring y les tiró un papel con una alineación en la que no solo figuraba Sindelar, sino Friedrich Gschweidl, otro gran jugador que había sido apartado del equipo. ¡Ya tenéis el equipo que queríais!, bramó Meisl.

El rival en ese partido fue una selección escocesa que venía de estar invicta en el continente y de golear a Inglaterra en Wembley. Austria la destrozó por cinco a cero. Ese partido inició una racha que trajo victorias contra Alemania por 6-0 en Berlín y 5-0 en Viena, hat-trick de Sindelar incluido. A continuación, cayeron Suíza (8-1), Francia (4-0), Italia (2-1), Bélgica (6-1) y Suecia (4-3). Fue, sin embargo, la exhibición contra Hungría la que colocó a Sindelar en la cima de su fama. Los magiares eran ya uno de los mejores equipos del mundo y claros dominadores del espectro danubiano. En Viena cayeron por 8-2, impotentes ante el vendaval ofensivo conjurado por Sindelar. El delantero centro del Austria de Viena había marcado ya tres goles antes del descanso, y fue la fuerza creadora detrás de los otros cinco que su selección marcó en el segundo tiempo. Merced a estos resultados, el equipo de Hugo Meisl se proclamó campeón de la Copa Dr. Gerö, el equivalente a la Copa Mitropa de selecciones, seguramente el título más prestigioso que se podía ganar a este lado del charco en aquella época. Había nacido el Wunderteam (equipo maravilla).

Tras el famoso partido en Highbury, Sindelar se propuso llevar a su Austria de Viena a las mismas cotas que había alcanzado con la selección. Lo hizo en la Copa Mitropa, torneo precursor de la Copa de Europa en el que se enfrentaban los mejores clubes de Centroeuropa. Con equipos venidos de Hungría, Yugoslavia, Checoslovaquia, Suiza o Italia, las camisetas violetas del Austria de Viena se hicieron notar. Primero protagonizando una remontada ante el poderoso Slavia de Praga, remontando en casa por tres a cero una derrota en el partido de ida. En las semifinales un gol de Sindelar sirvió para certificar el pase contra la Juventus, que estaba camino de ganar su primer quinquenio de títulos en la Serie A.

 La final contra la Ambrosiana de Milan (aquello de Internazionale no le gustaba a Mussolini), fue un duelo entre las dos mayores figuras del continente europeo: Sindelar contra Meazza. Los italianos consiguieron una apretada victoria en casa por 2-1, pero faltaba la vuelta en Viena. Allí el Austria se puso dos a cero y parecía estar acariciando el título. Pero en el minuto 85 apareció Meazza para igualar el resultado de la ida. Con el fantasma de un partido de desempate apareciendo en el horizonte, fue Sindelar quien dejó su huella al marcar en el descuento y lograr el título para su club de toda la vida. Para aquel entonces Sindelar ya era toda una celebridad y su fama se extendió también fuera del terreno de juego. Diferentes productos, desde ropa deportiva a lácteos, pasando por relojes, quisieron unir su destino al nombre del delantero, lo cual le reportó importantes ganancias. Incluso hizo sus pinitos en el cine.

Como en toda buena película, los acontecimientos no hacían sino ampliar la tensión para un enfrentamiento final entre todos los grandes protagonistas de nuestra historia. La Copa del Mundo venía por primera vez a Europa, a la Italia de Mussolini. Un movimiento propagandístico de primerísimo orden para el régimen fascista italiano, completado por el hecho de que, además de la copa Jules Rimet, el ganador del torneo se llevaría también la Copa del Duce. Faltaron las dos potencias del Río de la Plata, como protesta a la ausencia de los grandes europeos en el primer torneo. Uruguay no acudió y Argentina mandó un equipo de jugadores de segunda y tercera división. Tampoco estaban los fanfarrones británicos, todavía convencidos de su superioridad incontestable. Pero sí estaba la flor y nata de la Europa continental. Por los campos de Italia desfilaron, con mayor o menor fortuna, Zamora y Planicka, legendarios guardametas, Gyorgy Sarosi, gran figura del fútbol magiar, Sindelar y su Wunderteam, Meazza y sus compañeros a las órdenes de Vittorio Pozzo, una Alemania que crecía y no solo en el terreno de juego, etc. El torneo prometía. Y las figuras no defraudaron.

Algunas de las principales estrellas del Wunderteam estaban ya jugando en el extranjero y en muchos casos ya no contaban para el equipo nacional. Tampoco las lesiones ayudaron. En total, siete jugadores del mítico equipo faltarían a la cita, y tampoco estaría Jimmy Hogan, el entrenador del mismo, por razones financieras. Sí estaban Josef Bican, el goleador del siglo del que tanto se habla últimamente, Johan Horvath, otro talentoso delantero, el fantástico guardameta Peter Platzer, el líder de la defensa Karl Sesta (pequeño pero matón), y el creador de juego Josef Smistik, entre otros. Austria tenía talento y era una de las favoritas.

Lo demostró con una victoria contra Francia en los octavos de final. El Mundial se disputaba por el sistema de eliminatorias directas y con partidos muy seguidos. La brutalidad de algunos encuentros (o del juego en general en esta época), convertía este sistema en una lucha de pura supervivencia. A los de Hugo Meisl les costó más de lo esperado derrotar a los correosos galos, necesitando una prórroga para ello. Sindelar marcó un gol y dio la asistencia para otro de Bican.

Los cuartos de final depararon otro derby ante los húngaros, que para entonces ya no eran tan temidos por los austríacos. Sindelar y compañía despacharon al equipo de Sarosi por 2-1. Se venían las semis y el gran duelo de revancha entre Sindelar y Meazza. Italia había arrasado a Estados Unidos en octavos y se había abierto paso a patadas contra España en cuartos, necesitando incluso un partido de desempate.

El partido, disputado en un campo totalmente embarrado, comenzó por los mismos derroteros. A los dieciocho minutos, un centro colgado sobre el área austríaca lo atrapaba Platzer sin problema antes de que Meazza chocase contra él, haciendo que la pelota quede suelta y Guaita (o Schiavio dependiendo de la crónica), lo empujase a gol. Ivan Eklind, el árbitro sueco, no vio nada raro. Platzer estuvo conmocionado varios minutos tras la jugada. Las decisiones a favor de Italia continuaron cuando se decretó fuera de juego en un lance en el que Zischek se quedaba solo ante Giampiero Combi. Todo el segundo tiempo se jugó con un ambiente enrarecido, con los austríacos desesperados y los italianos defendiéndose como gato panza arriba. Una tira cómica de un periódico italiano reflejaba a los dos grandes amigos, Hugo Meisl y Vittorio Pozzo departiendo tras el encuentro. Meisl, cabizbajo, reconocía que ellos querían ganar por cinco goles, en referencia al estilo ofensivo de su equipo. Pozzo, por su parte, afirmaba despreocupado que a nosotros con uno a cero nos basta. Buen reflejo de la mentalidad de ambos conjuntos. Italia ganaría la Copa del Duce y serían aclamados como héroes nacionales. Austria, tales eran las expectativas sobre el equipo, fue recibida con silbidos y lanzamiento de objetos a su llegada a la estación de tren de Viena.

Sindelar se quitó la espina en la Copa Mitropa del año siguiente. A Meazza le devolvió la afrenta con un 0-5 en San Siro y un hat trick en la vuelta de octavos.  En cuartos, victoria sobre el Sparta de Praga de Planicka, líder de la Checoslovaquia subcampeona del mundo, con Sindelar marcando un golazo. En semis, sin embargo, fueron los magiares quienes se tomaron revancha del representante austríaco. Sindelar marcó un hat trick, pero fue el Ferencvaros quien se llevó el gato al agua, con Gyorgy Sarosi como gran figura. Eso sí, en 1936, nadie pudo parar al conjunto violeta. Grasshoppers, Bolonia, Slavia, Ujpest y Sparta cayeron en el camino de Sindelar y los suyos a un segundo entorchado en el más prestigioso torneo de clubes de Europa. Der paperiene estaba en la cima, pero nubes negras se cernían no solo sobre Austria sino sobre toda Europa.

En marzo de 1938, hace 83 años, Adolf Hitler anexionó Austria para constituir una Alemania unida y, en referencia al fútbol, una sola selección que participaría en el Mundial de Francia ese mismo año. Un mes después de lo que mundialmente se conoció como Anschluss, Austria (Ostmark) y Alemania (Altreich) jugaron un encuentro amistoso en Viena con motivo de celebrar la reunión de dos naciones hermanas. Los austríacos ganaron y uno de los goles lo marcó Sindelar, quien haciendo caso omiso de las instrucciones que sí cumplen sus compañeros y los rivales alemanes, se niega a levantar el brazo derecho hacia las autoridades presentes en el palco. El hombre de papel se convierte desde ese mismo instante en el símbolo de los austríacos que no aceptan la próxima desaparición de su país.

Pero durante este partido hay algo más. Las crónicas de la época cuentan que los austriacos habían recibido la orden de dejarse ganar, algo que al menudo delantero rebelde no le gustó. Durante el primer tiempo, Sindelar dominó a los alemanes, pero cuando llegaba la hora de marcar, tiraba la pelota fuera y volvía a su campo meneando la cabeza como desencantado. En el segundo tiempo, se hartó de la pantomima y empezó a bailar con el balón. Un regate por aquí, un sombrero por allá y un gol de vaselina. Su celebración levantó ampollas. Sindelar se situó frente al palco y, ante la mirada furiosa de las autoridades nazis, se marcó una danza interpretada como una deshonrosa ofensa. No contentos con ello, los austríacos anotaron un segundo gol para ahondar en la herida, obra de uno de los mejores amigos de Sindelar, Karl Sesta.

Un héroe para los austríacos y, lógicamente, una bomba de relojería para los alemanes a sabiendas de su popularidad. La Gestapo, policía secreta de Hitler, somete a vigilancia a Sindelar y poco tiempo después un bar de su propiedad amanece destrozado. También el Austria (ahora Ostmark) de Viena sufre la persecución debido principalmente a sus conexiones judías. Muchos de sus dirigentes y jugadores son purgados y obligados a huir. Sindelar, sin embargo, no lo hace y continúa teniendo relaciones totalmente normales con gente señalada por el régimen. Es más, rechaza cada convocatoria con la nueva selección alemana (muchas veces aduciendo lesiones inexistentes) y finalmente se niega a jugar el Mundial de 1938 con la camiseta del Reich. También asiste desde la tribuna a la final entre Italia y Hungría (4-2) en el estadio Colombes de París. Ahí Italia refrendó su calidad y ganó la Copa Jules Rimet.

Alemania fracasa en ese Mundial, siendo eliminada en primera ronda por la Suiza de los hermanos Abbeglen, que ya jugaba el famoso verrou implementado por Karl Rappan. Aunque hay negativas por parte de algunos jugadores austríacos, otros aceptan ser seleccionados y disputar la Copa del Mundo con el conjunto dirigido por Sepp Herberger, al que habían impuesto unas cuotas a cumplir a la hora de elegir y alinear jugadores: seis alemanes y cinco austríacos en el once inicial. Entre los ex miembros del Wunderteam que juegan para el Reich está el mismo Karl Sesta que refrendó la victoria austríaca en aquel partido amistoso celebrado en abril. Alemania, no contenta con ello, y con el avance de la Segunda Guerra Mundial intenta incorporar a nuevas estrellas de los países ocupados por las tropas de la Wehrmacht. Ernst Willimowski, gran estrella del fútbol polaco que marcó cuatro goles a Brasil en el Mundial francés, juega para la Mannschaft, miembros de la selección checoslovaca y yugoslava pasan también a integrar las filas del equipo alemán, que incluso pretende fichar al goleador holandés Beb Bakhuys. Otras ideas tuvieron los jugadores del potente Dinamo de Kiev, que se convertirán en eventuales mártires en el ya célebre partido de la muerte entre el FC Start y el Flakelf, poderoso equipo de la Luftwaffe. Asumimos que la idea del régimen de Adolf Hitler era crear un equipo lo más potente posible para el hipotético Mundial del 42, un equipo que reflejase el poderío alemán y conquistase el mundo como lo estaban haciendo sus tropas.

Sindelar, que seguía siendo tremendamente popular, aparece muerto poco menos de un año después de aquel partido de la reunificación en Viena, junto a su novia Camilla Castagnola en su apartamento de la capital austríaca. La causa oficial fue inhalación de monóxido de carbono. Mucha gente se negó a creer que su muerte fuese casual. Las evidentes conexiones de Sindelar con la comunidad judía, incluido el origen de su pareja, levantaron muchas sospechas sobre esta muerte accidental. Diversas investigaciones y apelaciones posteriores quedaron en nada. A su entierro, acudieron 20.000 personas bajo fuertes medidas de seguridad porque se temía una rebelión de los asistentes. Incluso después de muerto el hombre, su espíritu seguía asustando al ogro nazi. Pasarían siete largos años hasta que el monstruo fue finalmente derrotado. Austria se recuperó y dejó atrás la pesadilla y Sindelar se convirtió, por sus acciones, por sus ideas y por su coherencia, en uno de los símbolos de quienes nunca aceptaron aquellos años de oscuridad.

Imagen de cabecera: Twitter oficial de la selección de Austria

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