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Fútbol Internacional

Lo que Bosman se llevó: aroma a café y césped

Es probable que este artículo duela a muchos, especialmente con los tiempos que corren. Porque va de charlas de bar y eso a nosotros nos gusta bastante. No nos gustan los bares o las cafeterías por lo que tomamos en ellos, nos gustan por la gente con la que nos encontramos allí. Las conversaciones, el contacto humano, el run-run de las mesas de al lado…eso es lo que nos encanta. Y llevamos un año no muy propicio para ello. Así que permitidme que os invite a tomar una, tranquilamente, en un local seguro. Vamos a Viena, al Café Ring, uno de los lugares más importantes para la evolución del fútbol europeo y sudamericano.

En los años veinte la ciudad todavía estaba recuperándose de la caída del Imperio Austro-Húngaro tras su derrota en la Gran Guerra. Como en otros muchos puntos del continente, la sensación de alivio por el fin de la contienda se mezclaba con la incertidumbre de un orden mundial roto en mil añicos, de imperios centenarios que se habían desmoronado como un castillo de naipes y de jóvenes naciones que vivían los primeros años de sus nuevos estados.

La capital austríaca seguía ejerciendo de polo de atracción para la cultura y el pensamiento racional y sus cafeterías pasarán ese período de entreguerras (ellos aún no lo sabían), en estado de ebullición, llenas de gente de toda condición y clase social, dispuesta a compartir y contrastar sus ideas. No sólo se hablaba de deporte en ese ambiente, sino de cualquier otro tema. Pensar, discutir, innovar…en los coffee-houses vieneses se teorizaba sobre muchos asuntos. Es una época en la que el fútbol se extiende por la Europa central con un furor imparable.

Por allá andaba ya Jimmy Hogan, entrenador inglés adepto a la escuela escocesa del pase corto, impartiendo cátedra a quien quisiese escucharle. Generando un gusto por el juego de intrincados pases en lugar de ese simulacro de asalto al castillo que jugaban los ingleses. No exageramos ni un pelo si decimos que el señor Hogan es el padre adoptivo del fútbol. No lo engendró, pero sí lo crio, lo educó y contribuyó decisivamente a que creciese sano y fuerte.

En ese momento, los coffee-houses de Viena no se parecen a cualquier otro en el mundo. Y el ambiente que allí se fomenta tampoco. Se busca generar un lugar donde la conversación fluya. El café es una excusa para sentarte con gente y hablar. Y esa charla, si es sobre algo que te apasiona, te lleva a buscar la profundidad del tema. A teorizar, a buscar maneras de mejorar, a buscar opiniones que ayuden a resolver una duda. En ese ambiente, tan alejado de las conversaciones de barra de bar con las que asociamos al fútbol, se dio a luz al fútbol danubiano.

La pasión por el juego que demostraban las diferentes comunidades étnicas de la capital austríaca hizo que el campeonato nacional alcanzase cotas de importante nunca vistas anteriormente, y también hizo fluir el dinero, atrayendo a muchos de los mejores jugadores del área danubiana. Viena era casi la estación final de las carreras de muchas grandes figuras húngaras o checoslovacas, el punto más alto de su trayectoria como profesionales. Una de las comunidades más influyentes fue la judía, que se vio envuelta en una labor de promoción y ascenso social en diversos ámbitos de la vida. El crecimiento de esa exposición en la vida pública coincidió con el enésimo resurgir del antisemitismo en Europa. O quizá es que nunca se había ido.

Así nació el club Hakoah, equipo de claras ideas que jugaba con una estrella de David en el pecho, que hacía giras por Europa y Estados Unidos y que llegó a ganar el poderoso campeonato austriaco. Ayudó incluso a romper un mito, aquel de que los judíos no eran buenos en actividades físicas, y a extender las ideas del Judaísmo muscular, de Max Nordau. Uno de los jugadores de ese Hakoah era un tal Bela Guttmann, uno de los hombres más influyentes de la historia del fútbol.

Bela Guttmann, en 1962. (Keystone/Hulton Archive/Getty Images)

Así pues, durante esta época, todos los clubes austríacos tenían su coffee-house de referencia en el que jugadores, directivos y aficionados se reunían, socializaban y discutían sobre el juego. El Austria de Viena se reunía en el Café Parsifal. El Rapid en el Café Holub.

En el Café Ring acostumbraba a parar y hablar con la gente un hombre llamado Hugo Meisl. El padrino del fútbol centroeuropeo. Y en el Café Ring nacería, por tanto, el Wunderteam: la selección austriaca que sería referencia mundial en los años 30.

En los coffee-house se hablaba del juego, de táctica, de estilo, de características de los jugadores y como ello contribuía a mejorar el equipo. Hugo Meisl, que era un hombre de la banca, tenía las ideas claras. Quería un equipo con técnica y estilo. No le valía ganar de cualquier manera.

Había estudiado en el extranjero, tenía facilidad para los idiomas y la organización y amaba el deporte. Así pues, sacrificó su carrera en pos del crecimiento del balompié austriaco. Entre 1919 y 1937 nadie mandó más que él en el fútbol de su país. Dirigió a la selección y también tuvo mano en la federación, organizó torneos de clubes y selecciones como la Copa Mitropa y la Copa Internacional (o del Dr. Gerö), antecesoras de la Copa de Europa y la Eurocopa. De ello se beneficiaron las naciones centroeuropeas, líderes del fútbol intelectual.

Junto a Hogan y Vittorio Pozzo, su equivalente italiano, dejarían una huella imborrable en el fútbol europeo. Se podría decir que, al mismo tiempo que Herbert Chapman superprofesionalizaba el juego inglés, estos tres encauzaban el juego continental hacia lo que veríamos en los años cincuenta.

Meisl, como ya dijimos, tenía poder sobre todo el fútbol austriaco, y como seleccionador podía buscar y elegir a los jugadores que más se adaptaban a su idea del juego. Eso no quiere decir que fuese inmune a la opinión pública. En una ciudad en que todos sabían dónde encontrarse (ese era uno de los aspectos negativos de la cultura del coffee-house), los aficionados de este o aquel club buscaban a Meisl y protestaban la ausencia de alguno de sus ídolos en el equipo nacional. Y don Hugo tenía que aguantarse. Parte de la cultura imperante era escuchar a la gente. Discutir sobre si Karl Sesta podía jugar mejor en tal o cual posición, si Rudi Hiden era demasiado enclenque para ser portero o si era mejor tener un delantero centro más fuerte que Matthias Sindelar. Y eso solo a nivel de selección.

No era poco común que los directivos de los clubes se viesen forzados a dar explicaciones a sus aficionados por los traspasos realizados o por las alineaciones presentadas (si es que el club operaba con el modelo de comité de selección). Al final, lo que decía Segurola de Twitter (el famoso bar de borrachos), se aplicaba en los coffee-houses, pero con caballeros de bombín y monóculo. Y trabajadores fabriles. Austriacos, húngaros, eslavos, judíos, todos unidos por la misma pasión en torno a la pelota.

El hecho de que cualquiera pudiese acceder a estas discusiones hizo que el juego se extendiese a todas las clases sociales y todas ellas lo sintiesen suyo. En Inglaterra, aunque ya era considerado un juego obrero, quienes cortaban el bacalao seguían siendo los mismos señores salidos de los colegios privados desde hacía 50 años. En la Europa continental la variedad de maneras de ver el juego y sus problemas creó una riqueza y unas soluciones que en Inglaterra ni se contemplaban. Y la emigración, a Sudamérica por ejemplo, fomentó ese librepensamiento también al otro lado del charco. Aunque allá, principalmente en Argentina y Uruguay, las reinterpretaciones del juego surgieron sobre todo como una contestación a un estilo inglés detestado por los locales. Así fueron surgiendo escuelas nacionales que en muchos casos trascendieron lo meramente futbolístico y ayudaron a asentar el propio espíritu del país. Uruguay no sería Uruguay sin los éxitos de la Celeste y el orgullo que provocaron. En Viena, aun existiendo una cultura y muchísimos coffee-houses diferentes, fue en el Ring, mientras Meisl se tomaba su café, donde se gestó el concepto de Austria como potencia.

Traspasos, giras por el extranjero, nuevas tácticas, todo se discutía, nada estaba escrito en piedra (al contrario que en Inglaterra). Era un período de inestabilidad política y social, así que digamos que esa actitud pegaba con la época.

El concepto de falso nueve, por poner un ejemplo, sale del Ring Café. Y sale de ahí porque a Meisl se le mete entre los cuernos que para que el equipo se mueva como él quiere no puede tener esa figura central y aglutinadora que era el delantero centro bola de demolición a la inglesa.

Sindelar, un hombre enclenque incluso para los estándares de la Gran Depresión, jugaba según su instinto. No seguía tácticas, venía a recibir la pelota, tocaba rápido y nunca estaba en un lugar donde ser marcado o agredido. Era miedoso (a eso luego se le llamaría desmarcarse).

Generaba juego y marcaba goles. Y abría huecos para Josef Bican, el verdadero bombardero del equipo, que jugaba de interior nominal (como luego harían Puskás o Kocsis con el Equipo de Oro húngaro). Sindelar y sus compañeros empezarían a acumular victorias de prestigio y se convertirían en un referente del fútbol mundial durante toda la década, incluso cuando Austria pasó a ser el Ostmark del Tercer Reich nazi.

Y su ejemplo sería seguido a lo largo de toda la Europa continental. Desde el Schalke 04 de Ernst Kuzorra, Fritz Szepan y Rudi Gellesch con su Schalker Kreisel (la peonza, el spinning top), hasta el MTK húngaro con Palotás e Hidegkuti.

Los de Gelsenkirchen llevaron el falso nueve a cotas extremas. No jugaban con falso delantero centro, sino con un falso ataque. Implicaba intercambio continuo de posiciones entre todos sus atacantes. Como a una peonza que está girando a toda velocidad, a ese ataque era muy difícil agarrarlo (léase marcarlo).

En Hungría, el país al que todos más asociamos con el fútbol danubiano (por haber creado la cumbre de este estilo en los años cincuenta), jugadores y entrenadores, al igual que la sociedad en general, estaban todavía tremendamente influidos por lo que pasaba en Viena. Y por las enseñanzas que Jimmy Hogan había desparramado por el antiguo imperio austro-húngaro unas décadas antes. Sumemos estas influencias a un proyecto de control futbolístico nacional como no se ha visto nunca y el resultado es un equipo histórico.

Muchos de aquellos jugadores que actuar contra o bajo las órdenes del técnico inglés serán los entrenadores que extenderán la escuela danubiana por el mundo. Ya hablamos de Guttmann (trotamundos a ambos lados del Atlántico), pero también Erno Erbstein (entrenador del futuro Gran Torino), Gyula Mandi, Imre (Emérico) Hirschl, Guzstav Sebes, etc… El influjo de lo que se hablaba en el Café Ring era total.

Así pues, y ya por ir terminando, fuese por imitación o por respuesta a su influencia, lo que se discutía en las mesas de aquel coffee-house cambió la manera de jugar y de pensar en el fútbol europeo (y por contacto con sus entrenadores, en el sudamericano también).

Si el fútbol no británico hubiese firmado una declaración de independencia, un we the people, lo hubiese hecho en una de las mesas del Café Ring.

Imagen de cabecera: A. Hudson/Topical Press Agency/Getty Images

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