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La revolución del ilusionismo

Un sentido ‘amén’ como cura y esperanza. Cura de
desencantamientos y esperanza (tan pura como verdadera) expresada mediante plegarias
que rozan el ‘todo’. La esencia. El sentirse artista en tierra de bárbaros. Y
como buen artista, nada alivia tanto la conciencia como exorcizar tus demonios
internos. Expresar. Sentir. Volar. En este caso, bailar y hechizar. Y el chico
que lloró tras finalizar su periplo en el Instituto de Charlotte (por
verosimilitudes del destino) y acudió a Dios en busca de respuestas no
desistió. Al contrario. Se aferró a su carácter de ilusionista encerrado en su
condición de mortal. Y mutó en divinidad.

Contaba Steph (Curry) en Time.com
que el mayor desafío de su carrera lo halló en la transición del instituto a la
universidad. El transcurso de la vida, en ocasiones tan crítico. Te enfrenta
contigo mismo. Te lleva a cuestionarte todo aquello que dabas por inmutable.
Pesaba el éxito de su referente más cercano (Dell) y todo lo relacionado con
sus limitaciones físicas. Limitaciones que le alejaron de emplazamientos de
sobrenombre (Duke, North Carolina, Maryland, Wake Forest…) y le llevaron a
aterrizar en Davidson College. ‘Debía confiar en que todo ocurre por una razón.
Que Dios tiene un plan para mí, otro diferente al que ansiaba. Y confiar en
ello no fue una decisión sencilla. No fue mentalmente fácil’, confesó Curry. En
efecto nunca lo es.

Aquí toman la palabra Dios y el arte. Tan ligados en la
filosofía norteamericana.

El éxito deportivo requiere sobrevivir en un universo que
exige de una constante (e interminable) evolución física y, sobre todo, mental.
Esta última siempre termina por condicionar al resto. Resulta impensable hacer
cargar a una criatura tan inocente como inexperta con la totalidad de sus
decisiones tanto dentro como fuera del parqué. Con sus aciertos y errores.
Estos últimos de mayor delicadeza. Dios representa un medio de evasión idóneo
para limar asperezas con uno mismo y dejar atrás todo remordimiento. Reducir el
impacto. Confiar en su potestad y en la ausencia de azar. Agradecer triunfos y
segundas oportunidades. Y para Steph fue, es y será un pilar básico en su
filosofía. Golpe en el pecho y dedo índice señalando al mismísimo firmamento
tras cada lanzamiento convertido. Lo siente tanto como su arte. Un arte que
siempre existió, pero que requería de una revolución tan particular como
especial.

La evolución es para el hombre lo que las olas son para el
mar. Indomables, naturales como la vida misma y atemporales. Y en su
insurrección, la del ilusionismo frente al darwinismo físico (siempre en busca
de la perfección), deja atrás prejuicios y quebranta barreras que no hacen más
que alejarle de los grandes ejecutores que ha dado este deporte. No hace más
que azotarnos con una de sus más poderosas armas: la incertidumbre. El
enfrentar al rival consigo mismo. Y como ya sabemos, la espera desespera frente
a Curry. También el tratar de encimarle. No da lugar a segundas oportunidades
ni a lamentaciones. Devora sistemas.

Al descifrar al propio Stephen el adjetivo ‘vanguardista’
resulta del todo obsoleto. Para comprender su valía sobre una cancha de
baloncesto hemos de aludir a cuatro términos esenciales: amenaza, portabilidad,
rango y selección de tiro. Y es probable que estemos ante el perfil más
enigmático que haya dado el baloncesto.

Comencemos por su selección y rango de tiro. Su más
trascendental revolución. La que servirá de punto de partida para futuros
aprendices de brujo. Aunque, con el debido respeto, solo ha existido (y quizás
exista) un Stephen Curry a lo largo de la historia, y surgió por casualidad. Es
probable que el baloncesto le fabricara como compensación para los más románticos
por tantas madrugadas con la cesta de naranjas y el esférico como únicos
testigos. Hacernos admitir que cada acción que origina es la correcta. De la
mano del ‘base’ de los de la Bahía la imaginación es la única barrera que hallamos
a la hora de comprender y soñar con su particular viaje hacia la suspensión.
Viaje que suele completar con más delicadeza y fluidez que el resto de sus
iguales. Sin alargar la espera. Ejecutando en pleno ascenso, no en la cumbre. ‘No
se trata de luchar contra la gravedad en el descenso’, decía el propio Steph. Todo
pasa por no impedir que su talento fluya. Y aquí encontramos otro de sus
grandes hallazgos como profesional: decidir el cómo, el dónde y el cuándo. El
encerrar bajo llave el talento. Dejarlo manifestarse en el momento idóneo.
Aunque no todo nace (exclusivamente) a manos del genio.

Suele obviarse con peligrosa facilidad a aquellos que
terminan por hacer de un grupo de jugadores un equipo. En este caso llamado a
permanecer en la memoria de todos. A perdurar con nombre propio. Y en Golden
State la estadística se estudia, analiza y aplica con cierto mimo. ‘La fuerza
de los números’ es muchísimo más que una frase promocional. Es una filosofía. Y
Steph nunca se ha mantenido ajeno a ello.

‘Tu entrenador, Brandon Payne, dice que durante tu actividad
veraniega buscas desarrollar la eficiencia neurocognitiva’, dijo Sean Gregory.
‘¿Qué significa?’ Acto seguido, el rostro del joven de Akron se iluminó. Como
si se tocara la tecla. ‘Consiste en ser capaz de simular lo que ocurre en la
cancha, y tener la fortaleza mental y la habilidad de realizar ciertos
movimientos. Realizar esas lecturas, tomar esas decisiones sin tener que pensar
donde está el balón y ser capaz de tomarlas (las decisiones) rápidamente.’ En
definitiva, el genio siempre va un paso por delante del resto en lo que a pulir
su técnica se refiere. Mantenerla fresca. Ser incisivo en la mayor cantidad de
situaciones ofensivas posibles. Estar preparado para brillar en un sinfín de
escenarios, adaptando tus prestaciones al contexto y necesidades del plantel. Es
lo que conocemos por ‘portabilidad’. Y Steph alcanza un grado de portabilidad
que incita a la locura. No es más que un reflejo del nivel de conocimiento del
juego que ha alcanzado. El miedo manifestado en forma de miedo a ojos del
enemigo.

Amenaza, madurez y Kerr. Estas dos últimas como
desencadenantes del resto. Steve como desencadenante de todo. Porque no es
casualidad que Steph tomara conciencia de sí mismo al son de la llegada del
técnico. La deidad por y para el ilusionismo siempre existió. Es innata, pero
como todo virtuoso requería de la voz cantante de un sargento de hierro
disfrazado de mentor (e incluso padre) que estimulara e hiciera más dulce el
tratamiento. Y es que, en definitiva, Kerr es mucho más que un entrenador para
sus pupilos. Es el guía espiritual idóneo. Profesional, considerado, respetado
(y respetuoso), feroz competidor y firme defensor de sus ideales. Ideales
centrados en pulir el juego ‘offball’ (los indirectos como creadores directos
de ventajas) y explotar la transición. A la carrera todo es más sencillo.
Transitar el carril central y oxigenar el devenir del juego ocupando y
explotando ambas esquinas. Sin cargos preestablecidos. La ‘Death Lineup’ vive
de alternar funciones y hacernos creer que, definitivamente, todos son capaces
de hacer todo sobre una cancha de baloncesto. En ambos lados de la cancha, de
hecho. La mayor fortaleza de estos Warriors reside en hacer que todo nazca
atrás. Sin protecciones hacia ninguno de sus integrantes. Steph se desenvuelve como
pez en el agua atacando líneas de pase y analizando (y anticipándose) todo
balón que sobrevuela la férrea línea defensiva de Kerr. Asegurar el rebote
largo entra dentro de sus otras tantas inquietudes. Las que no reciben el valor
que deberían recibir. Las de barro.

Su interminable sintonía. Saque de fondo, balón en sus
manos. Unos cuatro segundos y catorce metros le alejan de la mitad del parqué
en la que lleva a cabo su más bella labor. La que encandila y dilata las
pupilas del graderío. Una vez superada la línea (central) que separa el paraíso
del inframundo, comienza su reinado. No necesita más que un simple pestañeo
para instaurar el desorden. El sálvese quién pueda. Porque no existe
lanzamiento, movimiento o situación que Curry no deba desafiar. Tampoco rival o
sistema capaz de aniquilar su talento. Y de creer lo contrario, he de deciros
que habéis caído en su trampa. No existe la coincidencia, solo la ilusión de la
coincidencia. Cada lanzamiento errado efectúa tanto dolor como cada acierto. El
objetivo es atemorizar de la mano de la amenaza. Del que arrastra el talento
acorazado en confianza. El verdadero pecado sería no intentarlo. El verdadero
Curry usa el triple como punto de partida. El peligro surge cuando penetra
rumbo hacia el aro, alza la vista y da rienda suelta a su imaginación. Pero la
agonía no es lenta. Al contrario. Ya habías muerto en el perímetro.

Nunca dejes de ser tú. Anárquico, dulce, enigmático,
vanguardista, especial y elegantemente despiadado. La revolución del
ilusionismo nació de la mano de un perfil atípico. Sin precedentes reales. No
luce la sangre inyectada en sus pupilas. Tan solo una angelical sonrisa y un
protector bucal mordisqueado. Es un predador mayúsculo bañado en la más sentida
humanidad.

Enamorado de la vida. Baloncesto, sobre todo NBA. Me muestro romántico tras la pluma. Escribo para @SpheraSports.

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