Kaizen se compone de dos palabras japonesas: kai, que significa cambio, y zen, que significa bueno. Este concepto japonés, tan integrado en el entorno empresarial nipón, ha expandido su impacto como un método que cualquiera puede aplicar en su día a día. Pequeños cambios, mejora constante.
Takefusa Kubo ha cultivado sus avances mientras ha rondado por el fútbol español desde su regreso a nuestro país. Su precocidad fue una piedra sobre su tejado, la misma que le creó grandes expectativas y exigencias siendo muy joven. En la Real Sociedad ha encontrado aquel lugar idóneo donde se aprecian sus capacidades y explota sus virtudes en un contexto favorable. En el conjunto donostiarra su evolución es un hecho. Un jugador determinante e imprescindible que ha encajó en el engranaje ofensivo del técnico guipuzcoano. La intuición de Roberto Olabe no engaña.
El japonés es un must de la Liga. Su último tramo de la pasada temporada y el inicio de la vigente evidencian su explosión. Su reivindicación es un hecho. Un brillo individual de gran impacto colectivo. Ni siquiera sus indiscutibles números alcanzan el fútbol vistoso, vertical y asociativo que genera. Sus movimientos en el terreno de juego, el control y la comprensión de los tiempos y espacios, o su indetectable ataque avalan su gran salto.
La calidad de Kubo es hipnótica. El conjunto txuri urdin tiene una joya en sus filas y lo sabe bien. Se frota las manos a sabiendas de la sensación de peligro que transmite el desequilibrio de su extremo, al cual le acompañan una serie de secuencias que aclaran y provocan situaciones para que desarrolle sus asaltos en área rival. La regularidad de su mejora constante le ha llevado a estar en su prime. Aquel niño, diamante en bruto, de un talento diferencial y una zurda creativa, que no logró asentarse en los clubes más poderosos, ha encontrado el jardín donde destaca su rito con el esférico. Anoeta es su templo y el fútbol su creencia.
