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Jermaine, el otro O’Neal

Carolina del Sur no es un
territorio de mucha producción baloncestística. De acuerdo con Basketball
Reference, un total de cuarenta jugadores NBA han nacido en el octavo Estado
que ratificó la Constitución de los Estados Unidos. Muy pocos en comparación
con sus vecinos de Carolina del Norte (117) y no digamos ya con Nueva York
(351) o California (390). De entre esos cuarenta jugadores destacan cuatro:
Kevin Garnett, Alex English, Larry Nance y el protagonista de este artículo: Jermaine
O’Neal. Uno de los mejores interiores de la NBA en la primera década del siglo
XXI.

Jermaine O’Neal dio sus primeros pasos
en la capital del Estado, Columbia, junto a su hermano mayor. Su historia es la
como la de tantos niños afroamericanos: criado única y exclusivamente por su
madre y el deporte como escape a entornos difíciles. Tanto en el colegio como
en el instituto, el joven O’Neal destacó como un atleta extraordinario, chaval
con un físico que le permitía brillar en baloncesto y en fútbol americano. Se
decantó por el deporte de la canasta, por un tal Hakeem Olajuwon.

En el instituto lo hizo tan bien
(le prometió a su entrenador que iba a ser el mejor de la historia del Eau
Claire) que se vio suficientemente preparado para dar el salto a la NBA sin
necesidad de pasar por la universidad. Quería emular a otro surcarolinés que lo
había hecho un año antes: KG. Así, formó parte de la lista de jugadores
elegibles en el Draft de 1996. Una de las mejores camadas de la historia del
baloncesto: Allen Iverson, Ray Allen, Steve Nash, Kobe Bryant… y Jermaine
O’Neal. El comisionado David Stern pronunció su nombre con el decimosétimo pick
de la noche. El destino, los Portland Trail Blazers. Iba compartir vestuario
con Arvydas Sabonis y Cliff Robinson, buenos mentores para empezar a curtirse
con los mayores.

Unos problemas de rodilla
retrasaron el debut hasta diciembre. Su estreno, que duró tres minutos, le
convirtió en el jugador más joven de la historia en disputar un partido en la
NBA: 18 años y 53 días, un récord que mantuvo hasta que Andrew Bynum pisó por
primera vez una cancha profesional en noviembre de 2005. Aquel 5 de diciembre
fue el inicio de una pesadilla deportiva que se prolongó 1365 días.

O’Neal tuvo dos entrenadores en
Oregón: P.J. Carlesimo y Mike Dunleavy. Ninguno confió en él. A pesar de que su
producción era más que digna para el tiempo del que disponía en pista, ambos
entrenadores le veían demasiado tierno. Sólo así se explican los continuos
fichajes de jugadores interiores que hacían competencia directa con J.O. Jugaba
poco en temporada regular (once minutos de media) y menos aún en Playoffs
(cinco). Con sólo 21 años y ya cuatro en la liga, Jermaine O’Neal tenía que
plantearse seriamente un cambio de aires si no quería desaparecer del mapa
baloncestístico. Y apareció Isiah Thomas al rescate.

Los Indiana Pacers venían de ser
derrotados por Los Ángeles Lakers en las Finales del 2000. Unas Finales que Jermaine
estuvo a punto de disputar (o por lo menos verlas en vivo desde el banquillo).
En Indianápolis soplaban vientos de cambio: Larry Bird cumplió su promesa y
dejó los banquillos tras tres años exitosos, Chris Mullin y Mark Jackson
dejaron Indy rumbo a Oakland y Nueva York respectivamente y Rik Smits anunció
su retirada. Para suplir pívot al neerlandés, Thomas pensó en el protagonista
de este artículo. El nuevo entrenador de los Pacers envió a Dale Davis a
Portland a cambio de Jermaine O’Neal. Una decisión arriesgada, pero el tiempo
terminó dándole la razón al legendario base de los Bad Boys.

Con Reggie Miller entrando en el
crepúsculo de su carrera, O’Neal tomó las riendas del equipo. En su primer año
en Indianápolis sus números mejoraron exponencialmente antes de explotar en la
temporada 2001-02: 19 puntos, 10’5 rebotes y 2’3 tapones por noche. Una campaña
que fue reconocida con su primer All-Star y el premio al Jugador Más Mejorado.
La NBA había ganado una nueva estrella. En los años siguientes, O’Neal, Miller,
Jamaal Tinsley, Ron Artest y Jeff Foster formaron un bloque vivió su mejor
momento en la temporada 2003-04, con Rick Carlisle como nuevo entrenador.

En aquel ya lejano 2004 los Pacers
se fueron hasta las 61 victorias en la que a día de hoy es la mejor campaña de
la historia de la franquicia. Llegaron a las Finales de Conferencia, en la que
esperaban los Pistons de los dos Wallace, Billups, Hamilton, Prince y compañía.
Indiana se había llevado el primer partido, y en el segundo iban dos puntos
abajo a falta de treinta segundos. Un tapón de Jermaine a Sheed Wallace dio paso a un contrataque que Miller iba a culminar con
una bandeja sencilla… pero Tayshaun Prince apareció de la nada para taponar al
31 de Indiana. A O’Neal se le quedó una cara de póker que hubiese sido carne de
meme de haberse producido esta década. Detroit se ganó el partido y
posteriormente, la serie y el anillo.

El 19 de noviembre de 2004, Detroit
e Indiana volvieron a verse las caras. Lo habéis adivinado: la famosa Malice at
the Palace, en la que Artest y Stephen Jackson saltaron a las gradas del The
Palace of Auburn Hills para liarse a puñetazos con el público. O’Neal fue
sancionado por la NBA, ya que aunque no accedió a las gradas, le propinó un
puñetazo tremendo en el rostro a un fan que estaba en el parqué encarándose con
Artest. Sólo un resbalón evitó que ese hombre no acabase noqueado. Desde ese
día, los Pacers no volvieron a ser los mismos. Entre las sanciones y el
enrarecimiento del vestuario el equipo pasó de contendiente en el Este a equipo
se segunda fila.

Aunque Jermaine mantuvo sus números
y su estatus de All-Star hasta 2007, su fuego se fue apagando poco a poco por
culpa de las lesiones. Lesiones en sus últimos años en Indiana, lesiones en
Toronto, lesiones en Miami, lesiones en Boston y lesiones en Phoenix. Su último
baile en la NBA fue con los Golden State Warriors en la 2013-14. Justo antes de
que los Warriors fuesen estos
Warriors.

O’Neal vio por televisión cómo los
que un año antes habían sido sus compañeros levantaban el
trofeo Larry O’Brien. “¿Estás bien?”,
le preguntó su hija pequeña. Los de la Bahía le habían ofrecido volver para ser
parte del equipo campeón. No quiso. Tras dieciocho temporadas, necesitaba
dedicarle tiempo a su familia. No quería que sus dos hijos se criaran sin
padre, como le pasó a él. No lucirá un anillo de campeón en sus dedos, pero
sabe (dicho por Harrison Barnes) que con su papel de mentor ayudó al desarrollo
de uno de los mejores equipos de la historia del baloncesto.

Periodismo UCM. NBA en @SpheraSports y Sporting en La Voz de Asturias (@sporting1905).

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