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George Green, el proyecto de Wayne Rooney destruido por las drogas

Es el año 2015 y un joven de solo 19 años deambula a las 9 de la noche por las vías de la estación de Mirfield, en el condado de Yorkshire, Inglaterra. Hace horas que el sol se escondió y el frío se ha apoderado poco a poco del escaso empedrado andén y del oxidado rail metalizado. Se encuentra totalmente solo, sin nadie a su alrededor en una parada que es prácticamente un punto de paso, en mitad de la nada, pues la gran estación se encuentra en la localidad de Dewsbury, a pocos kilómetros, donde este joven había nacido y crecido. Allí permaneció casi toda su hasta entonces corta vida. Pero en solo unas semanas ha pasado de ser parte de la plantilla del Everton FC, donde estaba considerado como la gran promesa del equipo, a salir rebotado a la sexta categoría del fútbol inglés. No tiene un solo euro. Está arruinado. Por su cabeza solo pasan los cientos de problemas que le envuelven. La estación sigue estando solitaria. Es el momento perfecto para llevar a cabo ese pensamiento que le viene rondando desde hace tiempo y que tiene en mente ejecutar. Se lanzará a las vías cuando pase el convoy. Va a suicidarse.

Pero entonces, el destino da un giro inesperado. Por megafonía se anuncia que el tren se está retrasando. George Green, el adolescente protagonista de esta historia, siente un clic en su cabeza y considera ese mensaje lanzado por los altavoces como una señal. “Tenía muy claro lo que iba a hacer, pero cuando oí por megafonía que se retrasaba el tren pensé que igual no era mi hora y que debía darme otra oportunidad”. Casi dos años después, George Green siente que esa segunda oportunidad tampoco ha sabido aprovecharla. Ingiere todas las pastillas que encuentra a su alcance. Muchas sin saber siquiera para qué sirven. Solo quiere quitarse de en medio y salir de la vida. Sufre una sobredosis, pero le encuentran a tiempo, alguien da la voz de alarma y los médicos actúan rápido. Tras pasar varios días en un hospital, la vida le concede una tercera y última oportunidad. Para entender qué ha llevado a un joven que aún podría considerarse de adolescente a dos intentos de suicidio hay que ahondar en lo que ha sido su corta carrera deportiva.

Todo en la vida de George Green siempre giró muy rápido. Demasiado. Cuando solo tenía 15 años permanecía en las categorías inferiores del Bradford, con el que jugaba en el equipo Sub18 y, pese a ser el más joven, era el más destacado. En ese mismo entonces, en octubre de 2011, se encontraba en un viaje a Londres para realizar una prueba con el Tottenham cuando recibió una llamada en su móvil. Todos los equipos de la Premier League tenían unos informes magníficos de esta perla de 15 años que tenía una soltura innata para romper líneas con su conducción alegre y regate vistoso y los Spurs se habían asegurado la primicia de tenerle en sus filas para un pequeño stage. Pero en esa fugaz llamada telefónica de un directivo del Bradford la historia cambió. Se le dio la orden de bajarse en la siguiente parada del tren y dar la vuelta. Ya no tenía que ir a hacer ninguna prueba a Londres porque acababan de firmar su traspaso al Everton. Los toffees ponen encima de la mesa dos millones de libras por un muchacho de 15 años y él va a recibir 45 mil libras de sueldo por firmar el contrato, además de un salario de 2.000 libras semanales. Se le pondrá una residencia al lado de la ciudad deportiva del club y se le proporcionará transporte cuando se quiera desplazar por toda la ciudad. El sueño de cualquier imberbe.

Las primeras actuaciones de George Green destellan a quienes le ven. Los técnicos quedan encantados con sus primeras impresiones y hasta David Moyes sueña con que la naturaleza haga su trabajo, desarrolle físicamente al muchacho y pronto pueda estar a sus órdenes con los mayores. Y claro, surgen las comparaciones. En el seno del club de Liverpool se empieza a rumorear con que Green es el digno sucesor de Wayne Rooney, aquel que debutó con solo 16 años en la Premier League y que tras su paso por el Manchester United o Derby County siempre será una leyenda toffee. Y Green tiene cualidades que hacen recordar en cierta medida a Rooney. Comparten una posición similar en sus inicios, aunque Green no juega como delantero puro y destaca más detrás de un ariete. Pero hasta físicamente tienen rasgos similares. Cara de niño pillo, desparpajo, miedo a nada y una conducción de balón casi idéntica. Te vacunaría el mismísimo Old Trafford con un gol desde lejos si se le pusiera en frene la ocasión.

George Green, Everton

Apenas un puñado de entrenamientos le valieron para dejar el equipo Sub18 y pasar directamente al Reserva del Everton, donde coincidió con John Stones y Ross Barkley, a los que eclipsaba de una manera abismal. David Moyes, entonces, llegó a afirmar que Green, al que le habían dado el brazalete de capitán del Reserva, era el mayor talento de la casa y empezó a gestionar la idea de que su debut en Goodison Park con el primer equipo llegara más pronto que tarde. Pero igual que las cosas habían ido muy rápido para bien, se torcieron con la misma brevedad. Su premiere con los mayores era cuestión de días, semanas. Era finales de 2013, solo dos años después de llegar al club. Tenía ya los 17 años y estaba totalmente preparado para dar el salto al primer equipo. Pero una tarde salió a tomar algo y ver los partidos de la jornada en un pub y ya nada volvió a ser como antes. En el baño de aquel local probó por primera vez la cocaína, que no pudo dejar hasta años después. Se convirtió en adicto y lo comenzó a acompañar con elevadas dosis de alcohol que le hicieron ser totalmente dependiente, acabando así con su prometedora carrera. Porque a ese problema le añadió otro, el de la libertad de ser un adolescente con una vida de semidios. Tenía una cuenta corriente boyante y poseía todo lo que quería y cuando quería. La vida de futbolista, aunque fuera juvenil, le proporcionaba un aura que le abría todas las puertas que deseaba. Era una bomba de relojería que iba a explotar.

En un principio, Green pudo ocultar su adicción sin que nadie del club se enterase, pero fue cuestión de tiempo que todos se dieran cuenta. Gastaba en droga más de 2.000 libras al mes y en el Everton se cercioraron del problema cuando llegó varios días tarde a entrenar. Green, entonces, no se buscó ninguna excusa. Todo lo contrario. Pidió ayuda. Una noche, estaba en su casa, encerrado, llorando, con una auténtica crisis y decidió telefonear a personal del club para solicitar auxilio. Solo unos meses antes era considerado la estrella de la Sub17 por delante de Dele Alli, Loftus-Cheek o Harry Winks y ahora no sabía qué hacer con su vida. El Everton le encontró un centro de rehabilitación, donde pasó varios meses ingresado.

Pero en todo el tiempo que estuvo allí, el club inglés había tomado la decisión de dejarle marchar. Entendía que ese crío que había sido considerado la mejor promesa de su cantera no tenía solución a corto plazo ni futuro en el club tras haber decepcionado con diferentes episodios de conducta impropia. Su tren había pasado. En el momento en el que debía dar el salto al primer equipo, había estado interno en una clínica de desintoxicación. Terminaría su contrato y no sería renovado. En marzo de 2015, con 19 años recién cumplidos, se marchó cedido al Tranmere Rovers de la League Two hasta final de temporada. Cuando tenía que volver y firmar una extensión de su contrato, el Everton le dio la noticia de que no iba a contar con él más. Por talento y por edad, aún estaba en un momento perfecto para dar el salto al profesionalismo. La realidad, en cambio, era que George Green seguía siendo igual de adicto o más que un año y medio atrás. Y todos en el seno del club lo sabían.

No le quedaba absolutamente nada de lo que había ganado en esos casi cuatro años en el Everton. “Me gastaba 1.500 libras en una buena noche de fiesta”. Creía que el dinero nunca se le iba a acabar. Aquellos que decían ser sus amigos y que solo se habían acercado cuando su bolsillo era una máquina de fabricar billetes se aprovechaban de él. Pensó en que, si hubiera cuidado mejor su Mercedes, podría haberlo vendido para sacar algo de liquidez, pero el coche ya no estaba. Lo había comprado con 17 años, incluso antes de tener edad de conducir y, tras sacarse el carnet para manejarlo, lo estrelló y destrozó una noche que volvía a casa borracho. Cuando el Everton le dejó marchar se unió al Oldham de la League One, la tercera categoría del fútbol inglés. Firmó por dos años, pero no completó ni seis meses cuando rescindió su contrato con el club. Le había entrado miedo a jugar. Decía que no quería. En realidad, estaba sufriendo una depresión que nadie conocía y para la que solo encontraba cobijo en el alcohol y la cocaína. Por eso, una semana después de rescindir su contrato y presuntamente colgar las botas, firmó con otro club, el Yorkshire Osset Albion, de la sexta división inglesa. Había cambiado un club profesional con un contrato regular por un equipo amateur que le pagaba 80 libras por partido y que, evidentemente, era insuficiente para vivir. No tenía ya el control de su vida.

Fue entonces cuando se dio cuenta de lo que estaba sucediendo, cuando regresó a su Mirfield natal y se adentró en la estación con la firme idea de quitarse la vida y dejar de ser una carga para las personas que le rodeaban. No dejó una carta de despedida. Pero cuando anunciaron por megafonía que el tren se retrasaba, se lo pensó, rompió a llorar y simplemente se marchó, decidido a cambiar el rumbo de su vida. Realizó algunas llamadas. Aquella estrella del fútbol inglés seguía teniendo talento, solo faltaba que alguien le ayudara a encauzar su vida. El Burnley, entonces líder en Championship, le citó para una prueba en enero de 2016 y George Green jugó uno de los mejores partidos amistosos de su vida. Marcó un hattrick, dejando sorprendidos a los técnicos, que decidieron ficharle. Era la temporada 2015-2016, en la que el Burnley salió campeón y logró el ascenso a la Premier League. Tras el ascenso, el Burnley decidió mandarle a préstamo al Kilmarnock, de la máxima categoría del fútbol escocés. En solo seis meses había pasado de ser jugador del Everton a deambular por la League Two, la League One, el fútbol amateur y jugar como profesional en Escocia ante el Glasgow Rangers, entre otros. Una montaña rusa que, de momento, no tenía fin.

Nada más llegar a Escocia chocó con el técnico Lee Clark. Green había jugado los cuatro partidos para los que había estado disponible, pero el entrenador decidió cortarle las alas y revocar su préstamo tras observar que había llegado varias veces en pocas semanas oliendo a alcohol a los entrenamientos. Su aventura escocesa solo duró dos meses, cuando fue devuelto al Burnley, que por su parte decidió cederle al Saldford, el equipo propiedad de Peter Lim que gestionaban los hermanos Neville, Paul Scholes, Nicky Butt y Ryan Giggs. Pero George Green no entendía cómo podía pasar, otra vez, de jugar en un equipo de la máxima categoría a volver al fútbol semiprofesional. Y en un nuevo caos interno, decidió llevar a cabo su segundo intento de suicidio. Se tomó todas las pastillas que había en su casa, pero los médicos actuaron rápido.

Cuando la 2016-2017 terminó, el Burnley no le renovó el contrato y Green solo encontró acomodo en el exótico fútbol de Noruega, concretamente en el Viking, donde apenas permaneció 3 meses. Era 2017, tenía 21 años y tomó la decisión más difícil de su vida. Tenía que limpiarse. Y lo tenía que hacer por su hija de dos años y por su prometida. Lo hizo. Fue una travesía dura. El tratamiento le duró casi medio año y una recaída un par de meses tras empezar le hizo temer lo peor, pero fue algo pasajero. Para la segunda parte de la 2016-2017 jugó en el Nuneaton FC, de la National League North, la sexta categoría del fútbol inglés. Un año más tarde, cambió el club por uno de la misma división, el Chester FC. Ha pasado sus últimas temporadas en equipos de la misma categoría. Boston United y Osset United. Ya está casado y ha sido padre de su segunda hija. Aunque el dinero no es como cuando jugaba en el Everton, se siente feliz por primera vez en mucho tiempo. De hecho, tiene que hacer malabares para seguir jugando al fútbol por las tardes mientras por las mañanas ejerce de electricista. Compagina su actividad con las charlas en programas para alcohólicos anónimos. Quiere ser parte de la solución y ayudar a aquellos que están como él estuvo hace muchos años. Sabe que arruinó su carrera y que, si la vida hubiera sido de color de rosas, hoy debería estar jugando en Champions League y disputando el Mundial con Inglaterra. Pero no quiere volver a tener una vida célebre. Está cómodo y se siente seguro detrás de los focos. En una vida tranquila, sin excesos. Contento de que nadie le pare cuando va a hacer la compra para pedirle una foto.

Imagen de cabecera: Everton FC

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