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Atletismo

Farah, el exitoso adiós del fondista de las dobles coronas

Nunca tuvo el carisma de Usain Bolt ni conquistó tantos oros como el «Rayo» jamaicano. Pero como el rey del atletismo, el británico Mo Farah se despide de las pistas en los Mundiales de Londres tras un lustro de dominación absoluta de su disciplina.

Más allá de los títulos, las medallas y las estadísticas, Farah, de 34 años, dejará para la historia del atletismo en pista ese correr grácil e inteligente, esa última vuelta en la que apretaba el acelerador y, como si el ácido láctico no le afectara, les sacaba un mundo de ventaja a sus rivales en los últimos 400 metros, con su sprint letal en los últimos cien.

Lo hizo Farah, por primera vez al más alto nivel, en los Juegos de Londres, en 2012. Ante su público, y en una pista que conocía, el fondista británico de origen somalí se convirtió en doble campeón olímpico de los 10.000 y de los 5.000 metros.

Repitió en los Mundiales de Moscú 2013 con otro doblete en las dos pruebas de fondo. Y en los de Pekín, en 2015. Y luego en los Juegos de Río 2016 para encadenar una serie fabulosa: imbatido en diez competiciones mayores consecutivas en ambas distancias desde que en 2011 perdió la final de los 10.000 en Daegu.

Sólo leyendas como Paavo Nurmi, Lasse Viren y Haile Gebrselassie habían alcanzado logros semejantes.

Ayer, de nuevo en su casa, Farah comenzó a despedirse de esas pistas que lo convirtieron en una celebridad con otra actuación brillante.

Su aún envidiable zancada y su sabiduría táctica le dieron su sexto oro mundial. El séptimo le aguarda en el 5.000 para agrandar su leyenda, que también tiene episodios borrascosos.

La historia del niño que emigró de Somalia junto a su familia, huyendo de la guerra, y se integró en la sociedad británica gracias al atletismo entusiasmó en los primeros años de la explosión Farah.

Era el cuento con final redondo que, además, ponía en valor la capacidad de acogida de los británicos.

Luego, las sospechas de un doping nunca probado hicieron decaer el entusiasmo. Y también la sonrisa inocente y encantadora que el británico siempre exhibió tras cada nueva conquista acompañando a su famoso «Mobot», su característico gesto.

Alberto Salazar, el entrenador que desde los inicios dirigió la carrera del mejor fondista del último lustro, está desde hace años en la lista de sospechosos habituales. Varios de sus discípulos dieron positivo. Y, en el mundo del atletismo, no son pocos los que lo consideran abiertamente un tramposo.

Farah, en cualquier caso, nunca falló en ningún control. Aunque algunos medios aseguraran que el nombre del británico constaba, junto al de otros 40 atletas, en un documento de la Federación Internacional de Atletismo (IAAF) bajo el rótulo de «dopaje probable, pasaporte (biológico) sospechoso».

«Hago lo que hago con amor y alegría. Sólo puedo controlar mis piernas. Y sólo una minoría piensa que para tener éxito tienes que hacer algo (malo)», se defendió Farah ante los rumores filtrados.

«Creo en el deporte limpio. Sólo tengo que disfrutar lo que hago y seguir sonriendo», añadió.

El súper campeón británico siguió entrenándose en Estados Unidos y en los Pirineos catalano-andorranos, y compitiendo al más alto nivel. Y, sobre todo, acumulando oros, pese a los reiterados intentos de kenianos y etíopes para destronarlo.

Con superioridad casi incontestable, Farah conservó la corona del fondo hasta hoy. Marcó, eso sí, distancias con la prensa y se hizo más impermeable a los medios.

Y en su refugio, fue preparando la despedida, que será también su bienvenida a las pruebas de carretera. Como las leyendas etíopes del fondo Haile Gebrselassie y Kenenisa Bekele, el multicampeón británico pretende extender su dominio al maratón, ese mundo donde no todos los grandes de la pista triunfan.

Las victorias son cada vez en tiempos más estratosféricos y la competencia, cada vez más dura y más joven. Pero Farah está dispuesto a intentarlo.

Siempre es mejor un fracaso en un terreno desconocido que una derrota en el reino que uno dominó.

Ayer, en su casa, Farah dio el primer paso para lograr su despedida soñada: marcharse con la doble corona puesta.

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