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Fútbol sudamericano

"Este no puede ser Lulinha, el niño de los 50 millones"

Este viernes arranca el Mundial Sub17 de fútbol con Brasil como una de las favoritas. De manera sorpresiva, Vinicius Jr., recién firmado por el Real Madrid se ha quedado fuera de la lista por un consenso entre su futuro club y la Federación Brasileña. El chico tenía a su alcance (debía anotar cinco tantos) convertirse en el máximo goleador de la categoría Sub17 canarinha, que hoy, todavía, ostenta aquel que llevó la zamarra número 10 en 2007. Y es que hubo una época en la que el nuevo niño mimado de Brasil se llamaba Luiz Marcelo Morais dos Reis (10 de abril de 1990, Brasil), aunque era conocido por su apodo: Lulinha. Nunca un jugador en torneos de categorías inferiores me impactó tanto. Y mira que los ha habido, como Pato, Maxi Moralez, Agüero, Sahin, Banega o Gio dos Santos y más recientemente Nico López, Pogba o Sergio Díaz.

El caso es que en Brasil, Lulinha era una especie de heredero de la corona, un príncipe con honores nombrado a ser el sucesor de los Kaka’ y Ronaldinho en el trono del Balón de Oro. El primero, entonces en el Milan, era su ídolo, el modelo en el que se fijaba y con quien se autocomparaba, pero todo el mundo lo asemejaba más al ex del Barcelona. «Me parezco a Kaka en la forma de sacar el balón jugado», admitía él, mientras los tabloides sudamericanos le nombraban como ‘El nuevo Ronaldinho’ ya desde 2004, cuando solo tenía 14 años. Su sonrisa, siempre presente, y su alegría jugando con el balón invitaban a aumentar el símil con Dinho.

El torneo que marcó un antes y un después en su figura y que lo lanzó al estrellato fue el Sudamericano Sub 17 de 2007. Allí, Lulinha despuntó como nunca nadie lo había hecho en un torneo juvenil, marcó 12 tantos (vio puerta en todos los partidos menos dos) y llevó a una Brasil que capitaneaba Fabio (el hermano gemelo de Rafael) al título. Paradójicamente, en aquel torneo Lulinha no fue galardonado como el mejor jugador de la cita, que fue para el peruano Reimond Manco, y se tuvo que conformar con la plata.

Corinthians, su club, y Wagner Ribeiro, su agente, se frotaban los ojos con billetes cuando el Barcelona, el Real Madrid y el Inter de Milán llamaban a su puerta preguntando por la situación del jugador. Aunque el que más interés mostró de primeras fue el otro equipo milanés, el Milan, donde jugaba su ídolo Kaka y que se acababa de hacer con una promesa similar como Alexandre Pato. Ribeiro, representante entre otros de algunos talentos como Neymar, Robinho, Hulk o Lucas Moura, desoyó ofertas y propuestas esperando que el Mundial Sub 17, que se celebraba entre agosto y septiembre, multiplicara la cuantía económica de las misivas que venían sin cesar de Europa. La relación entre el agente y el club hoy está completamente rota debido a la gestión de la situación de Lulinha. Y es que Andrés Sánchez, entonces presidente del Corinthians, tasó al jugador en 10 millones de euros, que llegaron a las primeras de cambio por parte del Chelsea. Wagner Ribeiro, intentando hacer más dinero para su bolsillo y tras varias reuniones con Abramovich, convenció a Sánchez de que esperaran. Lulinha, con 297 goles en las categorías inferiores, era el máximo goleador de la historia del club (sin ser delantero) y tras el Mundial su valor se podía multiplicar por varias cifras.

La propia FIFA, en su web, le tildaba como el mejor jugador del torneo antes de que empezara, titulaba que iba a ser ‘El nuevo Ronaldinho’ y le definía como «un jugador de 17 años con una mezcla explosiva de cualidades, entre las que están la astucia, habilidad en el regate, pases milimétricos capaces de quebrar la defensa más férrea y una excelente puntería«. Añadía que «su calidad ha dejado de ser un secreto» y hacía un recorrido por toda la infancia del jugador, que había ido copando todos los torneos que había disputado, como los 25 goles en 17 partidos en el Campeonato Paulista Sub17, líder de la selección Sub15 y un sinfín de galardones. No obstante, una Brasil pobre (solo los hermanos Rafael y Fabio y Alex Teixeira llegaron al profesionalismo), con una carencia de calidad evidente, solo pudo llegar a octavos del torneo, donde fueron eliminadas por la Ghana de un Saddick Adams que ha caído aun más en picado que el brasileño.

El golpe fue durísimo para la verdehamarela. Corinthians, que nunca bajó el precio marcado en la etiqueta del jugador pese al descalabro nacional, se encontró con una retirada de ofertas en estampida y con un jugador que terminaba contrato en nueve meses. Un verdadero problema. El Chelsea redujo su oferta hasta cinco millones de euros por el pase del sudamericano, una cifra que el club brasileño tildó de irrisoria. Los londinenses, maestros en el tira y afloja, le pasaron la pelota tanto al jugador como al Corinthians. Había interés, pero no iban a tirar la casa por la ventana por un chico por el que podían negociar gratis en tres meses.

Lulinha entonces se encontró en la encrucijada de renovar por el club de su vida, donde llevaba desde los ocho años y condicionar un futuro traspaso, o dar el salto a Europa. Condicionado por Ribeiro, decidió lo primero, amplió su vínculo con Corinthians hasta 2012 y se quedó con el 25% de sus propios derechos a cambio de una cláusula de rescisión de 50 millones de euros y la ficha de mejor pagado de la plantilla. Corinthians volvía a tener la sartén por el mango. Fue su gran error. «Si hubiera ido al Chelsea, mi historia habría sido mejor», señala hoy, desde Corea del Sur, donde juega para el Pohan Steelers. «He visto que a Vinicius le ha pasado lo mismo que a mí. Yo me quedé porque mi sueño era jugar en el Corinthians. Pero si tienes otra oportunidad como la que se le ha presentado a él, o como la que se me presentó a mí, a los 16-17 años, tienes que cogerla», añade. Porque el Chelsea, una vez normalizada la situación, una vez en desventaja y totalmente convencido de tener entre manos al futuro mejor jugador del mundo, llegó a poner los 50 millones encima de la mesa, pagó su cláusula de rescisión, y se encontró con la negativa del jugador., según lo confirmó él mismo en FoxSports.

Al fin y al cabo, no dejaba de ser un jugador que, con 17 años y un par de meses, acababa de debutar en la Serie A brasileña. Jugó unos partidos más tras el Mundial Sub17, pero después su progresión empezó a cortarse. Corinthians era un polvorín tanto a nivel deportivo como institucional. El club bajó a Serie B y al banquillo llegó Mano Menezes, que lo primero que hizo fue dejar de contar con Lulinha. «La Serie B no es un sitio para lanzar a jóvenes promesas y no me gusta su fútbol», admitió en AFP. La faceta psicológica le empezó a pasar factura y su valor (que no su precio) se devaluó poco a poco. Y eso que, tras volver a la Serie A, Corinthians se alzó con la Copa de Brasil y el Campeonato Paulista.

Solo tenía 19 años y el futuro aún no estaba truncado, por lo que desde Corinthians se plantearon rápidamente la opción de cederle a Europa para que un buen rendimiento suyo les acabara proporcionando un buen pico de dinero. Sánchez no podía sostener más su elevado salario. Celta y Deportivo de la Coruña preguntaron por él, pero el chico tenía una ficha muy alta. El tercero en discordia y que acabó llevándose al jugador fue el Estoril de la Segunda División de Portugal. El idioma y la cantidad de jugadores brasileños en Portugal animó a los dirigentes del Corinthians a pensar que Estoril sería una opción más cómoda para su estrella aletargada, aunque tuvieran que seguir pagándole parte del jornal. Lulinha jugó bien en Europa. Muy bien por momentos y, aunque físicamente era débil comparado con el resto, su técnica y astucia dejaban a las claras que la Liga se le quedaba pequeña. Dio un pasito más en su carrera firmando por Olhanense, también en calidad de cedido, la siguiente campaña. En la Primera División de Portugal su rendimiento fue irregular. Descubrió que la hoy llamada Zon Sagres es una de las más duras físicamente del panorama europeo y nunca se hizo con un puesto de titular, pese a que sus inicios fueron esperanzadores.

Con más pasos hacia atrás que hacia adelante, volvió a Brasil, a Bahía, donde permaneció a préstamo hasta 2012 que terminó su contrato con Corinthians, que acabó dándose cuenta que era demasiado tarde y que nunca se convertiría en el jugador que prometía cuando era sólo un adolescente. Lulinha se ha convertido en un jugador del montón, en lo que pudo ser y no fue, en un quiero y no puedo que perdió los poderes que Dios le había dado para jugar con el balón. Para el recuerdo, siempre estará aquel Sudamericano Sub 17, todos los récords que ha batido. Nadie tiene más goles con la Sub17 de Brasil que él, con 16 tantos. Ni Neymar, ni Pato, ni Coutinho, ni Douglas Costa, ni Ronaldinho, ni Ronaldo…

En 2013, Lulinha llegó como agente libre a Ceará, un club enclaustrado en la Serie B de Brasil. Cuando aterrizó allí, solo tenía 22 años. Habían pasado apenas cinco desde que ese niño de sonrisa imperdible, de dientes pronunciados tras una ortodoncia, fuese portada en todo el país. Y no, no parecía ser el mismo. «Este no puede ser Lulinha, el niño de los 50 millones», cuenta el propio jugador que escuchó cuchichear la primera vez que entró al vestuario. Envejecido en apenas cinco años, con la cara profundamente cambiada y con la frente ganando espacio en su cabellera. «El personal se ríe cuando digo que tengo 22 años«, señalaba. La intensidad de estar en el centro de los focos, la presión psicológica de llevar una etiqueta con un valor altísimo y el estrés sufrido durante un lustro le acabaron consumiendo.

En los últimos cuatro años, Lulinha jugó en Ciriciuma, Red Bull Brasil y Botafogo, donde fue crucial para la consecución de la Serie B. Desde el año pasado, su lugar está en Corea del Sur, en la K-League, jugando para el Pohan Steelers, donde ha dejado varios goles de bella factura para la videoteca. En el recuerdo de los que le vieron siempre quedará el regusto amargo de no haber podido disfrutar de todo el potencial en el profesionalismo que Lulinha, el de verdad, prometía cuando solo era un crío y no dejaba de sonreír orgulloso de su ortodoncia. El chico que se convertía en Balón de Oro en el aclamado videojuego Football Manager, el simulador más realista de fútbol, que lideraba listas para conseguir el de verdad y que, por diversos motivos, cayó en el baúl de los juguetes rotos.

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