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Cuando el Espanyol acogió al desamparado Coutinho

Philippe Coutinho aterrizó en el Espanyol con 19 años. Grosso modo, hay dos maneras de llegar a un club con esa edad: que tengas un futuro prometedor o que seas campeón del mundo sub-20 y tu club de procedencia sea el Inter de Milán que pagó por ti 4 millones de euros siendo un adolescente. Coutinho se encontraba en este último grupo, el de los futbolistas que a esa edad son más aserto que hipótesis.

En aquella temporada 2011/12 el conjunto catalán era dirigido por Mauricio Pochettino, ex jugador de la entidad que tras tres cursos en el cargo había acabado mejorando los buenos resultados de su más estable antecesor en el banquillo, Ernesto Valverde. Tras el meritorio octavo puesto perico del año previo, en la primera mitad del presente los del argentino se encontraban en lucha directa por posiciones europeas, contando sus victorias por encima de sus derrotas y desplegando un fútbol equilibrado y eléctrico en los metros finales que los rivales no solían poder defender como se habían planteado.

Era enero, Sergio García y Álvaro Vázquez, los hombres gol del equipo, habían entrado en la enfermería y todo podía venirse abajo. Para solventar el problema en el área, el veterano Kalu Uche regresó a la Liga. Se extinguía el mes y el Mallorca fue la víctima de la jornada 21. Pochettino pidió algo más, para no decaer. Entonces se cerró la cesión de Coutinho.

Tras su excelente papel en la Canarinha campeona del Sub-20 celebrado en agosto, el mediapunta brasileño había llegado al ecuador de la temporada pudiendo contar los partidos jugados con los dedos de una mano, en un Inter entrenado por Ranieri que había relevado a Gasperini y que más tarde sería sustituido por Stramaccioni. En síntesis, el arquetipo interista de inicios de siglo, un equipo plagado de futbolistas talentosos dirigidos por un baile de entrenadores que aborrecen a los futbolistas talentosos. Ranieri no contaba con él.

Pochettino se frotó las manos con la cesión y el astro, viendo en él la luz de la esperanza, no le falló. A su llegada el Espanyol tenían un claro mecanismo. Delante de la línea de cuatro zagueros, Raúl Baena y Javi López contenían, Romaric creaba y a Joan Verdú se le encomendaba el ingenio, unos metros avanzado. A partir de ahí, una ataque en cascada donde términos como horizontalidad o parsimonia no tenían cabida. Y en ese tipo de menester, Coutinho no podía pasar desapercibido. A los galones y las innumerables virtudes ofensivas de Sergio García se sumaban los regates en la derecha del eslovaco Vladimir Weiss, a préstamo desde el Manchester City, las galopadas en potencia del canterano Thievy y los goles -que se resistían- del también imberbe Álvaro Vázquez.

Coutinho venía a aportar dosis de todo ello a un nivel superior a lo disponible. Poco tardó en sacar a relucir la amalgama de virtudes que oculta en su derecha: asistir al espacio, pasar de ralentí a turbo en tiempo casi imperceptible, superar a su par con controles orientados centelleantes, ofrecerse para encauzar o finalizar contragolpes, resolver ataques bloqueados preparando cualquier disparo letal en zona cercana al área…

Coutinho en el Bernabéu (Jasper Juinen/Getty Images)

«Me ayudó jugar en el Espanyol. Mauricio Pochettino me dio mucha confianza. Él siempre me animó a jugar y mostrar mis cualidades. Él me dijo que me divirtiera».

Desde su debut contra el Athletic nada más poner los pies en Barcelona, la estrecha relación con el banquillo que había forjado en el Inter se esfumó como amor de verano. En adelante, la banda izquierda del ataque le perteneció. De los 16 partidos en que saltó al césped, 14 lo hizo de inicio y en la mayoría se marchó a la ducha junto con el resto de sus compañeros. Solo se perdió uno y fue por sanción. Pese a que por momentos parecía desaparecer, cuando el balón llegaba a su zona pocas veces salía de ella sin que el equipo obtuviese beneficios.

Con él sobre el césped, el sistema ideado por Pochettino siguió funcionando como un reloj hasta la jornada 28, en la que la victoria por 3-1 frente al Racing, con un gol del brasileño -acabó con cinco-, significó el sexto lugar clasificatorio y un punto de inflexión negativo. Sorpresivamente el motor dejó de carburar, y ni el talante de Pochettino ni el desenfado de Coutinho pudieron contagiar al grupo, liberar la tensión que se iba acumulando y revertir el estado psicológico en que se sumió tras el empate ante el Betis de la fecha siguiente. Seis derrotas, tres empates y solo la victoria por 4-0 ante el Valencia el día de la sanción de Coutinho, hicieron que la que apuntaba a ser una temporada de ensueño, acabase en triste pesadilla.

Pese a la mala racha final que los situó en una paupérrima decimocuarta posición, el club no se dejó engañar por los resultados e intentó prolongar la cesión de Coutinho. El Inter se negó a ello, pensando sus dirigentes que quizá Stramaccioni, que no lo había dirigido aún, apostaría por el genio sudamericano, haciendo así válidos los millones invertidos en 2010. Nada más lejos de la realidad.

Tras regresar a su club de pertenencia se topó con el entrenador italiano -otro más-, no jugó y fue vendido al Liverpool por 13 millones de euros, donde ya a las órdenes de Klopp se convirtió en uno de los mejores jugadores del mundo. En 2018 afrontará el mayúsculo reto de hacer olvidar a Neymar en el ataque del FC Barcelona.

Foto cabecera: Jasper Juinen/Getty Images

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