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Coleccionismo

“Soy coleccionista”, se escucha decir de vez en cuando a alguien en algún lugar. ¿Pero qué es exactamente un coleccionista? Pregunta simple, respuesta compleja.

Un coleccionista es muchas cosas a la vez y ninguna en concreto. Es un comprador compulsivo. Un ser con un principio de Síndrome de Diógenes. Un niño grande. Alguien que vive la llegada de un paquete como la víspera de la Noche de Reyes. Que recupera su infancia en cada puja. Pero también alguien que traza un recorrido hacia Nunca Jamás. Que viaja hacia ninguna parte.

Y es que es bien curiosa la sensación de insaciabilidad cuando estás en medio de una colección, cuando todavía está por terminar. Un sentimiento directamente proporcional al vacío que queda al finalizar, consciente de que ya no hay nada más. Por eso tienen tanta miga las colecciones que uno mismo construye de la nada y por iniciativa propia, sin ninguna editorial o compañía que le presente una serie cerrada (y que a veces puede llegar a ser un suplicio, una cuesta arriba). Las que no tienen principio ni fin, como pueden ser las de sellos, monedas o camisetas de fútbol. Ésas son las buenas. Aquéllas en que, por más acopio de artilugios que hagas, siempre habrá un horizonte lejano.

Aunque no es oro todo lo que reluce. En primer lugar, porque coleccionar es un poco que nadie te entienda. Incluso tener que dar explicaciones, a veces. Es un concepto que los paganos de la materia no terminan de entender. Recuerdo que, en cierta ocasión, un buen amigo me preguntó, al ver el fervor con el que juntaba los cromos de LaLiga: “¿Si terminas la colección te dan algo?”. Todavía se me dibuja una sonrisa cuando recuerdo la inocencia con la que se dirigió a mí.

Eso, desde el punto de vista de las relaciones humanas. Pero hay una parte más oscura. Coleccionar es gastar. Y puede suponer también una adicción. Como una droga que no destruye tu cuerpo ni tu mente, pero sí tu economía o estabilidad familiar. He conocido a gente que ha comprado o pujado por cosas sin ni siquiera disponer del montante necesario para acometer según qué operación. Del mismo modo que, mal entendido, puede ser un foco de problemas familiares, de pareja e incluso motivo de divorcio.

Hablemos también de las clases de coleccionistas. Hay una especie que convierte su casa en un museo. Los que viven solos y tienen las paredes trufadas de DVD de cine español. Los que viven en un edificio unifamiliar de tres plantas y utilizan la escalera para montar estanterías improvisadas. También los hay que concilian la vida de familia con sus joyas y, simplemente, encuentran su lugar en unas habitaciones decoradas con muy buen gusto. A fin de cuentas, la clasificación de todos estos perfiles siempre depende de un concepto clave: el espacio. Porque, no lo olviden nunca, el saber no ocupa lugar, pero el coleccionismo sí. Y el espacio, normalmente, se acaba.

También habría que dejar claro que aquí no hay expertos en nada y que cada cual aprende, con el paso de los años, determinadas técnicas a la hora de encontrar el siguiente objetivo (si puede ser, a buen precio). La gente me suele preguntar dónde compré este o aquel cromo. Determinado libro. Aquella camiseta Kappa del Barça. Me hacen sentir, sin serlo, especialista en la materia de escudriñar aplicaciones hasta la extenuación. Algo que, aunque no se den cuenta, ellos también sabrían hacer. A veces solo es cuestión de echarle horas.

Para terminar con esta epístola, me gustaría hablar del efecto llamada. Tras terminar la última colección del Mundial llegó a mí esa sensación de vacío de la que hablaba más arriba. Desde antes de que saliera al mercado entablé conversaciones con el periodista y ya amigo Thiago Arantes. Pese a que le sigo en Twitter desde hace años, han sido los cromos los que nos han unido.

Más todavía los Extra Stickers una genialidad perpetrada por Panini, que ha dado otra vuelta de tuerca (y es que las colecciones, del tipo que sean, siempre tienen otra vuelta de tuerca) para tener a sus adeptos todavía más enganchados. Unas estampas que aparecen una vez cada dos o tres cajas y que tienen cuatro versiones distintas: Base, Bronce, Plata y Oro. Conseguir todas las variantes es realmente una utopía, además de una ruina. Estaba convencido de que no me metería en eso, pero solo viendo cómo Thiago y otro colega de la infancia caían en la tentación, fui tras ellos. Una situación habitual si eliges esta manera de vivir.

Con todo, coleccionar es algo de lo que se disfruta y aprende día a día. También se gasta mucho dinero, pero… ¿qué es gratis en esta vida?

Imagen de cabecera: Albert Valor

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