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Granada

Ángel Montoro, el último mohicano

El fútbol es como aquellas viejas películas del Oeste americano. Hay una multitud de guerreros indios que de repente aparecen por todos lados, para luego volver a hacerse invisibles una vez concluido el fragor de la batalla. La gloria se la llevan un par de jefes como Toro Sentado o Caballo Loco, cuyo nombre se proclama a los cuatro vientos, y el resto no dejan de ser los indios que luchan contra los vaqueros. Héroes anónimos que pelean por su territorio, como ocurre en el fútbol jornada tras jornada.

Como en el fútbol existen los cromos desde tiempos inmemoriales -y también la televisión-, conocemos el nombre de esos héroes y no son tan anónimos, aunque muchos de ellos sí que tienen algo de guerreros indios que tratan de asegurar su territorio. Ángel Montoro es uno de estos supervivientes del fútbol. Un luchador, un futbolista de brega. Uno de esos jugadores que nunca ha tenido mucho nombre, pero sí mucho apellido, que Montoro es de los que resuena lo suyo.

Montoro empezó en esto del fútbol en el equipo de su tierra natal, el Valencia. Pronto, a la temprana edad de 19 años, iba a ganar su primera batalla. Fue una pieza fundamental en el campeonato de Europa sub-19 que España ganó en Austria en el 2007. Montoro fue uno de los fijos desde el principio en el centro del campo junto a Javi Martínez. En cada partido los dos eran los jefes.

Su papel fue relevante para que la selección española llegara a la final. Y ahí ninguno de los dos pudo participar, sancionados por culpa de las tarjetas. España ganó 1-0 a Grecia -gol de Parejo con un lanzamiento directo de falta desde muy lejos, que sorprendió al portero- y Montoro se colgó la medalla de oro como campeón de Europa sub-19. Era la primera muesca en su carrera como futbolista.

Pensé que a aquel jugador serio, con un gran sentido táctico, disciplinado, contundente en defensa y válido para organizar el juego de ataque, le esperaba una exitosa senda en el mundo del balompié. De hecho, después de aquel campeonato, debutó en Primera División con el Valencia de la mano de Ronald Koeman. Pero, de la noche a la mañana, desapareció. Casi sin dejar rastro. Preguntaba por Montoro y obtenía respuestas difusas.

Anda por ahí, me decían sin concretar. Me di cuenta de que sería muy improbable que volviera a la selección. Fueron dos años de cesiones de una punta a otra por el Lejano Oeste del fútbol, primero al Real Murcia y luego al Real Unión Club, antes de volver al equipo filial del Valencia. Para hacerse futbolista, -mejor dicho, para ganarse la vida como futbolista- Montoro tuvo que curtirse en la Segunda División.

Pasó a engrosar las filas del Recreativo de Huelva. En su segunda temporada en el club decano del fútbol español, con Sergi Barjuán de entrenador, fue de los encargados de tirar del carro. Superó un calvario de lesiones y pudo sacar su faceta de juego más ofensiva. La temporada siguiente vivió el lado amargo del fútbol con el descenso del equipo.

Montoro no abandonó la Segunda División. Permaneció en ella en la UD Almería. Una campaña sin pena ni gloria. Y luego la UD Las Palmas le dio la oportunidad de codearse en la élite de la Primera, pero para resurgir tuvo que retornar a la dura pelea que supone jugar en los campos de Segunda. Fue en un Granada CF inmerso en la categoría de plata donde Montoro encontró su sitio, donde brotó de nuevo su espíritu guerrero y donde ahora está pudiendo disfrutar del lado amable del fútbol.

Este futbolista que va camino de los 33 años me recuerda a aquel chico campeón a los 19, un jugador con galones, con peso en el equipo, con responsabilidad. Un jugador que se siente importante, por eso fue clave en el ascenso del Granada y la siguiente temporada uno de los que empuñó el hacha de guerra hasta el final para llevar al equipo a la competición europea por primera vez en su historia.

La huella de Montoro tenía que quedar impresa en aquel día histórico para el Granada. Era la última jornada de Liga, con el séptimo puesto de la clasificación que daba acceso a Europa en juego. El Granada ganaba en su estadio con solvencia al Athletic Club y si el Getafe no marcaba se hacía con el pasaporte a la Europa Legue. En el tiempo añadido Montoro marcó el gol del definitivo 4-0, un regalo añadido para un jugador plenamente involucrado con el club andaluz desde que llegó.

Ese fue su segundo tanto en Primera División. Se estrenó como goleador en la máxima categoría con 31 años. Premio a la perseverancia. Fue ante el Mallorca y dio la victoria al Granada. Era su día de regreso después de una lesión que le tuvo un mes fuera de los terrenos de juego. Y fue su día de una nueva despedida, al tener que abandonar el campo justo antes del descanso. La grandeza del fútbol te da ese gol en Primera y la miseria del fútbol aparece el mismo día en forma de lesión.

Lo bueno es que este Montoro es de los que nunca se rinde, de los que más tarde o más temprano va a aparecer en un primer plano de esa película del Oeste disparando una flecha certera contra el enemigo. Su gol de cabeza al Nápoles, en el partido de vuelta de la Europa League, tumbó al equipo italiano. Una muesca más. Así que el Granada sigue adelante en la pelea y ahí va a estar Montoro. Un superviviente. Un futbolista de una raza especial. El último mohicano.

Imagen de cabecera: JORGE GUERRERO/AFP via Getty Images

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