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Acostumbrados a sorprender

Tener miedo a los cambios es humano. Habría
sido comprensible que toda Bournemouth hubiese temblado en una mezcla de
emoción e inseguridad cuando subieron en 2015 a la división de oro inglesa por
primera vez en su historia. Y aguantaron sin sobresaltos. Todos habrían
entendido que se desinflaran en su segundo año por sus enormes diferencias
respecto al resto –sólo hay que observar la capacidad de su estadio, que con
11.464 asientos es de largo el más pequeño de la competición–. Y aguantaron
otro año, e incluso acabaron en novena posición. En su tercer curso como equipo
Premier, los Cherries se han mirado a los ojos con el descenso hasta echarse el
aliento. Pero han vuelto a resolver sus problemas de una forma tan natural que
parece que llevan toda la vida en la élite.

De la tercera a la décima jornada, el
Bournemouth se hundió de lleno en la zona roja y Eddie Howe no encontraba
soluciones. Si al hombre que había acertado en cada plan para subir de League
Two a Premier League en apenas un lustro ya no le funcionaba su librillo, ¿qué
quedaba? A Nathan Aké le faltaba la seguridad de ese revolucionario defensor
que, a pesar de su menor envergadura, defendía la portería rojinegra como un
veterano. Del acierto de Joshua King, que había establecido un récord de 16
goles en liga la temporada pasada, ya no permanecía ni un rastro. Y el fichaje
de Jermain Defoe, aunque a priori interesante, sonaba en la práctica a vieja
gloria en decadencia. Pero si hay un equipo que sabe adaptarse a lo que el
fútbol le plantee, ése es el Bournemouth.

En plena crisis de resultados, Howe jamás
perdió la calma ni dentro ni fuera del campo. Se había visto en situaciones
mucho más dramáticas en el lodo de la cuarta división, así que a él nadie le
iba a decir cuándo era el momento de perder los nervios. Y es que, ante la
falta de gol, aún guardaba un as en la manga de los que sólo los estrategas más
pacientes esperan a echar mano antes que desecharlos por las prisas: Callum
Wilson.

Howe fue probablemente el único con
confianza ciega en que un jugador que venía de romperse el cruzado en 2015 y
2017 sería el que revitalizaría a su equipo. El técnico no olvidó que, antes de
que su pierna se destrozara dos veces, había marcado 20 goles en la temporada
de ascenso a la Premier. Y le esperó y cuidó para que estuviera a punto en un
momento de máxima urgencia. Su regreso ha supuesto la enésima victoria de Howe
contra los escépticos: siete goles en 16 partidos y cuatro en las últimas siete
jornadas.

Con la figura del líder goleador
recompuesta, el Bournemouth se ha reencontrado con su identidad de equipo que,
aunque pequeño y sereno, asombra por su espíritu de lucha y divierte por su
valentía. Hombres que forman la columna vertebral como Steve Francis o Steve
Cook vuelven a ser capaces de sostener al equipo atrás, Aké es reconocible de
nuevo y apuestas de futuro como el escocés Ryan Fraser son ahora un bonito
presente.

Fue en la jornada 19 cuando los Cherries
cayeron de nuevo al descenso tras unas semanas rondándolo: un contundente 4-0
contra el Manchester City los hundió, coronando así una racha de siete partidos
de liga sin ganar. Desde entonces, David se ha arremangado para hacer frente al
Goliat que se ponga en su camino: ahora son siete los encuentros sin conocer la
derrota. Por el camino no sólo han mantenido a raya a rivales directos como
West Ham, Everton o Brighton, sino que han puesto patas arriba Londres con un
2-1 al Arsenal y un 0-3 al Chelsea.

En una temporada tan apretada como la
2017-2018 en la lucha por evitar el descenso –sólo tres puntos separan al
duodécimo del antepenúltimo–, este empujón del renacido Bournemouth prácticamente
confirma su permanencia otro año más entre los más grandes. Suman 31 puntos y
al agónico ritmo que marchan los de abajo, no sería de extrañar que la barrera
de la salvación bajara de los 40 puntos para moverse alrededor de los 35. Así
son los hombres de Howe: de verse peor que nunca a recuperar el estatus quo que
se merecen por convencimiento.

Quizás el mayor éxito de los Cherries sea
que el público les dé el voto de confianza incluso en su momento más bajo como
equipo Premier; que nadie se sobresalte al comprobar que sobreviven con mayor
solvencia que equipos de dimensiones infinitamente mayores. Que un club tan
novato ya no extrañe por su presencia en la división de oro es extraordinario,
pero estamos tan acostumbrados a que nos sorprendan que lo vemos como algo
normal. Y lo de estos tipos es una gesta continua.

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