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Aritz Aduriz, el rey de la selva

En las regiones ecuatoriales de la Tierra, el crepúsculo es grandioso pero muy corto. Como una gran bola de fuego, el sol se desploma, al atardecer, hacia la línea del horizonte. Sin solución de continuidad apenas, se pasa de la cegadora luz cenital y del calor intenso al fresco, vivificante y dorado ocaso. Los predadores nocturnos se disponen a su vez a iniciar su jornada. El despertar de la horda. Las fieras comienzan a ser peligrosas cuando no se las ve, cuando se las oye o se las huele pero no se sabe dónde están. Sólo entonces se desencadena el terror, el desconcierto, el pánico ancestral que buscan precisamente los leones para producir la desordena estampida. Cuando la tarde africana da paso a la noche, cuando rugidos entrecortados y toses ásperas vienen de no se sabe dónde en la abierta llanura, entonces comienza el juego de la vida y la muerte. Una vista bien adaptada a la oscuridad, el oído finísimo y un paso acolchado que le permite actuar en las llanuras abiertas. La viva imagen de la serenidad, la potencia y la elegancia. La esbeltez agresiva, la perfección funcional para la caza. Cuando se le oye rugir contra el cielo ardiente del crepúsculo, se disipan todas las dudas respecto al formidable guerrero que es.

La terrible ley que impera en las soledades salvajes africanas no es propia ni privativa de las tierras pobladas por animales feroces, sino que constituye la esencial característica de la vida: comer y no ser comido. El rey de la selva lo sabe bien. Capaz de desencadenar un verdadero torrente de energía durante un corto período de tiempo, como el magnífico testarazo que logró conectar en el pasado partido liguero frente al Real Madrid. La fiera, para sobrevivir y seguir amantando sus cachorros, para hacer frente a los dos imperativos básicos, la conservación del individuo y de la especie, perfora las mallas enemigas que se le pongan por delante. Y aunque durante largos tramos del partido puede pasar desapercibo, del mismo modo que el león africano puede pasar varias horas tumbado bajo la sombra de una acacia, bostezando o estirándose con envidiable satisfacción, como para proclamar su amor a Morfeo, al ariete donostiarra le bastan un par de segundos para activarse sin que las defensas rivales tengan tiempo de reaccionar.

A sus 34 años, Aritz Aduriz y su rugido siguen siendo la música grandiosa de las estepas de San Mamés. Tras su paso no demasiado fructífero por las sabanas de Mallorca y Valencia, el rey de la selva ha tenido que volver al lugar en el que creció para poder firmar sus mejores registros goleadores. Por el momento ya ha igualado los 18 tantos de la temporada pasada y salvo suceso paranormal, Aduriz está ante la mejor campaña de su vida en cuanto a goles se refiere. Cuando la voz atronadora de Aduriz rueda por el verde haciendo temblar la tierra y sus ecos formidables, desafiantes y poderosos, constituyen el más terminante pregón de propiedad territorial. Por si la voz no fuera suficiente, la llamativa y copiosa melena del león destaca como un gran semáforo rojizo o negro sobre el verde o el amarillo del pasto, para indicar a cualquier competidor y desde una distancia prudencial que aquel vedado tiene dueño.

Un jugador que a pesar de no ser demasiado alto (1.81cm) se eleva perfectamente, hasta el punto de que ningún otro futbolista de las grandes ligas europeas ha marcado más goles de cabeza (16) que Aduriz en los últimos tres años. Un nueve muy académico. Aunque es mucho más que eso. Su capacidad asociativa y facilidad para conservar el balón hasta que se incorporen sus compañeros es francamente buena. Su juego de espaldas es una maravilla y es una perfecta vía de escape para mandarle balones cuando el equipo sufre la presión rival. Su técnica de remate y capacidad finalizadora dentro y fuera del área es excelente. Pero como todo buen león, Aduriz vive en comunidad, rodeado de los suyos. Junto a otros machos alfa como Iraola o Gurpegi y junto a jóvenes cachorros como Iñaki Williams, Unai López o Guillermo, que comienzan a despuntar en el combinado de Ernesto Valverde.

Aduriz dispone un feudo particular, en el que marca cuidadosamente los límites y que defiende ferozmente de la invasión de los que no pertenecen a su familia o a su clan. Con una coordinación asombrosa de movimientos que le permiten actuar sobre una gama variadísima de presas: Levante, Napoli, Espanyol, Madrid o Celta ya han sido víctimas de sus zarpazos, y sin sus goles la escuadra de Bilbao estaría en puestos de descenso. Sus goles tienen una importancia capital, pues representan el 40% del total que ha logrado el Athletic: 10 de los 23 que ha logrado en Liga, 5 de los 10 que ha marcado en Copa y 3 de los 13 europeos. Es por ello que la posibilidad de volver a la selección cada vez cobra más enteros y Del Bosque ya se ha pronunciado al respecto: “Aduriz está brillando de manera extraordinaria”. Está llegando al tramo final de la temporada en plenas condiciones físicas y los dos goles anotados en las semifinales de Copa contra el Espanyol permitieron que el Athletic vuelva a presentarse en una final. Y una vez más, el Barça será el rival a batir. Además, el equipo ha reaccionado en Liga y vuelven a tener opciones de estar en la próxima edición de la Uefa Europa League.

Aunque lamentablemente, los leones africanos y los delanteros como Aduriz están en peligro de extinción. El hábitat natural del león sigue destruyéndose a un ritmo vorágine, la caza continúa en muchas zonas a pesar de que es ilegal y la reproducción lenta del león es otro de los factores a tener en cuenta. En los últimos 20 años, el número de leones ha disminuido un 50% y si no se toman medidas urgentes existe el riesgo de perder los que quedan dentro de los 15 años siguientes. Con Aduriz sucede lo mismo, los delanteros de su estirpe cada vez tienen menos protagonismo y la figura del falso nueve es la nueva moda. No obstante, en las sabanas de San Mamés aún disfrutan de un rey al que le quedan varios rugidos por regalar.

Vivo en Tamarite de Litera, una pequeña localidad de Huesca. Actualmente estoy cursando cuarto curso de Derecho en la Universidad de Lleida.

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