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Fútbol sudamericano

Zico, el sucesor

Cuando las leyendas deciden dar un paso al costado tras años de maravillar al mundo, queda un vacío que muchas veces es imposible llenar. Son demasiados los jugadores a los que se les cataloga –erróneamente- como los siguientes Cruyff, Maradona o Zidane después de algunos buenos partidos tras su debut, pero la gran mayoría termina cayendo de aquel pedestal cual hoja en otoño, ya que los zapatos les terminan quedando bastante grandes. Solo unos pocos elegidos logran sobrevivir ante tamaña exposición y presión, y quienes lo consiguen también terminarán convirtiéndose en leyendas, quizás sin tener que ser iguales a su predecesor. Uno de los casos más célebres fue el de un brasileño llamado Arthur Antunes Coimbra, el llamado “Pelé Blanco”.

Zico, como se lo conoce en el mundo del fútbol, nació un 3 de marzo de 1953 en Rio de Janeiro en el seno de una familia de ascendencia portuguesa sumamente apasionada del deporte rey. Incluso dos de sus hermanos, Antunes y Edu (este último también gran jugador y entrenador trotamundos), fueron jugadores. Es por ello que nadie se sorprendió al verlo patear sus primeros balones, ya que parecía haber sido predestinado para eso. Lo que nadie sabía era el enorme potencial que tenía Arthurzinho, quien sobrepasaría a sus parientes con creces.

El pequeño brasileño quiso llevar sus goles y su endiablada gambeta al América, justamente el club de sus hermanos, aunque para aquel entonces jugaba futsal en el River FC local. Su intención era probarse en el conjunto Diablo, pero durante un encuentro se salió, marcando la friolera de nueve tantos, lo que llamó la atención de un reportero, que insistió para que Arthur se probara en un equipo más importante, el Flamengo. 

Zico durante un partido entre Flamengo y Liverpool

Zico tuvo que prepararse muy fuerte para afrontar el reto de jugar en el Fla, uno de los conjuntos más populares de Brasil. Aprovechó sus años de adolescencia para mejorar físicamente y, a su vez, seguir una dieta que le permitiera estar al 100% de su potencial, algo que, sumado a su técnica depurada, hizo estragos. “Cuando tenía 15 años yo medía 1,55 y pesaba 47 kilos, pero en un par de años, entre el médico y el preparador físico, me hicieron aumentar 20 kilos y 16 centímetros. No, no era un problema de falta de nutrición, porque vivíamos modestamente, pero sin pasar hambre: simplemente aceleraron mi crecimiento” le contó a la revista El Gráfico.

Sus primeros dos años fueron cambiantes, ya que el entrenador paraguayo Manuel Fleitas Solich (figura del Boca de la Argentina en los años 30) confiaba ciegamente en él, algo que no sucedió con su sucesor, Mario Lobo Zagallo, quien lo relegó nuevamente por considerarlo joven. Recién en 1973 comenzó a afianzarse en el primer equipo y, desde entonces, desparramó su magia por toda una nación ávida de nuevos héroes tras ver como las figuras de México 1970 se iban despidiendo de la selección

“Más bien bajo y con una apariencia física endeble, aunque dotado de más fuerza de la que hacía suponer su tamaño, fue dueño de un juego poético que levantaba a los espectadores de los asientos con un regate o con uno de sus característicos pases al espacio vacío. Si la mayor parte de los jugadores dictan sus lecciones en prosa, él lo hacía en versos medidos. En el tránsito de los setenta a los ochenta, fue el que más se acercó a la concepción imaginativa de Maradona con un fútbol que parecía brotar de alguna fuente celestial y secreta. Además, era un maestro en el lanzamiento de faltas” escribirían sobre él J.A. Bueno Álvarez y Miguel Ángel Mateo en su “Historia del Fútbol”. 

Con su equipo logró hasta siete campeonatos Cariocas y tres torneos de Serie A, además de dar dos exhibiciones maravillosas en 1981, primero siendo el mejor jugador y máximo anotador de la Copa Libertadores que ganaron (y en donde marcó, inclusive, cuatro goles en los tres partidos que disputó ante el Cobreloa de Chile) y luego convirtiéndose en el MVP de la Intercontinental de aquel año, donde destruyeron al Liverpool de Bob Paisley con un 3-0 de antología. 

Zico, el icono de una Brasil sin suerte

Ya por entonces, Zico era, por lejos, el mejor jugador de la generación post-Pelé, siendo un asiduo de la selección desde 1976. Lamentablemente, le tocó ser parte de un equipo que no pudo alcanzar el objetivo final, el cual era, lógicamente, alzar el máximo trofeo. El fútbol de aquella Brasil fue maravilloso, sobre todo en sus versiones de 1982 y 1986, donde compartió vestuario junto con grandes nombres, como lo fueron Falcao, Sócrates, Toninho Cerezo, Junior, Muller, Careca o Alemao. Pero el fútbol tiene siempre esa pizca de imprevisibilidad e incluso los mejores pueden llegar a caer muy pronto. En España lograron sortear con éxito a la Argentina de Kempes y Maradona, aunque Paolo Rossi los mandó a casa en un triunfo de Italia por 3-2 memorable. Y en México, el golpe fue más doloroso, ya que estuvieron a nada de vencer a la Francia de Platini, pero el carioca, que era suplente de lujo en aquel torneo (debido a sus lesiones), erró una pena máxima, resarciéndose en la tanda de penaltis, aunque Sócrates y Julio César erraron los suyos para decepción de los amantes del jogo bonito. Sin embargo, aquellas desilusiones no disminuyeron el cariño que se sentía por esos conjuntos, verdaderos campeones en el imaginario popular.

Zico sorteando a un rival durante un partido de Udinese

Quizás la única pega del 10 sería la de no haber podido triunfar en Europa. Su único paso lo dio en 1983, arribando al Udinese. Su primera campaña fue mágica, iluminando la sonrisa de unos orgullosos hinchas que no podían creer la suerte que tenían. Aunque los dirigentes no apostaron por armar un mejor conjunto, por lo que aquel juego maravilloso quedó relegado al ostracismo, sobre todo en una segunda temporada en donde Zico pasaría gran parte lesionado o suspendido. Al final volvió a su amado Flamengo, aunque ya nada fue lo mismo, por lo que terminó sus últimos días siendo una de las veteranas estrellas de la flamante J League de Japón.

Cuando colgó las botas, despuntó su otra pasión, la dirección técnica, paso lógico entendiendo que él era un verdadero conocedor del juego, una extensión del pensamiento de los entrenadores en el estadio. Pero su carrera para nada fue común, dirigiendo en lugares como Japón, Turquía, Rusia, Grecia, India o hasta tomando las riendas de la selección de Iraq, dejando siempre su huella. 

“Su mala suerte en los Mundiales y su tardía llegada a Europa, ya con 30 años cumplidos, le impidieron ocupar un lugar aún más alto en el escalafón de la historia” dijeron Bueno Álvarez y Mateo, aunque muchos (sobre todos los hinchas del Fla) puedan descreer de estas palabras, ya que Zico fue y seguirá siendo el “más grande del mundo” por su despilfarro de juego, sus diabólicas gambetas, sus pases milimétricos y hasta sus exquisitos goles. Al final, el carioca no se convirtió en el «Pelé Blanco”, sino que fue la mejor versión de sí mismo. Y vaya versión.

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