Érase una vez, en Sudamérica, una pequeña nación con algo
más de tres millones de habitantes en la que no paraban de emerger, como si
de una fábrica se tratara, muñecos perfectos de guerra diseñados con el
único objetivo de luchar hasta el final por ganar un balón dividido. Allá en
los albores del fútbol, en los primeros compases del Siglo XX, estos chicos, ataviados
con zamarras de color azul celeste, no encontraron rival a su altura. Combinaban
la garra y la fuerza de la mayoría con las pinceladas mágicas de unos
pocos para conformar un batallón de 11 hombres sin parangón. Su nombre era Uruguay,
y sus hijos, menos que el resto pero creídos con el doble de valor,
fueron los primeros en ganar al mundo entero golpeando un balón, doblegando
incluso a los titanes en su casa, y se acomodaron en un estado de vida donde rendirse
no está permitido.
El futbolista uruguayo ha evolucionado encasillado con la
garra impregnada en su ADN. Aquel sentimiento de no negociar el esfuerzo
porque es, desde la lucha, donde puede mirar de igual a igual a aquellos que
tienen más posibilidades que ellos. Pero a veces, y no pocas, sale de
aquella fábrica de soldados un muñeco roto, defectuoso, que se escapa de
los parámetros establecidos y conforma un perfecto estilista, un goleador
innato, un mediapunta dotado de una calidad suprema que parece aunar y heredar
el talento de los mejores. Uruguay no ha sido solo la garra de Godín y Lugano,
el magnetismo de Arévalo Ríos, Ruso o el Cebolla Rodríguez ni la estridencia José
María Giménez o Sebastián Abreu. La celeste ha tenido la zurda de Recoba, la
pegada de Forlán, el talento de Francescoli, el hambre de Suárez y el olfato de
Cavani. Uruguay ha sido Schiaffino, Scarone y Odbulio Varela y ahora vive
en el punto de cohesión donde dos generaciones buscan recuperar el trono que
ostentaron hace ya casi 100 años.
Con el aplazamiento de la Copa América por el Coronavirus,
Uruguay se encuentra en una encrucijada. Podemos afirmar, sin miedo a
equivocarnos, que es posiblemente la selección más afectada por la pandemia,
que ha anulado la competición continental que iba a tener lugar en unos meses
para trasladarla a 2021. Si sus mejores jugadores ya iban a llegar a esta cita
veraniega entre dudas por rendimiento, esperar 12 meses más va a ser una
losa para las aspiraciones de los charrúa. Diego Godín, capitán muy
cuestionado por su temporada en el Inter de Milán, llegará a la cita que tendrá
lugar en Argentina y Colombia con 35 años y tras una temporada (la
próxima) que será una auténtica incógnita, pues su estancia en Italia no está
confirmada. Luis Suárez, a quien los problemas de rodilla han afectado
en los últimos cursos, lo hará con 34, la misma edad que su compañero en
la delantera, un Edinson Cavani que este verano podría condicionar
también su futuro a corto plazo. Su salida del PSG parece segura, pero no está
claro si volverá a Sudamérica, si se quedará en Europa o si probará las mieles
de la MLS. Una edad que también podrá afectar al guardameta Muslera, Stuani
o Lodeiro, que el próximo mes de julio tendrán 34 años (Lodeiro 32) y
habrán visto menguado su rango de acción.
No cabe duda que son futbolistas aún de primer nivel,
sobre todo en el caso de Godín, Cavani y Suárez, pero que en los últimos
meses han perdido su punch, su regularidad, y que han tenido que
medir esfuerzos para llegar a su mejor estado de forma. Que el tiempo no
pasa en balde (Cavani ha tenido seis lesiones esta temporada perdiéndose
más de 20 partidos y Suárez se operó en enero para no volver a jugar hasta el
torneo de selecciones) y que su rendimiento, es lógico, no sea el ideal el
verano de 2021.
Pero también que Tabárez cuenta con una de las mejores
generaciones que ha tenido a su disposición. Puede que no vuelva a tener
ningún delantero al nivel de los de Salto, pero sí un grupo de jugadores que
dará una mayor homogeneidad al once. Es el turno de los Valverde,
Torreira, Bentancur, Maxi Gómez o Arambarri, que tendrán que apretarse los
machos para darle un relevo generacional idóneo. Futbolistas habituales con el
Arsenal, Real Madrid, Valencia o Juventus que no deberán sentirse en
absoluto presionados, pues ya se han vestido de corto en los mejores
estadios del mundo y recoger el testigo del liderazgo.
Para ello habrá jugadores bisagra y nuevas promesas.
En el primer grupo, aquellos ya con mayor experiencia y un futuro todavía largo
en la celeste. José María Giménez, que pese a sus 25 años ya supera las 50
internacionalidades, Nahitán Nández, un baluarte en la medular o Matías
Vecino, experiencia en la Serie A para apuntalar el medio. También están
De Arrascaeta, cuyo crecimiento en los últimos cursos le ha provisto de una
plaza de titular a las órdenes de Tabárez y Coates, el tercero en discordia en
el centro de la zaga. A su lado habrá jugadores de los que se puede esperar lo
mejor y lo peor. El talento intermitente de Gastón Ramírez y Gastón Pereiro,
la polivalencia incansable de Laxalt y la eternidad de la que parece
dotada Martín Cáceres, mil veces renacido entre los muertos, otro parche
para todo que también llegará el año que viene con 34 años.
Mucho que esperar, aunque nada se puede dar por seguro, de la
generación que conquistó el Sudamericano Sub20 hace tres años y quedó
tercera en el Mundial de la categoría. Los Nico de la Cruz, Diego Rossi,
Mathías Olivera, Matías Viña, Rogel, Boselli o Saracchi, todos ellos ya
dando pasos de gigante en un fútbol profesional del que han desaparecido
Schiappacasse, Rodrigo Amaral y Ardáiz. Hay futbolistas que ya se lo han
ganado como Darwin Núñez, y otros que podrían aumentar la nómina visto
su nivel actual o su potencial. Los Nico López, Leandro Cabrera, Nicolás
Acevedo o Juan Manuel Sanabria, también talentos en las inferiores del país, y
los Damián Suárez, Brian Lozano y Brian Rodríguez, a un nivel que da
para pensar como futuribles de Tabárez en unos meses. Sea como sea, la
capacidad para fusionar lo nuevo con lo viejo, hace de la celeste una selección
capaz de lo mejor. 2020 habría sido el año idóneo para encontrar el equilibrio
entre la veteranía y la juventud. 2021 será un reto aún mayor. Aunque da igual.
Uruguay siempre compite.