Cuando Antonio Conte anunció su marcha de la Juventus, la opción de Massimiliano Allegri, la más factible, era también una de las menos atractivas para el aficionado. La Juventus acababa de vencer su tercer Scudetto consecutivo mientras el Milan, donde el técnico toscano había pasado los últimos años, terminaba de hundirse en la ponzoña en la que se encuentra actualmente.
Pues bien, qué importancia tendrá esto nueve meses después, cuando el señor Allegri ha llevado a su actual Signora hacia el cuarto triunfo consecutivo en Serie A, la final de Coppa Italia -que no gana la Juve desde hace dos décadas- y, por encima de todo, a un solo paso de la final de Champions League tras vencer convenciendo al Real Madrid. Algo habrá.
Precisamente este triunfo en la ida de semifinales lleva su seña. Por esa transición a la defensa de cuatro hombres culminada, dejando la de tres como un útil recurso; por ese planteamiento agresivo, adaptado perfectamente para cortocircuitar a su rival; por esa confianza en Sturaro, un chaval recién llegado del Genoa y que tendrá su importancia en un futuro próximo, para cubrir a Pirlo y dar libertad para correr a Vidal en la presión; por esa intensidad, ese ímpetu y ese amor propio para hacer insignificante la evidente diferencia de calidad entre ambos clubes.
Quizás la confianza en semejante éxito de Allegri en su comienzo como juventino era casi nula -el primer escéptico, quien aquí firma-, pero sus virtudes hacían presagiar, al menos, una mejora en esa especialidad que es la mayor competición europea. Al fin y al cabo, Allegri hizo competir de maravilla a un Milan completamente hundido y muy limitado técnicamente en momentos decisivos de la Champions League, estirando hasta lo utópico sus posibilidades.
Allegri lo ha conseguido y este triunfo ante el Real Madrid quedará, pase lo que pase, en su haber. También en el de Morata, espoleado ante el club que le dejó marchar, el del inapelable Tévez, el del incansable Vidal, el del futuro Sturaro o el del luchador Chiellini. Pero sobre todo en el de un Allegri que, no solo ha sabido aprovechar al máximo los magníficos mimbres que le dejó Conte, sino que ha terminado la cesta y el lazo lleva su nombre.