El fútbol es un deporte bellísimo. Seguramente el mayor espectáculo del mundo en un sentido literal. Un balón, 22 personas detrás de él y un árbitro que una vez da el pitido inicial abre un universo de posibilidades dando paso a cualquier tipo de suceso dentro del terreno de juego. Todo es posible y esa es la magia de este bendito deporte.
El fútbol da muchísimo que hablar antes, durante y especialmente después. Y es que siempre resultará más fácil juzgar lo ocurrido que anticipar lo que va a ocurrir. Son legión los que de un tiempo a esta parte explican lo que sucede en un campo en base a pizarras, líneas, posicionamientos, intervalos y demás jerga analítica. Ya me disculpará el sufrido lector si a un servidor le representa mucho más el que sabe explicar el fútbol en base a la psicología y estados de ánimo.
La psique y los sentimientos son la gasolina que nos mueve a diario y hace que podamos conseguir metas inalcanzables o hundirnos al mínimo revés. ¿Acaso son los futbolistas ajenos a esto? No lo creo.
Ya enmarcados en el plano emocional, y dejando los tecnicismos balompédicos e interpretativos a los que saben, tengo la firme convicción que todo el fútbol se podría explicar básicamente desde un pilar: la confianza. Esa dama que todos pretenden pero muy pocos saben tratar.
El fútbol es esencialmente una cuestión de confianza, y esta no es una cuestión baladí. La confianza tiene dos caras, la propia y la que te brindan los demás. La primera te da seguridad, la segunda te la respalda. Si una de las dos te falla estás bastante jodido.
El tener confianza en uno mismo y el que gente con peso dentro de una organización o grupo te brinde la suya son el motor del día a día de todo ser humano. Ocurre en la vida, ocurre en el fútbol.
Hablemos de la confianza en uno mismo. No descubro nada si afirmo que Gerard Piqué (34) se quiere. Se quiere mucho. Es un defensa central de época que más allá de lo que puedan opinar los demás conoce sus limitaciones y sus virtudes. Sabe gestionar y minimizar sus déficits, y potencia de manera quirúrgica sus fortalezas. La experiencia y la inteligencia ahí hace mucho, pero no cabe duda que el quererse a uno mismo debería ser obligatorio para poder afrontar tu día a día emocional y profesional.
Hablemos de la confianza que te brindan los demás. Pongo como ejemplo a Junior Firpo (24) y Francis Guerrero (24), dos futbolistas que hace dos o tres años volaban por las bandas del Benito Villamarín y levantaban de sus asientos a la sufrida parroquia del Real Betis. Ambos llegaron a sonar para la Selección Nacional. ¿Saben por qué? Porque había un señor llamado Quique Setién que les brindó su plena confianza sin mirar el DNI ni la hoja de servicios. Junior Firpo hoy en día es un jugador accesorio e intrascendente en un club que fagocita a los pusilánimes y a los que dudan. Francis Guerrero hoy en día está sin equipo y en el más pleno ostracismo. ¿El motivo? Seguramente que Quique Setién -la confianza- ya no está. El respaldo sin condiciones de alguien a quien respetas, admiras o quieres es agua. Y sin agua no hay vida.
La confianza te puede hacer volar, la falta de ella te puede hundir. La confianza que das por hecha se puede quebrar por un mal día, y recuperarla cuesta mucho, muchísimo. Hasta hace un mes el Sevilla era un equipo pétreo y ejemplar. Julen Lopetegui era el adalid del orden, del intervencionismo, del control y la solidez. Un mal día ante el Borussia Dortmund y todo lo que has logrado en el último año se empieza a tambalear como si de un seísmo de magnitud 9 se tratara. En los dos últimos partidos ante el Barça hemos visto una versión del equipo hispalense totalmente desconocida y frágil. El Sevilla ha pasado de roca a papel en un tiempo récord y sin motivo aparente. Cuestión de confianza.
Que Gerard Piqué, Sergio Ramos, Casemiro o Raúl García sean un peligro cada vez que pisan el área rival tiene mucho de físico y mucho de lectura de juego, sí. Pero tiene mucho más de confianza en uno mismo. La determinación de ir al cruce, al remate o al tackle y saber que vas a ganar el duelo, no es pizarra amigos. Es pura determinación. Es confianza. Es corazón.
Que Pedri, con 18 años recién cumplidos, juegue con la misma serenidad con la que un jubilado mira las obras con las manos cruzadas tras la espalda, tiene mucho de talento innato, sí, pero tiene mucho más de la confianza que le ha brindado Ronald Koeman y Lionel Messi. Pedri es un ‘elegido’, nadie lo pone en duda, pero alguien tenía que detectarlo y apostar ciegamente por él, hasta el punto de darle una ascendencia sobre el campo impropia de su edad. Messi reconoce en el canario a alguien de su estirpe y eso son palabras mayores. Eso te hace volar.
Os propongo un ejercicio muy sencillo. La próxima vez que queráis analizar un partido de fútbol y las consecuentes actuaciones individuales y colectivas, hacedlo desde el prisma emocional del sujeto y del grupo. Tal vez no podréis lucir como un gran erudito del balompié ni os llamaran a tertulias de mayor o menor nivel, pero os aseguro que la interpretación del mayor espectáculo del mundo será mucho más sencilla y divertida. Solo por eso ya vale la pena.
Imagen de cabecera: FC Barcelona
Papá de Miranda. Orgulloso hijo de gallego y asturiana. Dejé 13 años como abogado por fundar y dirigir Sphera Sports, con lo que ello supone. Asumo las consecuencias. Hice 'mili' en Pisa y en Bristol. Me gustan las orcas, los países escandinavos y un gol en el 90'.
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