En solo dos temporadas, Romelu Lukaku cambió muchos de los códigos antiguos de la Serie A en lo que respecta a los delanteros centro. Y ahora otros atacantes, también de origen africano como el belga, pero más longilíneos, recogen su testigo en el Calcio. Tammy Abraham, Rafael Leão o nuestro protagonista: Victor Osimhen. Velocidad, potencia que se impone también desde lo técnico o lo plástico, conducciones y desbordes cada cual con su formato particular, ya sea más errático, más agitador, más exterior o más destinado a poner de cara el juego, remate y poderío en el área como capacidades principales para amenazar tanto en zona de gol como desde lejos, asumiendo el juego directo, atacando espacios amplios o lanzándose a escaramuzas individuales que únicamente ellos son capaces de convertir en ataques de éxito.
Antes al delantero corpulento, más alto y más fuerte físicamente que la media, había que buscarlo exclusivamente en el punto de penalti y era el escurridizo, el pequeño, el que debía aprovechar la segunda jugada, atacar el área desde lejos o trazar los desmarques más largos o agresivos a la espalda de los centrales. Pero ya no. Y Osimhen es uno de los grandes representantes de este cambio de paradigma. Un nueve que transmite intimidación cada vez que recibe, reciba donde reciba, que desprende el aroma del peligro desde la mirada, que hace brotar la tensión de una amenaza de manera palpable y latente, aunque el cuero esté en ese momento lejos del arco rival o incluso lejos de sus botas. Y todo ello sin ser en absoluto el punta más técnico del mundo. Y todo ello desde la superioridad física para imponerse en los duelos en cualquier parte de la mitad de campo rival, para ganar la batalla desde el talento futbolístico con el que aplicar esa superioridad, desde la plasticidad para desarrollarla, desde la determinación para convertirla en la energía que mueve a los equipos: el gol. El preciado gol.
Un gol que puede llegar a través de la hiperactividad acotada o con una acción aparentemente aislada, a través de su enorme capacidad de salto en el punto de penalti o con su incólume aptitud para proteger la pelota con su cuerpo, sirviéndose de sus larguísimos brazos para girarse, llevarse el balón alimentándose de cada contacto en una carrera de fondo con todas las de perder pero en la que casi nunca pierde, en la que casi siempre rasca algo y en la que muchas veces obtiene el primer premio, antes de poner en funcionamiento esa zancada de velocista que marca brutalmente las diferencias, tanto en distancias largas como en rupturas cortas, contra tres a la vez o esperando el momento preciso para atacar al “monstruo” final.
Como en una peli de superhéroes. Como Spiderman lanzando su telaraña para colgarse de un edificio, y después de otro, y después de otro, solo que en el caso del nigeriano únicamente él es capaz de atisbar y alcanzar la azotea de esos rascacielos de los que se cuelga, sacando a relucir su capacidad arácnida, desplazándose como un ser biónico a la caza de un aparente ataque desesperado que él transformará en uno organizado, que él, en soledad, dotará de la condición de estrategia, de ataque 100% ideado y pensado, permitiendo a toda la estructura táctica colectiva funcionar incluso cuando no está funcionando. Una bendición caída del cielo.
Un delantero centro con conciencia ecológica, que transforma jugadas residuales en productos acabados. Voraz, felino, implacable e imponente. Con una mezcla de aceleración y potencia física extremadamente difícil de defender, al menos en la Serie A. Y con carisma. Con mucho carisma. Osimhen es pura entrega, un picapedrero, un incordio, pero también fútbol-alegría, desparpajo, sonrisa de gol. El delantero centro del Napoli es el líder del campeonato italiano en generación de goles esperados (xG) sin contar lanzamientos de penalti (npxG). Y lo es además, y a pesar de que aún es un nueve más de cantidad que calidad, convirtiendo mucho más de lo que genera (lleva 9 goles entre Serie A y Europa League con tan solo 5.3xG y únicamente 14 remates entre palos), como los grandes killers, gracias a la plasticidad antes comentada, a su gran coordinación, al ajuste de sus tiros y al preciado y precioso talento, intangible en esencia pero muy tangible en el marcador y en los puntos, de saber aparecer en los momentos decisivos, de saber cómo ganar los partidos, en definitiva.
A Victor Osimhen no se le puede perder de vista ni una décima de segundo, no se le puede soltar ni por un instante, pero es que incluso cuando el balón no termina llegando a sus pies es un futbolista peligrosísimo para el rival por su aptitud para picar al espacio, para amenazar en profundidad, para arrastrar marcas, para sembrar el pánico y, de paso, hacer que proliferen los espacios entre líneas para la aparición de los extremos y de los centrocampistas al balcón del área, favoreciendo en todo momento la fluidez, la verticalidad, las opciones de pase por delante del balón y el alto ritmo ofensivo que define a los de Spalletti.
El africano tiene recursos de todo tipo y necesita muy poco para sumar oportunidades de peligro y cifras. Conduciendo de cara es un jugador que acaba sacando múltiples ventajas en inferioridad aunque a veces parezca trastabillado, rematando en el área es un bomber vero y cuando tratan de encimarlo de espaldas para reducir su movilidad y margen de actuación —pese a que si hay un aspecto de su juego todavía por pulir es precisamente el juego de espaldas hacia los demás: los apoyos, las descargas, los toques delicados con la marca encima para poner de cara al equipo— también logra dejarte en el molde con la hipnótica maniobrabilidad de su privilegiado físico, para el que cada duelo de este tipo, cada metro que ganar al rival, supone un reto, una lucha, una misión. Primero la ganzúa para liberarse, luego los propulsores para distanciarse, después el martillo para golpear. Y el rival, en su formato individual y en su formato colectivo, acaba enmarañado en su letal telaraña. Sin escapatoria.
Osimhen lleva dentro de su fútbol la llama del gol como superpoder. Tal vez le picó una araña cuando era niño en su Lagos natal y sus consecuencias están apareciendo ahora a borbotones. Mientras sus enemigos van cayendo uno a uno, Victor sigue volando hacia lo más alto, impartiendo su particular justicia. La justicia del gol, una amenaza que con él en el campo pende de forma constante y permanente. Cerca o lejos de la portería, centrado o acostado hacia cualquiera de las bandas, de espaldas o de cara al juego, rematando por arriba o abajo. El Spiderman nigeriano siempre está ahí, dispuesto a hacerle la vida mucho más fácil a su equipo, dispuesto a ser la llave maestra que le abra al Napoli las puertas del siguiente nivel, ese que Osimhen ya ha empezado a atisbar por encima de la azotea de los rascacielos de los que se cuelga para avanzar a toda velocidad, ese que es del mismo color azzurro que su camiseta.
Imagen de cabecera: Victor Osimhen
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