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Recuerden, recuerden...

Hace no mucho, leyendo una excelente historia en uno de los libros que tuve a bien regalarme durante esta pasada navidad, encontré una historia que me dejó pensando durante varios días. En ella, el autor, el gran Toni Padilla, contaba la ya conocida y curiosa historia en la que, durante muchos puntos de la cruenta Primera Guerra Mundial, los bandos contendientes dejaban a un lado las armas, el odio y la rivalidad para ponerse a pugnar, con una pelota, por una jugada de gol. Decenas de ellos, entretenidos con un trozo de cuero atado, en un campo en el que la muerte dejaba de reinar por unas horas. Como digo, estuve unos días dándole vueltas a este misterioso hecho, en el que el balón conseguía unir personas que no podían estar más desunidas, en una época en el que el odio y la diferencia eran razón de peso para declarar la guerra al mundo. 

Sorprendentemente, me encuentro hoy día con noticias en las que el odio vuelve a ser portada. Insultos, cánticos, enfrentamientos… en una época en la que presumimos de globalización y de tolerancia, mezclamos al balón con estos casos de odio. Ese balón mismo que servía de excusa para la paz en los campos de batalla de otras épocas en Francia o Bélgica, como sirve hoy como esperanza para tantos niños y tantas niñas en este mundo que compartimos, se ve sin quererlo envuelto en un enfrentamiento que nada tiene que ver con porteros, defensas, medios o delanteros. Es un partido, el del racismo y del odio, en el que parece complejo encontrar árbitros y en el que siempre sobran participantes. Ese mismo partido que utiliza ese deporte que amamos para crearse razones que justifiquen su falta de juicio y tolerancia. En medio de esos pensamientos, en los que mi cabeza no encontraba razones para comprender el porqué de todo esto, valoro más los retos en épocas pasadas, en las que gente como Regis, Cunningham o Anderson demostraban con sus pasos que el mundo estaba cambiando, a pesar del rechazo y el sinsentido. A pesar de las balas recibidas en sobres, amenazando sus vidas y sus carreras. Ejemplos de vida y de amor al deporte, frente de muchos otros, que tras todos esos años, siguen queriendo usar el fútbol como arma.

Tengan por seguro, esos a los que aluden mis palabras, que el fútbol no dejará de ser ese ejemplo de unión en la primera gran guerra, ni esa esperanza en los pies de tantos y tantas, ni esa pasión amorosa en las gradas del mundo, entonando canciones de amor y no de guerra… ¿Puede haber algo más diverso que este deporte, que une en 90 minutos voces de todos los idiomas, manos de todos los continentes y camisetas de todos los colores?

Y recuerden, todos aquellos y todas aquellas que utilizan o han utilizado el fútbol como papel sobre el que escribir odio, y no olviden las palabras de Diego Armando: “La pelota no se mancha”. Pero si sucede, la seguiremos limpiando.

Valladolid, 1988. Social media. Periodismo por vocación y afición. Con el fútbol como vía para contar grandes historias. Apasionado del fútbol internacional y "vintage".

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