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Raúl García y los héroes de Peckinpah

El 1 de septiembre de 2015 Raúl García se despidió del Atlético de Madrid en rueda de prensa. Con lágrimas, voz quebrada y emocionado dijo adiós al club en el momento en el que gozaba de mayor reconocimiento. De forma humilde y sobria, consciente de cerrar una etapa. Sabedor de que había llegado la hora de marchar, se despedía de su gente y tomaba un nuevo camino con el cariño de un club cayéndole por los bolsillos.

En la década de los 70 Sam Peckinpah nos dejó varios westerns imprescindibles que deberían ser asignatura obligatoria en los colegios. Sus protagonistas diferían del arquetipo de héroe clásico capaz de montar a caballo, vaciar el revólver y salvar a la dama sin una maldita mancha en la sonrisa. En aquellas películas los personajes principales eran ladrones, asesinos o cazarrecompensas, tipos fuera de la ley con la moral en barbecho pero, a la vez, con principios a prueba de balas. Retorcidos o perversos, sí, pero fieles a sus principios. Aquellos individuos fuera de su tiempo eran mucho más cercanos al imaginario de los atléticos, a jugadores como Raúl García que parecen no encajar en el fútbol actual, que los héroes impecables. Porque cuando RG8 (no importa qué número luzca ahora en su espalda) juega en tu equipo la victoria tiene aroma a barro y sudor, y la derrota se lee en braille en su cuerpo. Porque futbolistas como él precisan tres tarjetas amarillas para sacarles del campo.

¿Sabes?, me decía Tino Callado, el viejo ex empleado del Calderón, un jugador así no requiere asesor de imagen. Todo lo que hace desprende fútbol: un disparo potente. Un salto de cabeza. Los puños apretados. El gol con rabia. Una entrada. La pierna dura. Sin tibiezas. Una piña con los compañeros. Protestas. Enturbiar hasta una partida de piedra, papel o tijera si es necesario. Y tanganas también, sí, pero me da igual, Raúl García siempre en mi equipo. ¿Los rivales? Es normal que detesten a un tipo que te pelea hasta el lanzamiento de moneda inicial. Pero en su interior, en el fondo, le respetan, te lo aseguro. ¡Es como un maldito héroe de Peckinpah, la clase de jugador que en el vestuario podría levantar por la pechera al mismo compañero por el que se dejaría partir el alma en el campo!

Llegó al Calderón en el verano del 2007 con veintiún años recién cumplidos y el aval de setenta partidos y una decena de goles en primera división con Osasuna. Fuerte, combativo, gran golpeo de balón con ambas piernas y hábil cabeceador, Javier Aguirre con quien ya había rendido a gran nivel en Pamplona, le reclamó para el Atleti, por lo que había pocas dudas sobre el acierto de su fichaje. Pero la ilusión inicial se fue difuminando y no alcanzó el nivel exhibido con los navarros en ningún momento. ¿Motivos? Hay para elegir: del cambio de rol en su llegada a un vestuario con figuras como Forlán, Agüero o Simao, hasta la errática marcha del equipo al que Aguirre nunca llegó a coger el pulso. Pero, sobre todo, su cambio de posición en el campo, asignándole labores más organizativas y alejadas del área. Con los partidos y temporadas, se fue diluyendo fuera de su posición también con Abel o Quique Flores. Rascó banquillo en muchas ocasiones. Sustituido en otras. Pitado y ninguneado en algunas más. Aún así acabaría participando de titular en los dos títulos europeos del 2010. Pero pese a perder protagonismo nunca rehuyó ningún choque ni se le recuerdan tibiezas, a pesar de convivir con la indolencia de algún compañero al que bastaba una buena actuación para gozar de bula por parte de la misma grada a la que luego mandaba a ver espectáculo a la Gran Vía. De esta primera etapa casi quedó como mayor recuerdo el arranque de orgullo en un derbi cuando le exigió respeto a Cristiano Ronaldo tras una espaldinha, con exquisita dicción navarra  –eso no lo haces con cero a cero. Te suelto una hostia gilipollas-.

Un año cedido en Osasuna. Un teórico paso atrás para avanzar dos. O tres o cuatro. Reencuentro con su juego, con los goles, y vuelta al Atlético donde Simeone, rápidamente le hizo sitio en su Grupo Salvaje. Si a William Holden le bastó una mirada y un gesto para reunir a la banda y enfrentarse a medio ejército mexicano, el Cholo no precisó más para reclutar a Raúl García en su ejército. Si Bob Dylan encajó una magistral banda sonora para “Pat Garrett and Billy the Kid”, el navarro supo interpretar como nadie la partitura del Cholo en un equipo más dado al esfuerzo que a la lírica. Y a partir de ahí, la mejor versión del navarro en el Manzanares.

Y no porque lo tuviera fácil. Raúl García regresó a un equipo ensamblado, reciente campeón de Europa League. Paciente, esperó las oportunidades que no tardaron en llegar. Partiendo desde banda derecha o por detrás del delantero se convirtió en el soldado preferido del Cholo, para desatascar partidos –aquel cabezazo en Valencia valió media liga– o para blindar resultados. Y aunque en muchas ocasiones fuera suplente o ni convocado, nunca se le vio un mal gesto. Tanto es así que la declaración más controvertida que se le recuerda fue un “Buenas Tardes” en Rusia. 8 grados bajo cero marcaba el termómetro.

El premio a su esfuerzo le llegó en forma de goles y reconocimiento de la grada. Participó en casi todos los partidos importantes, vaciándose en cada uno de ellos y con tantos como el de Valencia que dio un mordisco crucial a la Liga, o en la Final de la Supercopa ante el Madrid. Para Raúl García su día en la oficina es trabajo sin concesiones. Aportar goles, esfuerzo y compromiso, con humildad. Tanto que su mayor excentricidad pasa por la final de Europa League de Hamburgo, cuando en las celebraciones lució la camiseta de su compañero y amigo Sergio Asenjo, lesionado de gravedad pocos días antes. Por el camino, más de doscientos partidos de Liga. La internacionalidad. Record de partidos en competiciones europeas con el Atleti. Seis títulos. Y el orgullo de llevar en algunos partidos el mismo brazalete de capitán que, casi de prestado, pocos años antes otros necesitaron darle tres vueltas al brazo por lo holgado que les quedaba. Un jugador tan de club que dos veces se marchó del Atleti y las dos lo hizo sin molestar.

El próximo domingo Raúl García volverá al Calderón y lo hará en otro bando. No hace mucho tiempo que la ley era yo y trabajaba para Chisum. Y Pat era un forajido. La ley es una cosa curiosa, ¿verdad?, reflexionaba Billy the Kid. El personaje se reencuentra con su ex compañero, pero ahora en bando contrario, como los jugadores que vuelven con otra camiseta. Es indiferente el escudo del navarro ese día porque lo defenderá con la misma dedicación y profesionalidad con que siempre lo hizo en el Atleti, aunque sea contra sus antiguos compañeros, tal y como Pat Garrett o Deke Thornton dispararon a sus antiguas bandas. Y dará igual la camiseta que luzca porque el Calderón le ovacionará, en uno de esos momentos sinceros en los que el público agradece a un jugador su juego, su entrega y su honradez, y el hecho de que lo único que nunca regateó fue el esfuerzo.

Los héroes más recordados son los que se dejaron la vida en el campo de batalla. El Grupo Salvaje de Pike Bishop se convirtió en leyenda tras la batalla de Aguas Verdes en que pelearon hasta morir. Y su leyenda en mito cuando al final de la película, en forma de recuerdo onírico, aparecían cabalgando juntos de nuevo sonando la melodía de La Golondrina. Quizás por eso, me reservo para mí la imagen de Raúl García tras la final de Champions League en Lisboa. Entre mis propias lágrimas distingo a un jugador exhausto, vaciado, dando asilo al llanto para su intimidad, que sube las escaleras y recoge la amarga medalla de subcampeón. Con las fuerzas justas para arrastrar las botas y quitarse la medalla. Y veo su imagen marchándose, a cámara lenta. Y me parece verle cabalgando junto al resto de su Grupo Salvaje, derrotado pero inmortal, con la misma banda sonora de fondo, abandonando el campo con el orgullo del que lo ha dado todo a los suyos. Un día más.

Alter ego de Pablo Albert Martínez y José Felipe Alonso Simarro (29-12-78. Sí, los dos). Pasión por el Atletico de Madrid y el cine. Y es que las comedias, los dramas, las emociones y las tragedias siempre nos sedujeron.

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