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¿Quién fue Michael Owen?

Cuando en 2001 Michael Owen recibió el Balón de Oro como mejor jugador del mundo, en España aquello sentó como una patada en la entrepierna. Durante dos décadas hemos crecido con la idea de que el jugador británico le robó el trofeo a Raúl González, pero, ¿es esa la teoría que sostiene el mundo entero o sólo permanece en la memoria de quienes querían al 7 del Real Madrid por encima del joven jugador del Liverpool, enfrascados en un ansia por conseguir un entorchado individual que en el país solo había levantado Luis Suárez y que ya muchos ni recuerdan?

De Michael Owen habrá que quedarse únicamente con sus hazañas sobre el campo, tan inverosímiles como efímeras, pues llegó un momento en su carrera, siendo aún muy joven, cuando las lesiones le obligaron a reciclarse en un futbolista que nunca había sido (y que detestaba ser) y menguaron su capacidad de vacunar rivales. Y es que dice mucho de un jugador que ha dado tanto y que ha sido tan sumamente bueno, no haber dejado una buena impresión en prácticamente ninguno de los equipos en los que ha estado. En Liverpool, donde se crió y dejó los mejores años de su carrera, jamás perdonarán que eligiera al Newcastle a su vuelta a la Premier en vez de a ellos… y que después firmara por el eterno rival, el Manchester United. En Newcastle nunca olvidarán cómo, teniendo el mejor contrato de la plantilla, se borró de los dos partidos decisivos en la lucha por el descenso esgrimiendo que, si se lesionaba, nadie podría firmarle libre en verano. En el Stoke también recordarán que llegó para jugar un solo año y llevárselo muerto y en el Real Madrid estuvo tan poco tiempo (y siendo el jugador número 12) que fue el galáctico menos sonado.

Que Michael Owen era un talento precoz quedó claro desde el día de su debut. Perdía el Liverpool 0-2 ante el Wimbledon (hoy refundado MK Dons) y se le escapaban las opciones del título cuando Owen, de 17 años, con el dorsal 18 (aunque la camiseta era tan grande que el número le llegaba más abajo de donde la espalda pierde su nombre) saltó al campo para recibir la bienvenida particular de Vinnie Jones. Un cuarto de hora más tarde, ya había debutado como goleador profesional. Su ascensión en sus primeros años fue meteórica, hasta el punto que en la 1997-1998, su primera temporada completa, marcó 23 goles, dio 11 asistencias y se ganó un vale para debutar con la absoluta y para darse a conocer de manera internacional en el Mundial, donde su actuación ante Argentina fue más que sonada. Su gol dejando sentados a Chamot y Ayala, previo control de espuela, seguirá viéndose durante años como una de las mejores obras en citas mundialistas. 

Pero su temporada clave fue la 2000-2001, aquella en la que ganó absolutamente todo lo que jugó para erigirse como mejor jugador del mundo. Ya había logrado premios de Máximo Goleador y Mejor Jugador en la Premier League, por lo que no fue sorprendente en las islas que ese asesino con cara de niño fuera también galardonado en títulos internacionales, sobre todo por su capacidad para ser importante en momentos decisivos. Para la opinión popular, tuvo mucho que ver el simple hecho de que el Liverpool levantó en 2001 la FA Cup, la Curling Cup, la Community Shield, la Copa de la UEFA y la Supercopa de Europa. Cinco títulos, con cuatro exhibiciones del inglés, que hicieron más empuje que el de un Raúl que, si bien un año antes y un año después había ganado la Champions League, en la 2001 sólo conquistó La Liga y la Supercopa de España. Owen anotó un doblete en la final de la FA Cup ante el Arsenal (que sirvió para la remontada final por 1-2), metió también el gol de la victoria ante el Manchester United en la Community Shield, dio una auténtica exhibición en la final histórica de UEFA ante el Alavés y anotó el tanto decisivo en la Supercopa de Europa (siendo elegido Mejor Jugador del Partido) ante el Bayern de Múnich. 

Su actuación en esos cuatro partidos decisivos (en la Carling Cup, pensada para los menos habituales, no jugó) fue decisiva en una votación que se basaba en el hacer en año natural, donde Owen metió 31 goles, por los 39 de Raúl. Que Raúl hizo un año natural buenísimo es innegable. Que Michael Owen estuvo al mismo nivel, también. Que a Raúl le pesó el no haber disputado finales donde no haberse lucido de manera individual, en un año sin competición de selecciones, fue lo que decantó la balanza sobre el inglés. Poco importó que el español tuviera una mejor nómina goleadora individual, pues para eso hay otros trofeos (Larsson, Crespo y Shevchenko coparon la Bota de Oro 2000-2001), pero es cuanto menos discutible asegurar que el Balón de Oro de Michael Owen fue un robo.

Y como el inglés era un jugador de tronío, tras años intentando ganar una Premier League imposible para el Liverpool, Florentino Pérez acomodó su fichaje como el del último de los galácticos. Owen llegaba a un territorio prohibido, pues en la delantera era impensable sentar tanto al propio Raúl (capitán) como a Ronaldo (la estrella), y acabó, dejando un muy buen sabor de boca, siendo el jugador número 12 de Luxemburgo (aunque la temporada la empezó Camacho y luego García Remón), pero dando un gran rendimiento, incluso mejor que el de su titular. Mientras Raúl hizo 13 goles en 3492 minutos, el inglés logró 16 tantos en 2400

Su caché exigía ser titular, por lo que toda Inglaterra se frotó las manos cuando se le colgó el cartel de transferible. Y aunque el Liverpool contaba con la posición delantera, nunca se sabrá muy bien si fueron los cantos de sirena del Newcastle, que pagaba más, o la decisión del propio Rafa Benítez, que tenía la delantera bien cubierta. El caso es que la herida que Owen dejó ese verano en Liverpool se abrió mucho más tiempo después. El Newcastle, que juntó jugadores como Shearer, Solano, Milner o el propio Owen, tenía como idea asaltar la Premier League de nuevo, siendo cabeza visible como había hecho años anteriores, pero en el norte de Inglaterra Owen vivió los peores años como futbolista. Sufrió problemas musculares (las roturas de muslo le trajeron de cabeza) y más tarde se partió un dedo del pie. Dejó de lado al club para llegar al Mundial 2006, donde al tercer partido se rompió el cruzado, en otra imagen suya que pasará a la historia de los mundiales, gateando desde dentro del campo hasta salir por la línea y quedarse llorando en solitario. Solo tenía 26 años, pero el Michael Owen rápido, eléctrico, imprevisible e imparable en carrera había desaparecido. Su cambio de ritmo se esfumó y se tuvo que reciclar como futbolista. Su último año en Newcastle le acabó sentenciando. Se marchó por la puerta de atrás (terminaba contrato) cuando el Newcastle perdió la categoría. Años después se enfrascó en una disputa personal con Shearer (entonces entrenador del club) que aseguraba que había acordado con el dueño no jugar los dos últimos partidos (el Newcastle descendió en la última jornada) porque si se lesionaba, quedando libre, nadie le iba a querer firmar. 

Se fue al Manchester United, donde Ferguson le convirtió en una especie de Solskjaer en los tres últimos años útiles de su carrera. Liverpool nunca le perdonó la traición y Manchester no olvidó sus orígenes, ni siquiera por haber logrado alguno de los goles más celebrados en aquellas campañas. Acabó su carrera como un futbolista oportunista de área, estirando el chicle hasta la 2012-2013, donde el Stoke City le dio la última alternativa de su carrera. Sólo jugó nueve partidos antes de colgar las botas. Admitió querer haberlo hecho mucho antes. No podía soportar no solo las lesiones, sino la simple idea de hacerlo. Le cogió miedo. “Los últimos siete años de mi carrera los odié. Deseaba retirarme. El que estaba en el campo no era yo. Mi estado mental ni siquiera me permitía chutar o esprintar. Sabía que me iba a romper y entonces me escondía en zonas del campo donde no me llegara el balón. Michael Owen. Un futbolista superlativo hasta los 26, un Balón de Oro precoz al que se rifaban las multinacionales y al que una compañía fabricó un videojuego propio con su nombre. Una vida futbolística partida en dos y repleta de turbulencias.

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