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Ciclismo

Peter Sagan, el arcoíris más merecido

No le hace falta ganar un Monumento. No le hace falta ganar una gran clásica o una etapa del Tour. Directamente no le hace falta ganar para demostrar que es uno de los mejores y más completos ciclistas de la actualidad. Sin embargo, su valentía, su constancia y su dedicación sobre la bicicleta no se merece quedar sin premio. Y Peter Sagan, vestirá de arcoíris.

Ha sido la etiqueta con la que, con bastante justicia, Peter Sagan ha tenido que cargar durante los últimos dos años: sus cada vez más evidentes dificultades para conseguir el triunfo. En el Tour de Francia, en las grandes clásicas primaveriles, en los Monumentos ciclistas -Roubaix, Flandes, Sanremo- en los que con insistencia y valor ha buscado el triunfo sin éxito todavía.

 

Siempre señalado, siempre favorito, siempre vigilado pese a su insultante juventud después de su esplendorosa aparición en el panorama ciclista de élite. Una presión que posiblemente le ha lastrado en momentos claves de las principales carreras. Solo el triunfo en Harelbeke 2014 y una etapa en la última Vuelta -sin apenas rivales- han destacado en su palmarés en los últimos 24 meses.

Pese a ello, consciente de sus virtudes y defectos, Peter Sagan nunca ha cambiado su actitud en carrera. Nunca se ha escondido, siempre al ataque aunque quizás no fuera lo más conveniente dada su fantástica punta de velocidad. Siempre honrando este deporte tantas veces maltratado desde dentro en cualquier situación, escenario, recorrido, llano o montañoso, clásica o gran vuelta, de gran calibre o más modesta. Muchas veces le ha salido mal, ha acumulado un increíble número de puestos de honor que demuestran su versatilidad, bastantes derrotas cuando partía como gran favorito.

Y el éxito, más cuándo se tienen apenas 25 años, termina llegando. Siempre llega cuando se afronta cualquier carrera con una mentalidad ganadora. Y llega con honor. Por eso las victorias de Peter Sagan siempre son dignas de recordar.

 

Peter Sagan, solo ante el peligro como tantas otras veces, podía haberse reservado para el final, confiando en su sprint. En un circuito discreto de dureza como el de Richmond y en el que afortunadamente los continuos movimientos de neerlandeses y belgas -Boonen protagonista- y otros trotones del pelotón como Phinney, Siutsou, Stannard o Kwiatkowski, el eslovaco aprovechó el único punto dónde se podían crear unas mínimas diferencias.

Y así fue cómo, sobre la adoquinada calle 23 de la capital de Virginia, Peter Sagan atacó, distanció al bravo Van Avermaet y consolidó su ventaja en el posterior pequeño descenso y un par de curvas -otra de sus múltiples especialidades- antes de la agónica recta de meta. Con suficiencia, mirada a los lados orgullosa, brazos abiertos y sonrisa pícara, Peter Sagan se hacía con el merecido premio a un estilo. Y un premio al buen ciclismo.

Madrid, 1993. Oscense de adopción. Editor en @SpheraSports. Combino Calcio y ciclismo con todas las consecuencias.

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