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Pesic, Eneas y la musa de los mil ojos

Vitoria (España). Las
gradas azulgranas del Buesa Arena gritan a tumba abierta. El equipo de sus
amores está desmembrando al FC Barcelona, enemigo natural del conjunto vasco.
Una paliza de época que estaba tomando forma de juez, jurado y verdugo. En el
banquillo culé, Alfonso Alonso se sienta, absolutamente agotado de tanto gritar
y gritar sin obtener, al menos, un tercio del resultado esperado. Los rostros
del plantel culé dibujan un siniestro retrato más propio de un pelotón de
fusilamiento.

Con la temporada a punto
de alcanzar su primera mitad, el Barça vive la muerte más cruel y dolorosa de
su historia. Un club mítico reducido a un papel cómico, a aceptar el eterno rol
de bufón, una deshonra tras otra para llegar al infinito. La cúpula, un
reducido grupo de hombres carentes de talento para la gestión, suda la gota
gorda en un despacho del Palau Blaugrana. Allí, el oxígeno está enrarecido, el
café es achicoria y el aire acondicionado ni tan siquiera funciona. Albert
Soler y Nacho Rodríguez se miran como Meryl Streep y Clint Eastwood en el final
de ’Los Puentes de Madison’, solo que estos no se quieren, se necesitan para
seguir viviendo un día más.

Han tomado una decisión,
una que debería haber llegado en diciembre. Sito Alonso debe ser despedido
fulminantemente, apartado del redil como un apestado. Tras descolgar el
teléfono, un hilo invisible, a modo de cordón umbilical, une los destinos de
tres hombres apenas diez segundos después. Desde su piso, Alonso toma el recado
de acudir a la ciudad deportiva a tener una charla con los dos elementos arriba
mencionados. Tarda poco menos de un suspiro en ducharse, elegir unos vaqueros
de su armario y un jersey a juego. Sabedor de su destino, Sito cruza el umbral
de la puerta con la mirada perdida, como José Coronado en ‘La Vida de Nadie’.

Una hora después, el ya
destituido recoge los bártulos de su despacho, uno que huele a fracaso y
soberbia. Eso sí, la cama anexa al mismo está hecha de forma impecable.
Cualquiera diría que los empleados de la limpieza han llegado antes de lo
previsto. Nacho Rodríguez toma el mando de la situación, diciendo un nombre que
rompe por completo las escasas ideas baloncestísticas que el cerebro de Soler
puede procesar: Svetislav Pesic.

¿El viejo? Un momento,
igual se ha equivocado y quería decir otro nombre. Démosle una segunda
oportunidad. Nada, que Rodríguez repite el mismo mantra. Se dan unas horas para
llevar a cabo las llamadas pertinentes. Mientras tanto, Alfred Julbe es el
primer premiado. Julbe, el eterno. Un técnico que a comienzos de siglo abandonó
la élite para compartir su sabiduría con los más jóvenes en las categorías
inferiores de nuestro baloncesto. Sabe que la vida eterna sólo dura un rato,
uno que aprovecha para ser fiel a su personalidad. Honor.

Vestido con sus pantuflas
del Mundial 2002, un hombre de avanzada edad oye el crepitar de la madera
mientras ojea una biografía de Alexander Gómelski, el entrenador más prolífico
de la historia de Europa. Un Whatsapp rompe la armonía de tan idílica escena.
Le cuesta deslizar la pantalla y desbloquear el móvil siguiendo el patrón que
él mismo ha establecido. Un mensaje de Nacho, qué raro. Se felicitan las
fiestas y poco más, aunque le tiene un cariño especial, bien sabe él por qué.
Dos palabras, en castellano y tan directas como una mirada en Kapital. “Te
necesitamos”.

Hasta tres veces tiene
que enviar la contestación con sus correspondientes asteriscos para hacerle
saber al receptor que se ha confundido. Le pide a gritos a la asistenta que
prepare una maleta con poca ropa, mientas descuelga un teléfono de
coleccionista para llamar a su agente. Sí, Pesic conserva aún vinculación con
el baloncesto. Le dice que saque dos billetes para Barcelona y, si es posible,
para mañana mismo. Y temprano, que madrugar es uno de los pocos vicios que
tiene.

Un escueto comunicado es
puesto en conocimiento de la opinión pública a través de la página web del club
y las redes sociales del mismo. Una formalidad. El FC Barcelona ha decidido
rescindir el contrato de Alonso, dejando el primer equipo en manos de Julbe
hasta nueva orden. La jauría estalla de alegría, o más de bien de elocuencia,
si es que alguien puede hacer eso.

El comandante del vuelo UX7425
anuncia hasta en tres idiomas que el avión está tomando tierra en el aeropuerto
de Barcelona. Ni diez pasos da Svetislav cuando un hombre de mediana estatura, débil
salud capilar y fantástica educación le reconoce a la vez que le solicita una
foto. Cuando el flash sale disparado, el fan pregunta la razón por la cual se
encuentra en la ciudad condal. Pesic sonríe, dribla su cuestión y dice que
ocio. Al póker no podría jugar. Esperando el taxi, un estudiante de periodismo
becado de una conocida emisora catalana, cree ver al mito y envía una nota de
voz a su jefe. Éste no titubea, le demanda que siga en otro taxi al vehículo
donde se ha montado el supuesto sujeto.

Tras veinte largos
minutos, las puertas del Skoda se abren, dejando salir al croata. Al lado del
ya mítico escudo del Barça, los sudorosos Rodríguez y Soler esperan para
estrechar la mano del viejo. Le comunican que necesitan su ayuda de forma
inmediata, al menos hasta final de temporada. No duda un segundo, eso sí, exige
una serie de requisitos que la pareja concede sin rechistar. Pasadas dos horas
y tras comer un exquisito pastel de carne, Pesic habla con sus ya jugadores
unos minutos. Los suficientes para hacerles ver que las tonterías se han
acabado.

La Copa está a la vuelta
de la esquina. La última oportunidad, posiblemente, de ganar un título este
año. No tiene tiempo para preparar como le gustaría al equipo, ya que tan sólo
dispondrá de un partido (ante Bilbao Basket en el Palau) como director de
orquesta antes del reto en Gran Canaria. El equipo arrasa a un equipo vasco en
horas muy bajas, así que pocas conclusiones se pueden sacar. 72 horas después,
un vuelo con destino a las islas afortunadas surca los cielos. En pleno viaje,
Pesic cae rendido por el sueño acumulado en estos últimos días. Por un momento,
y consciente de que está en un mundo imaginario, cree estar pisando los
infiernos. Allí, la voz de su padre retumba hasta llegar a su médula espinal.
Un par de frases en su idioma natal son suficientes para hacer entender al
técnico que está allí puesto por Morfeo, pero llega a comprender que su destino
es darle una última alegría al hogar donde más feliz fue. Un Eneas balcánico.

Empezar un torneo tan
exigente ante Baskonia no era, ni mucho menos, la mejor forma. Pero esto es
así, para ganar hay que doblegar a los mejores. La charla antes del inicio fue
muy al estilo del serbio. Tranquilo, con tres-cuatro conceptos muy específicos
que quiere dejar claros. Una rotación corta, con sólo un puñado de jugadores
autorizados para disputar minutos. Todos tienen claro que con Pesic sí hay buen
rollo, que de verdad creen en un tipo que lo ha ganado todo y que sabe
gestionar los egos, incluido el suyo propio.

Los cuartos de final
fueron a cara de perro, una guerra de guerrillas con el fantasma de las
vacaciones pasadas. Ese mismo equipo vitoriano que no hace mucho había
apalizado a los culés en la Liga Endesa. Nadie creía capaz al club catalán de
poder pasar a las semifinales. Pero el deporte de élite, y sobre todo la Copa
del Rey son así. Cuando el juego colectivo parecía una quimera, el Barça se
conjuró, lo bordó en ataque y no se asustó cuando Shengelia y Beaubois
amenazaron con regresar. Pedro Martínez a duras penas pestañeaba, al igual que
toda la legión de seguidores baskonistas que habían viajado a Gran Canaria,
pero el Barça, el cadáver más caro del baloncesto nacional, les había echado de
la Copa.

Otra de las deficiencias
del sistema azulgrana en la primera mitad de la temporada había sido,
precisamente, la falta de consistencia mental cuando el público rival apretaba.
Buena prueba sería el Gran Canaria, anfitrión de la Copa y rival en semifinales
tras deshacerse de un mermado Fuenlabrada sin muchas complicaciones. De nuevo,
otro mayúsculo partido de los pupilos de Pesic, maniatando a un equipo local
que creyó más con el corazón que con la mente, y cuyo momento más lúcido lo
firmó el exazulgrana Eriksson con un cinco de cinco en triples y 17 puntos en
un suspiro para cerrar el segundo cuarto. Tras la reanudación, no hubo partido.

Bilbao, Baskonia y Gran
Canaria. Tres pruebas, no todas de la misma entidad, que servían para
certificar un cambio de rumbo, pero la verdadera piedra en el camino la marcaba
el Real Madrid, vigente campeón y enemigo por excelencia. Pesic masca chicle,
pero su rostro apenas muestra un atisbo de nerviosismo o preocupación más allá
de la cita en sí. Ha ganado todo lo que un coach
puede ganar en Europa, tanto a nivel de club como de selección. Él ha venido
aquí a salvar a un equipo y lo va a hacer. El resto es paja.

Los primeros cinco
minutos de final nos dejan al Barça más conocido del curso, ese que perdía
pelotas sin sentido y dejaba al rival jugar a placer. Con un +8 para el Madrid,
un tapón salvaje de Hanga a Rudy deja la sensación de haber cambiado algo en el
partido. En efecto, desde ese momento asomados al abismo, los culés cierran el
primer cuarto estando en partido y se marchan al descanso con ventaja de seis
puntos.

Laso duda sobre cómo
afrontar el partido, no da crédito a que la reacción culé pueda tener tanta
vigencia. Pero el tercer cuarto no sólo confirmó que Pesic había tocado la
tecla, sino que los jugadores se lo creían de verdad. El gigantesco marcador
del Gran Canaria Arena mostraba, sin error informático ni hackeo, un +18 para
el Barça. El Madrid pega el último arreón, uno que hizo tambalear la fe de un
grupo hasta ahora espartana. Voló el tiro de Causeur, no señaló el colegiado la
falta de Claver sobre Taylor y el Barça se proclamaba, tres años después,
campeón de un título grande.

La fiesta se desarrolló
en varios escenarios. El primero, en el Gran Canaria Arena cuando todo se
vació. Después, en el avión de vuelta a Barcelona. Por último, en la cena del
equipo con los suyos. Todos sonríen, pero hay un hombre que, simplemente, mira
a sus chicos con cara de satisfacción y deber cumplido. Siete décadas de vida y
un puñado de títulos encumbran el legado de un entrenador histórico en el viejo
continente. Trece años y medio después de su marcha, Pesic volvió al Palau para
resucitar a un equipo irrisorio. Fuera de Europa, ahora el objetivo será
intentar dar el golpe en la Liga, donde el Real Madrid, animal herido, es más
favorito aún si cabe cuando vuelvan en plenitud Ayón y Llull. Hasta entonces,
gracias viejo.

Periodismo. Hablo de baloncesto casi todo el tiempo. He visto jugar a Stockton, Navarro y LeBron, poco más le puedo pedir a la vida. Balonmano, fútbol, boxeo y ajedrez completan mi existencia.

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