“Si hace unos años me hubieras dicho cómo iba a ser mi
vida hoy, me habría encendido un cigarrillo, me habría reído de ti y te habría
tomado por un loco”. Nacida en República de Irlanda y con los 31
años recién cumplidos, Orla Walsh ha visto cómo su vida ha cambiado
radicalmente en el último lustro gracias al deporte y, en concreto, a la bicicleta.
En 2015, se trataba de una ciudadana normal en las Islas, llevaba un estilo
de vida nada saludable y su último recuerdo de práctica del deporte databa
del colegio. Hoy es una de las perlas de la Federación Irlandesa de Ciclismo y
su nombre sonaba para ir a los JJOO de Tokio en caso de haber clasificado antes
de que la pandemia todo lo parase.
Todo comenzó en 2015, cuando tras inscribirse en un Máster
para complementar su carrera como diseñadora, necesitó un medio de
transporte urgente para acudir a diario a la universidad. Entonces, su vida
era una constante de excesos nada saludables. Su único medio de diversión y
ocio estaba en salir a los pubs, beber mucho alcohol y fumar tabaco. “Los
días que menos fumaba, me terminaba 20 cigarrillos”. Con muy poco
tiempo entre el trabajo y los estudios, se alimentaba a base de comida
rápida y apenas nada elaborado. No sabía que su cuerpo era una bomba de
relojería. Sin dinero para comprar un coche y hastiada del transporte
público defectuoso, su padre, que había disfrutado de una juventud ciclista
(como su madre) le instó a coger una de sus antiguas bicicletas y probar a
recorrer los 10 kilómetros desde su casa a la facultad. Le encantó.
La bicicleta le daba libertad, era un medio relativamente
rápido, no tenía que esperar en los atascos de las carreteras ni soportar los
tumultos de los trenes. Y encima era divertido. Cada día le costaba menos
tiempo y esfuerzo recorrer el trayecto y le empezó realmente a picar el
gusanillo. Como adolescente, nunca había hecho ningún tipo de deporte, aunque
bien pequeña había intentado sin éxito jugar al tenis o al hockey y su
mayor éxito en su memoria era haber quedado segunda en el colegio en una
carrera de 100 metros lisos contra los compañeros de su clase. Ella era la nota
discordante de una familia a la que le encantaba quemar calorías. Lo que empezó
como un medio de transporte acabó como pasión. Un día, sin tener que ir
a la universidad, cogió la bicicleta para dar una vuelta. Otro, salió a una
ruta planificada. Y así se encontró, en 2016, alistándose en un club local
para tener una grupeta con la que salir a entrenar. Poco le importaba que
fuera en las empinadas rampas de las montañas de Wicklow en días de frío y
lluvia, que se fue aficionando al ciclismo mientras que de manera paralela se
había encontrado con haber dejado de fumar y haber reducido de manera
considerable las cantidades de alcohol que consumía.
Cuando los compañeros de equipo vieron lo rápido que iba
para ser una novata, la empujaron a apuntarse a sus primeras carreras, que
fueron una odisea. Se quedaba descolgada en los primeros puertos, no podía
seguir el ritmo en etapas en línea y a veces llegó a ser recogida por el coche
escoba. “Llegué muchas veces cuando ya se habían repartido los premios”.
Lejos de desanimarla, sacó a relucir un espíritu competitivo que siempre
ha tenido dentro. “De pequeña me enfadaba hasta cuando perdía a las cartas”.
Y sin pensar que se trataba ya de una chica de 26 años absolutamente novata en
el mundo del deporte y del ciclismo y que por ello partía en desventaja,
creyó poder superar todas las barreras que se le pusieran por delante. No
estaba equivocada.
Decidió tomarse un tiempo de respiro en el trabajo y
tratar de dedicarse profesionalmente al ciclismo. O al menos ver dónde era
capaz de llegar. Un entrenamiento duro en invierno para conocer su cuerpo, con
técnicos profesionales que le asesoraron en todos los aspectos y le proveyeron
conocimientos en los que era totalmente nula (alimentación, psicología, calidad
y cantidad de entrenamientos…) le dio los resultados que buscaba, aunque
realmente no esperaba. Empezó a quedar en las primeras posiciones en carreras
nacionales y con sus primeros logros le llegó la oferta de su vida. Cycling
Ireland le contactó en una carta en cuyo membrete resaltaba ‘Tokio 2020’.
Había sido seleccionada en un programa de talentos que tenía como objetivo
acudir a los JJOO que se deberían celebrar este verano. Llegaron así los
primeros campus, abandonó por completo su trabajo como diseñadora y empezó a
formar parte del equipo en carretera y en pista, donde descubrió que era
realmente rápida. Pero al poco de probar en un velódromo, en un final
ajustadísimo, se cayó. Se rompió la clavícula, y tuvo que parar. “Al menos he
ganado”, decía toda sonriente mientras los paramédicos la inmovilizaban para
llevarle al hospital. Al fin estaba bautizada. Era la lesión del ciclista.
Hace solo cinco años. Orla terminaba su trabajo el viernes y
no pisaba por casa en todo el fin de semana. Nadie la veía. Salía, bebía,
fumaba y regresaba a casa para una resaca que no le hacía la semana nada llevadera.
Era, en cierto modo, la manera ideal de libertad que tiene gran parte de la
gente adolescente. Hoy, cuando llega el viernes, también sale de casa.
Normalmente tiene campus de entrenamiento. A veces en otros países. De hecho,
desde hace un par de años, vive a caballo entre Dublín y Mallorca con
varios compañeros de selección donde pueden realizar mejores entrenamientos.
En las últimas tres temporadas ha logrado diez medallas
en el Campeonato Nacional de Irlanda de ciclismo en pista. En el Mundial de
2019, su debut, que se disputa durante varias semanas como unas Series
Mundiales, Irlanda dio la sorpresa quedando en décima posición cuando ella
estaba en pista. “Algunos entrenadores de otros equipos vinieron a darnos la
enhorabuena e incluso pensaban que ni siquiera estábamos clasificados antes de
vernos en acción”.
Hoy, Orla Walsh tiene 31 años. Apenas queda nada de la
persona que era hace cinco. Se ha alejado de todas las malas compañías con
las que solía juntarse y ahora solo quedan los amigos de la infancia, los
de verdad. Todos la conocen como ‘La heroína del pedal’ y es toda
una celebridad de las redes sociales, donde tiene casi 200.000 seguidores en su
cuenta de Instagram @PedalingHeroine. Gestiona un campus de
entrenamiento con el mismo nombre a todos los niveles. Ya no hay ni rastro
del humo de tabaco en su casa, aunque sí admite que muy de vez en cuando
bebe alcohol. Ha cambiado las hamburguesas y las pizzas de las multinacionales
de comida rápida por una dieta principalmente vegana. Decenas de marcas
han ido en su búsqueda para patrocinarla. “Cuando mi padre me dijo que usara
su bicicleta, solo pensé que no quería ser una de esas idiotas que van en bici
con mallas y licra. Después de montar en bicicleta tres o cuatro veces, me dije
a mí misma: ‘¿Dónde se compra una de esas licras’?”.