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Noordwijkerhout, un milagro difícil de pronunciar

Noordwijkerhout, intenten pronunciarlo si pueden, era un pueblo de Holanda más. Un lugar donde los abuelos en verano salían a la calle a tomar el aire o donde cualquiera que te veía te saludaba por la calle a pesar de no conocerte. Allí también jugaba un equipo de fútbol. Los domingos a las doce de la mañana, como toda la vida, el club jugaba en las ligas regionales de turno donde se veían los clásicos clichés del balompié modesto: el que tiene más de cuarenta años (o eso parece por su aspecto), el leñero, aquel delantero que podría haber sido profesional si se hubiera cuidado, el que la noche anterior lo pasó excesivamente bien o, en el descanso, la presencia de niños pequeños en el terreno de juego con un balón como mejor amigo. Pero algo cambió. Los focos y las cámaras aterrizaron en el campo del VVSB –eso suena mejor-.

La copa de Holanda, una competición donde sí dejan a los amateurs disputar el torneo (España debería tomar nota), hizo soñar a aquel pueblo que no puedo recordar del sur de Holanda. Tras empezar a jugar las rondas previas en verano -el número de clubs es enorme- el VVSB consiguió pasar rondas hasta llegar a los cuartos de final. El mundo les empezaba a mirar.

 

Wilfred van Leeuwen, técnico del cuadro holandés, concentró a sus chicos por primera vez en toda su carrera. Iban al estadio del Den Bosch, cuadro de la segunda división y tras ellos les acompañaba medio pueblo con los autobuses a rebosar. Tras un encuentro duro, los locales ganaban 2-0 en el minuto 80 lo que hacía prever que el sueño acababa. Pero en un impresionante final los semiprofesionales consiguieron remontar para meterse en las semifinales de la copa. Ya todos les conocían. Habían salido en todas las televisiones.

La aventura continuaba y tenía nuevo destino. Era en Utrecht, de la Eredivise, donde la historia se citaba con ellos. Tras un primer periodo donde el Noordwijkerhout controló el partido las cosas se empezaron a torcer. La diferencia física empezó a notarse en el segundo acto y los goles empezaron a caer. El Utrecht ganó 3-0 y dejó a los “pueblerinos molestos” sin sueño. Al volver, eso sí, les esperaba la fiesta con aquellos abuelos que estaban al aire con la silla o con esos que se habían cruzado hacía unos días. Nada había cambiado. O quizás sí. En un tiempo será difícil recordar esta historia. En Noordwijkerhout, de 15000 habitantes, nunca lo olvidarán.

Martorell (Barcelona), 1996. Periodista freelance. Amante del fútbol y loco por la Premier League. En mis ratos libres intento practicarlo.

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