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Atlético

Macarras tatuados dispuestos a morir

Hace ya cinco años, en la línea 5 de Metro de Madrid, viajaba un servidor camino al estadio Vicente Calderón cuando una serie de tipos pintorescos me llamó la atención. Era uno de los últimos partidos que iba a vivir el Atleti en su estadio antiguo antes de la mudanza al Metropolitano, y aquellos invitados de excepción no querían perdérselo. Grobbelaar, David Seaman, Hugo Llorís, Shay Given y Manuel Neuer entraron en el mismo vagón de Metro que yo, lata de cerveza en mano (y no debía ser la primera), y no dudaron en animar el cotarro de los que allí estaban. “¿Y por qué vais al partido?”, les pregunté a esos cinco ingleses vestidos de arriba abajo como porteros que estaban de celebración de despedida de soltero. “Ha sido el mejor plan que se nos ocurrió”, me dijeron. Allí, acercándome más a Given, contándole sobre mi afinidad sobre el Newcastle, el tipo me chocó cortante. “En realidad nos da un poco igual. Aunque vamos al estadio del Atleti, no nos importa que pierda. No nos gusta su entrenador. En general, en Inglaterra hay un mal concepto de Simeone”, me dijo. “¿Por lo de Beckham?”, pregunté. “Nah. Eso ya está olvidado. De hecho, por aquellos nos enfadó más Beckham que Simeone, porque se dejó engañar, pero es de esos tipos que cae mal a la opinión pública y no te preguntas por qué y tú vas en la misma dirección”.

Desde hace varias semanas, esa opinión popular ha permitido correr ríos de sangre sobre la figura del técnico argentino. El Daily Mail y el Mirror propusieron que el fútbol se jugara a tiempo parado por la cantidad de tiempo que el Atleti había perdido ante el Manchester United. “Está destrozando el fútbol”, rezaban sus editoriales, sin percatarse de que, según los datos oficiales, en el partido en cuestión se había jugado más tiempo real del que se juega de media en Premier League. “Su equipo hace payasadas”, criticaba duramente Robbie Fowler. “Hace un fútbol parásito porque viven de tus errores. Es una magnífica forma de estropear el fútbol”, decía Dean Saunders. “Son macarras tatuados dispuestos a morir o matar”, señalaba John Carlin en la previa del partido de ayer, comparando al equipo de Simeone con el Cartel de Sinaloa, porque seguramente no se percató del porcentaje de población que lleva tatuajes ni reparó en que en el propio Manchester City hay jugadores con tatuajes visibles como Ederson, Foden, Walker, Gabriel Jesús, De Bruyne, Stones o Sterling, que tiene en tinta un arma semiautomática en el gemelo o que, entre los dos equipos, el único que tiene un jugador entre rejas es el inglés. Todo ha valido en estas semanas en las que a Simeone se le ha comparado con mercenario a sueldo, un jefe pandillero o un asesino en serie. Casi nada.

Decía Pep Guardiola antes de jugar contra el Atlético en la ida, que la mayor virtud del equipo de Simeone era “que anulan por completo quién eres y no te deja serlo”. Contaba el catalán al término del primer partido: “hemos conseguido nuestro objetivo, que era que el Atlético no tuviera ni una ocasión conservando nosotros la posesión”. Y así, en una declaración de intenciones, se olvidó que precisamente estaba renunciando a su ser. “Tuvieron un contragolpe en el minuto 60 que realmente nos asustó mucho”, admitía Rodri, dejando claro que Guardiola les había insistido en que en el partido de ida lo único que tenía que pasar era el tiempo.

Cansado de caer eliminado en Europa ante equipos que tejían un muro contra el que no paraba de darse (Inter en 2010, Chelsea en 2012, Atleti en 2016, Lyon en 2020 y Chelsea en 2021) y viendo que el Atleti era experto en ser ese muro que luego derribara a un equipo con cierta superioridad asociativa (Barcelona en 2014 y 2016, Bayern en 2016, Arsenal en 2018 o Liverpool en 2020), Pep trató de que el muro estuviera pero que saliera impoluto. Eso fue lo que sucedió en la ida. La foto de los 11 jugadores del Atleti encerrados y de los 11 del City en campo propio no es más que una instantánea fija que no muestra cómo se movió el partido. Porque sí, el Atleti vivió anclado a su área, pero el City, con un juego que en balonmano habría sido infracción de pasivo una vez detrás de otra, no intentó un solo pase arriesgado, no filtró un balón por medio y la única ocasión de gol que generó, la del gol, fue una genialidad de un mago como Foden. Resumiendo. En la ida no sucedió apenas nada porque ambos entrenadores tenían miedo de irse a los golpes y caer KO demasiado pronto. Simeone se sabía inferior y Guardiola temía volver a caer en la misma trampa. Cualquiera que haya visto al City esta temporada, o la anterior, sabe que el City no fue el City en el Etihad porque pensaba que podía ser más fiel a su sino en el partido de vuelta en Madrid.

Y de ese conservadurismo mutuo, personalizado en Simeone, que fue el que perdió, la vuelta en el Metropolitano fue apasionante. Es imposible hablar de la vuelta sin mentar la ida. Es lo que tienen las eliminatorias a doble partido, que es imposible juzgar cada duelo por separado porque forma parte de un todo indivisible. El ambiente y la polémica por esa contraposición de estilos estaban servidos en un feudo necesitado de grandes noches tras una temporada compleja y unos años sin vivir eliminatorias de Champions (el año pasado el Atleti hizo de local en Rumanía y hace dos, en Portugal).

Con espacios en ambos lados, y con el Atlético necesitado de marcar, la historia fue bien distinta a la de la ida, aunque en términos absolutos tampoco se caracterizó por interminables ocasiones de gol. Tuvo una el City, bastante clara, en un batiburrillo que sucedió dentro del área y que acabó en el palo de Oblak. Tuvo alguna más el Atleti, que llegó vivo a los últimos 45 minutos de la eliminatoria gracias al orden mantenido y establecido durante los 135 anteriores. Y ahí, otra vez, la máxima de Guardiola volvió a cobrar sentido. “Su mejor virtud es que no te dejan ser quien eres”. Desesperado en la banda, mientras sus jugadores, por detrás, en el banquillo, arrojaban botellas a los suplentes del Atleti con la concesión arbitral, Guardiola vio cómo su equipo dejó de tener el dominio del balón. Por unos momentos era el Atleti, personalizando en Savic, quien salía jugando desde atrás y el City quien pedía a los suyos salir al medio del campo para recibir el pelotazo de Ederson. Lo nunca visto, Guardiola terminó juntando a Gündogan, Fernandinho y Rodri en el centro del campo, poniendo un trivote, retirando a De Bruyne y casi pidiendo la hora.

El City, con esas tamañas malas artes tan criticadas solo hace unos días desde la misma ciudad, vio cómo Foden, fuera del campo, dolido, rodaba hasta meterse dentro del campo para perder tiempo, igual que Walker, lesionado, que solo volvió al césped para arañar unos segundos al reloj, algo para lo que en Manchester estuvieron a punto de pedir cadena perpetua hace un par de días. O cómo Fernandinho, que apenas salió para jugar 15 minutos, acabó con unos sospechosos calambres. O cómo, pese a perderse cinco minutos en la tangana del final, tres atendiendo a Walker y dos a Ederson, el colegiado pitó el final en el 102, entendiendo que las dos revisiones de VAR y los ocho cambios realizados (cinco ventanas) solo habían supuesto un par de minutos de pérdida del crono.

El Atleti ha jugado la eliminatoria que ha tenido que jugar. El City ha pasado porque, en líneas generales, tiene más armas, era favorito, era mejor. El Atleti, jugando feo, perdiendo tiempo, con “11 macarras tatuados dispuestos a morir o matar”, ha terminado los 180 minutos con más tiros a puerta y más ocasiones de gol generadas que el equipo que practicael mejor fútbol del mundo”, en palabras de aquel periodista que preguntó a Guardiola en la previa de la eliminatoria. Los de Simeone lo tuvieron en la mano y desvirtuaron a un rival como nunca antes nadie, o casi nadie, lo había hecho. Las dos que tuvo Correa, justo entre medias de ser derribado dentro del área (se han pitado penaltis por menos). Esa que remató Cunha y cortó Stones. También la última de Suárez, a quien le faltó un puntito de frescura. Aquel remate precipitado de Joao Félix o la infinidad de balones que se pasearon por el punto de penalti sin encontrar piernas rojiblancas. El estilo no es más que el camino que te lleva o acerca al éxito, o te aleja por completo. Y todos caben. El Atleti, al fin, ha sido reconocible. Eliminado, pero con un sentido de pertenencia que no se veía desde hace años. La Liga, la Copa, La Champions, la Europa League o el fútbol amateur, pero con Diego Pablo Simeone.

Imagen de cabecera: Getty Images

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