Podemos decir que las partes más importantes de un club de
fútbol son los aficionados, entrenadores y los jugadores. Todo lo que va
detrás, aunque no lo parezca debido al poder que tienen, es secundario. Y es
cierto que la relación entre ellos, más entre la afición y los que están sobre
el césped, puede equipararse a cualquier montaña rusa que se encuentra en un
parque temático; con más o menos subidas y bajadas, pero nada lineal. Es, lo
que se conoce de forma común como una relación de ‘amor-odio’. En todos los
equipos y desde que el fútbol es fútbol.
¿Por qué pasa esto? ¿Quién lleva razón? Estas preguntas
pueden tener tantas respuestas qué, si tuviera que ponerlas todas, no
terminaríais nunca de leer este artículo. En el caso de los “enfrentamientos”
entre jugadores y entrenadores hay muchísimas variables, pero normalmente
vienen motivados por un cambio durante el partido. Hay quien se toma “bien” el
ser sustituido (está claro que a ningún profesional le gusta), pero hay otros
que directamente muestran su enfado cuando ven su número en la pizarra. Y, sino
que se lo digan a Carrasco ante el Qarabag. Un mosqueo con su entrenador al ser
sustituido desencadenó una de las grandes polémicas en el Atlético de Madrid a
principio de temporada. Solucionada con el paso del tiempo. Si echamos la vista
atrás, tampoco hace falta mucho, hasta 2016, vemos como Jose Antonio Reyes fue
dejado en el banquillo algunos partidos por malos gestos hacia el entrenador
del Atleti cuando fue sustituido ante en Mallorca.
¿Y entre los aficionados y los jugadores? Está claro que los
profesionales del fútbol no van a tener nunca la mentalidad de los que ocupan
las gradas y viceversa, pero hay diferentes formas de expresarlo. O
directamente no hacerlo. O hacerlo de buenas formas, aunque no es lo normal. Han
sido muchos los jugadores que se han enfrentado con sus diferentes hinchadas a
lo largo de los años, pero últimamente se ve cada vez más. Y si hay una afición
que no se merece semejante trato esa es la del Atlético de Madrid.
Acostumbrados a lo mejor y lo peor por parte de su equipo, pero siempre ahí.
Para todo.
Se puede estar más o menos de acuerdo con las actuaciones de
un jugador, y ellos siempre recriminan actos a los que consideran que han
tenido malas palabras o malos gestos hacia su equipo. Nunca empiezan ellos.
Siempre dan un voto de confianza a los jugadores que llegan para defender sus
colores. Eso sí, si en algún momento la afición cree que un jugador ha “metido la pata” con ellos, no hay vuelta atrás. Y es que,
al final, ellos son los principales culpables de que un equipo esté donde está;
con sus aportaciones económicas y su incansable aliento.
Bastante ninguneados están los aficionados por parte de
muchas instituciones de fútbol, sin merecerlo, como para que se sientan de esta
forma por jugadores que visten la camiseta de su equipo. Hay que decirlo más:
¡los aficionados no se tocan!
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