Síguenos de cerca

NBA

La sangre del último gran Rey

Las promesas están para cumplirlas, las lágrimas están para soltarlas y los anillos están para ganarlos. Hemos vivido una de las noches más gloriosas de la historia de la NBA. Cleveland Cavaliers se proclamaba campeón de la NBA por primera vez en su historia la pasada madrugada al derrotar en el séptimo y definitivo partido a Golden State Warriors por 89 a 93 en el Oracle Arena.

La novela que LeBron James empezó a escribir en 2003 con la franquicia de Ohio tocaba ayer su punto álgido. Una historia de amor y odio. El hijo rebelde que se marcha de casa cuando cumple los 18, pero que a un padre le parece que es demasiado pronto y precipitado. Pero él quiere triunfar, ser alguien en la vida, aunque en su interior, en lo más profundo de su ser sabe que un día volverá para hacer grande a su gente.

El 23 ha desafiado a la historia como ningún mortal ha osado hacerlo jamás. Ningún equipo había remontado jamás un 3-1 en las finales de la NBA. Sólo en dos ocasiones, los Knicks en 1955 y los Lakers en 1966, habían conseguido forzar un séptimo partido tras ir con semejante desventaja encima. Los dos murieron ahogados en la orilla. Pero en ninguno de los jugaba LeBron James, ‘El Elegido’.

Una final para la historia

Esta final se recordará durante milenios, ha sido un combate brutal, donde los dos púgiles con más talento del planeta se retaban sobre el cuadrilátero en un segundo duelo consecutivo con aires de venganza, poder y sobre todo, gloria.

Empezaba golpeando primer Golden State por partida doble. Los dos primeros partidos de la serie dejaban claro que tras verse casi fuera contra OKC, los campeones tenían la moral por las nubes y querían dejar la final muy encaminada. Ritmo alto, muchas posesiones, una sangría de puntos y un juego coral y atractivo que abría las costuras de unos Cavaliers a los que les faltó intensidad defensiva e ideas en ataque. Los secundarios de Warriors decantaban ambos partidos con actuaciones soberbias. Dos palizas, dos odas al baloncesto. Una ventaja que empezaba a parecer definitiva.

La serie viajó a Ohio, y en el tercer partido y con el Quicken Loans Arena a favor, los Cavaliers pasaron a cuchillo a los Warriors y les devolvían la humillación por 30 puntos que los campeones les endosaron en el GAME 2. Las sensaciones volvían a Cleveland pero la ventaja seguía siendo amplia. Aunque el GAME 4 fue otra historia. Todos los analistas coincidían que el cuarto partido de la serie sería el más igualado, ya que hasta el momento sólo íbamos de paliza en paliza. Y así fue. Un partido que tuvo ciertos aires de déjà vu con el mismo encuentro de las finales de 2015. Tras tres cuartos igualados, en el último período los Cavaliers empezaron a sufrir fatiga física y los Warriors por el contrario, se sintieron a gusto sobre el parqué y los splash brothers machacaron el partido. La final parecía vista para sentencia.

Pero un detalle ocurrió durante el partido que, a posteriori, marcó el devenir de la final. Tras un encontronazo entre LeBron y Green, este último al ver como el 23 le pasaba por encima, golpeó de forma leve con su mano en las partes nobles del alero de Akron. En el momento, los árbitros del encuentro lo sancionaron como falta doble para ambos y la cosa no fue a más. Pero la NBA después del partido revisó la jugada y decidió castigar a Green por su acción, pitándole una flagrante tipo I, lo que sumado a las cuatro que ya llevaba a sus espaldas durante los playoffs, le costaba no estar presente en el GAME 5 de las finales. Los Warriors no tenían a su baluarte defensivo, el carácter del campeón. Un rayo de luz iluminó de repente el drama de los Cavaliers.

Kyrie, el escudero perfecto del Rey | Getty Images

Kyrie, el escudero perfecto del Rey | Getty Images

Llegaba el GAME 5, y con él la mayor exhibición de dos compañeros de equipo jamás vista en unas finales. LeBron James y Kyrie Irving se iban hasta los 41 puntos cada uno, castigaban duramente la ausencia de Green y cogían aire para trasladar la serie a Cleveland y soñaban con forzar un séptimo encuentro.

Y así fue. Ohio rugía y los Cavs salían de su tumba ante unos Warriors que tras aguantar el terremoto inicial, conseguían igualar un partido que tuvo que resolver LeBron en el último cuarto. Otra gesta del Rey. Aún no lo sabía pero estaba a punto de culminar su obra más grande jamás soñada. Había séptimo, y con ello, vida.

Llegó el GAME 7. Esas dos palabras que según Bill Russell son las más bonitas del universo. El Oracle estaba a reventar, no cabía un alma. Era la batalla final, sólo podía quedar uno. Un match ball común. Una criba. El final de la II Guerra Púnica.

Fue un típico GAME 7. Dudas, malas decisiones y nada de sangre fría. Los Warriors comenzaban castigando desde donde saben, el triple. Cavs hacía la goma hasta el final del segundo cuarto, donde los campeones se fueron siete arriba al descanso tras una actuación salvaje de Green en la primera parte con un 5 de 5 en triples, sumado a una serie de triples lamentable de Cavaliers, que firmó un 1 de 13. Quedaban 24 minutos para decidir el campeón y Cleveland iba a vender cara su derrota. Salió con otra cara del vestuario, con J.R Smith e Irving on fire los Cavs tomaban el mando en guarismos de poca ventaja y con cambios de liderazgo como la constante del partido. El duelo era un infarto, cada canasta era medio anillo y cada fallo, una palada de tierra sobre el ataúd.

Últimos 120 segundos de serie. Con 89 iguales, Irving lanzaba una mala canasta y los Warriors salían como lobos al contraataque. Curry daba un gran pase a Iguodala y este, tras sortear a J.R se disponía a dejar una bandeja a tablero sencilla… pero apareció ÉL. Apareció Ulises, dispuesto más que nunca a volver a Ítaca y regresar con los suyos, pero con el anillo puesto en el dedo. Colocaba un tapón brutal a tablero al hombre que le amargó las finales de 2015, al MVP. Pero LeBron nunca olvida, quería redimir sus pecados… y lo iba a hacer. La historia recordará esa jugada como The Block.

La tensión era desquiciante, la gente no podía más. Pero quedaba lo mejor. Irving cogía el balón con 55 segundos por disputarse y el marcador seguía clavado en el 89 iguales. Enfrente, Curry. Duelo salvaje. El número uno del Draft de 2011 botaba delante del MVP unánime, pasito atrás y tiraba un triple para la historia. Media final se decidió en el camino que llevó aquel triple hasta la red de los campeones. Curry intentaba responder, fallaba y en la jugada siguiente, LeBron anotaba uno de sus dos tiros libres y dejaba la final herida de muerte. Apenas diez segundos restaban en el marcador, Curry volvía a la carga, fallaba de nuevo y ahora sí, Cleveland Cavaliers era campeón de la NBA por primera vez en su historia, acabando así con una sequía de más de medio siglo sin títulos en ninguna de las grandes ligas para el Estado de Ohio. Una locura. Historia viva.

Cara y cruz | Getty Images

Cara y cruz | Getty Images

Vencedores y vencidos

Como en toda guerra, unos ganan y otros pierden. Es la ley de la vida. Todos los jugadores y técnicos han estado bajo lupa y nadie se salva del análisis exhaustivo.

En Cleveland, LeBron James (MVP de las finales por tercera vez) ha vuelto a rendir a un nivel más propio de un ser superior que de un mortal. Ha demostrado carácter, corazón, garra y talento, sus señas de identidad. Él dio vida a los Cavs cuando parecían destinados a un nuevo fracaso.

Irving ha estado a la altura de la súper estrella que es. Tras perderse casi toda la serie final del año pasado por su lesión de rodilla, ha hecho unas finales (a partir del GAME 3 todo sea dicho) escandalosas. Frescura en ataque, arsenal ofensivo, manejo de balón brutal y sobretodo, galones. Sin él hubiera sido imposible lograr el anillo.

Antes de valorar la labor del resto del equipo, mención especial para Tristan Thompson. Ha hecho unas finales sublimes, lo mejor de su corta carrera. Ha suplido con una inteligencia para coger los rebotes en ataque y con su corazón puro y sano, su falta de técnica para rematar algunas jugadas. Es puro sentimiento, y bien vale los 82 millones.

El resto de los Cavaliers han estado bien. Salvo Kevin Love, que ha sido el mayor fiasco de estas finales, el resto de actores de reparto han estado bien. Jefferson ha cumplido su papel de veterano (ha anunciado que se retira tras lograr el anillo, ¡que despedida!), J.R y Shumpert han aportado en sus parcelas (el segundo menos, más preocupado por su peinado que por anotar sus tiros liberados) y el resto de la rotación de Lue apenas ha entrado en juego, sinceramente. Papel testimonial.

En Golden State, Green sale reforzado como el gran buque de este equipo, muy por delante en galones y actitud de Klay y Curry. Quitando sus gestos y actos un poco feos durante los playoffs, la serie que ha hecho el 23 ha sido sencillamente brillante.

Curry ha decepcionado. Ha hecho sobre el papel buenos números, pero sólo siendo decisivo en el GAME 4. En el resto, con la corriente a favor los secundarios le guardaron las espaldas y cuando la cosa iba fea, cayó en las trampas de los Cavaliers, cometiendo faltas tontas y llegando a su peor actuación en lo extradeportivo en el GAME 6, lanzando el protector bucal a un espectador tras ser eliminado por seis faltas. Hacía falta más del MVP.

Klay ha hecho buenas finales, pero se ha necesitado de él algo más que su excelso tiro exterior, y no lo ha hecho. Barnes, desaparecido en combate tras los dos primeros partidos. Iguodala como siempre, cumpliendo su papel de manera excelente en ambos lados de la cancha. Bogut desbordado, Ezeli fuera de lugar, Livingston soberbio, Barbosa acertado, Speights más pendiente de Twitter que de aportar cosas a su equipo y Varejao, empeñado en desquiciar a sus ex compañeros, se quedó viendo pasar el anillo por delante suya. Bye bye Andy.

En el duelo de entrenadores, se lleva la partida Lue pero por inoperancia de Kerr. No acertó en los cambios y variantes que pedía la final el entrenador de Warriors. Por el contrario, Lue supo animar a los suyos tras el 3-1 y supo gestionar bastante bien los minutos de Irving en los días clave. Se doctora.

LeBron James hace historia | Getty Images

LeBron James hace historia | Getty Images

Gracias, LeBron

Has cumplido con tu palabra. Nos has tenido siete partidos con el corazón desbocado, pero lo has logrado. Has traído el anillo a casa. Quizás ahora, con la euforia de la victoria y la parafernalia no te des cuenta, pero has hecho feliz a mucha gente y esto se recordará siempre el Cleveland. Cuando seas mayor y vayas paseando por las calles de Cleveland y veas como niños pequeños, que por edad sólo te han visto en Youtube te den las gracias, entenderás el alcance de tu legado.

Tu aventura no termina aquí, ni muchísimo menos, pero si tu gran obra. Por fin te has quitado de los hombros el peso de cumplir con la gente que te quiere y por los que volviste. Una ciudad que sigue llorando, pero ya no desconsolada sino de orgullo de ver cómo su hijo más querido ha cumplido la promesa que nos hizo a todos. Superhéroe.

El Quijote del siglo XXI, un personaje heroico que ha luchado, lucha y luchará siempre contra gigantes, pero con la certeza de que ganará como sólo hacen los grandes. Eres una leyenda del baloncesto y eso nadie podrá jamás negarlo. Un Rey soberano que jamás aceptó dejar su trono. Corazón puro, con la sangre del último gran Rey. Gracias, LeBron.

The real MVP.

Periodismo. Hablo de baloncesto casi todo el tiempo. He visto jugar a Stockton, Navarro y LeBron, poco más le puedo pedir a la vida. Balonmano, fútbol, boxeo y ajedrez completan mi existencia.

Comparte la notícia

No te lo pierdas

Más sobre NBA