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La importancia de saber caer

Hace unos años me topé con un libro que, desde entonces, he considerado como uno de mis favoritos dentro del género thriller. Escrito por el suizo Joel Dicker, la novela La verdad sobre el caso Harry Quebert cuenta la historia de Marcus Goldman, un escritor que se siente acorralado por el síndrome de la página en blanco. A medida que leemos, conocemos su relación con un viejo profesor, Harry Quebert, a quien acusan de haber asesinado a una chica de quince años, Nola Kellergan, tras encontrarla enterrada en el patio de su jardín con el manuscrito original de una de sus novelas.

Al inicio de cada capítulo, y como estrategia para darle consistencia a la relación que Harry y Marcus mantienen desde hace años, nos encontramos con fragmentos de diálogos que los dos personajes han mantenido a lo largo de sus vidas. Uno de los que más me gustó y que desde entonces he guardado como mensaje vital es un diálogo en el que el profesor le pregunta a su ex alumno con cuál de sus lecciones se quedaría en caso de poder escoger solo una. Marcus le responde, sin ninguna duda, que se quedaría con “La importancia de saber caer”. Tras conocer su respuesta, Harry le comenta que está muy de acuerdo y añade que “La vida es una larga caída, Marcus. Lo más importante es saber caer”.

Caer va implícito a estar situado en una posición elevada, y de ahí partía Ansu Fati en la segunda jornada de Liga 2019-20 tras debutar con el primer equipo ante el Betis en el Camp Nou. Con el partido ya solventado y con poco más de diez minutos por delante, Ernesto Valverde le hacía debutar tras llevar tan solo unos días entrenando con el primer equipo. De entrada, nos encontrábamos ante una decisión que hasta el momento no era nada habitual en el ex técnico azulgrana, quien a lo largo de su periplo en el banquillo culé no ha destacado especialmente por considerar al talento joven como una alternativa real. Las bajas que el equipo tenía en ataque propiciaron el debut, y los poco más de diez minutos de Ansu propiciaron un boom del que, a través de portadas, tuits, minutos en tertulias y elogios, ya era muy complicado salir. No solo salir, sino saber gestionarlo como es debido. Saber llevarlo de forma adecuada, con los pies en el suelo, para que no sea esta -siempre peligrosa- corriente la que se te acabe llevando a ti. Los siguientes partidos de Ansu (con gol ante Osasuna y otro gol y asistencia ante el Valencia en su estreno como titular) y la confirmación de que el plan más inmediato para el canterano pasaba por considerarle al cien por cien jugador en dinámica de primer equipo, se convirtieron en factores que no hicieron nada más que magnificar la situación por la que estaba pasando. El Barça tenía en sus filas a un niño de 16 años que era decisivo, decidía partidos, volvía locos a defensas rivales con unas condiciones futbolísticas que pillaron por sorpresa a prácticamente todo el mundo. ¿Cuánto hacía que un jugador tan joven no generaba un impacto de este calibre?

“Boom Ansu”, “Momento Ansu”, “Ansu, ¿de qué planeta viniste?”, “Ha nacido una estrella”, “Solución Ansu”, “El crack del futuro”, “Fenómeno Ansu Fati”. Incluso un ingenioso “Enchu Fati”. Elogios desde todos los frentes y por parte de toda la prensa en una mezcla entre la ilusión ante lo que la comunidad culé estaba presenciando y esa recurrente precipitación a la hora de encontrar y encumbrar nuevos ídolos con los que llenar los vacíos que vislumbramos.

El ruido extradeportivo, la recuperación de efectivos, la exigencia que el entorno te obliga a autoimponerte cuando ocupas un puesto así y la complejidad para cualquier ser humano de mantener el ‘modo boom’ activado durante un largo periodo de tiempo, hicieron que el segundo y tercer mes de Ansu en el primer equipo fuera muy diferente al anterior: de encadenar tres partidos sin minutos a salir a disputar últimos instantes de partido. De salir con el partido ya decidido a jugar sin aportar todo aquello que el aficionado más irremediablemente fanático ya creía poder exigir. No, Ansu no logró estar al nivel de sus primeros partidos. Ansu sumó minutos, contribuyó a algunas victorias del equipo y su presencia no penalizó en nada al juego. Pero la caída estuvo ahí. Seguramente porque partía de un sitio más alto de lo que corresponde en una etapa tan germinal como la suya, pero es un hecho que cayó. Lo que sí tengo claro es que esta caída fue de todo menos un problema. ¿Cómo es posible?

Pues porque como Harry Quebert proyecta a través de sus enseñanzas (y como puede corroborar cada profesional de la educación o la psicología) llamamos ‘experiencia’ a la cantidad de errores que cometemos. Las caídas son puro aprendizaje, pero hay que aprender a saber caer de la mejor forma: equivocarse para mejorar. Errar para evolucionar. Interpretar desde el segundo plano. Madurar desde la invisibilidad. Así parece haber superado Ansu su primer (micro)escollo dentro del fútbol profesional, ya que tras la llegada de Quique Setién y habiendo disputado los tres partidos como titular ha recuperado cierto protagonismo perdido. ¿Fin de la historia? Para nada.

Porque no será la única caída para Ansu, ni la más dura. Pero al talento joven, al que crece y se desarrolla en La Masia, hay que formarlo también en todos los aspectos citados en el anterior párrafo para que entienda que las caídas forman parte de este juego al que se quieren dedicar profesionalmente. Más aún en una época en la que parece que ser canterano es un obstáculo añadido que hay que sortear para llegar, asentarse y triunfar en el equipo de tus sueños. Ante esto, una sencilla receta: fallar, saber caer, mostrar personalidad para revertirlo y evidenciar fortaleza para alcanzar el éxito. En otras palabras: Mamba mentality.

«Jugar al fútbol es muy simple, pero jugar un fútbol simple es la cosa más difícil que existe». #GràciesJohan

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