Los Dallas Cowboys llevan dos
décadas anclados en la mediocridad de la NFL. Para desesperación de sus fans,
que no son pocos precisamente, las temporadas buenas en Texas se cuentan con
los dedos de una mano desde hace muchísimo tiempo.
La mística del America’s Team
Los Cowboys son el Equipo de América (Estados Unidos). Un
honor que bien podrían reclamar otras franquicias del país, pero que recae en
los de Dallas desde la década de los setenta y así será por los siglos de los
siglos. Y es que de un modo u otro, a todo el mundo le suenan los Dallas
Cowboys. Hasta al que no sigue la NFL.
Para el gran público europeo, los
Cowboys son ese equipo que inexplicablemente (o quizá no tanto) copa todos los
años el primer puesto del ranking de la revista Forbes de los clubes deportivos más valiosos del mundo. Siempre por
delante del Real Madrid y del Barça, posiblemente los dos equipos más famosos
del mundo. En 2019 Forbes tasó el valor de los Dallas Cowboys en 5000 millones de
dólares. Da vértigo imaginar a cuánto ascendería esa cifra si sobre el
césped las cosas estuvieran a la altura de la historia y del envoltorio de la franquicia.
Los Cowboys forjaron su mística en
los años setenta. En esa década, guiados por su quarterback Roger Staubach, los
texanos llegaron a cinco Super Bowls: ganaron dos y perdieron tres. Fue su
primera era dorada. La segunda fue en los años noventa, con tres Super Bowls
más para la colección de la mano del trío Troy Aikman-Emmitt Smith-Michael
Irvin. Sin embargo, el de 1995 es el
último Trofeo Vince Lombardi que ha entrado en las vitrinas del equipo texano.
El siglo XXI, cuyo inicio coincidió
con el final de la era Aikman-Smith-Irvin, está siendo nefasto para los de Texas.
De diecinueve temporadas de NFL que ha
habido en este siglo, en Dallas han visto los Playoffs por televisión en doce.
Es decir, un pobre 37% de presencia en postemporada que ya lo quisieran los
Cleveland Browns, pero para un equipo como el texano es poquísimo. Y no sólo
eso: en esos siete viajes a Playoffs, únicamente han ganado tres partidos y no
han superado la barrera de la ronda divisional. La última vez que los Cowboys
jugaron el NFC Championship Game fue en la temporada de 1995, la de la última
Super Bowl.
En el deporte norteamericano los
propietarios juegan la carta de la construcción de un nuevo estadio cuando a sus
equipos no les va bien en el terreno de juego. Es la cortina de humo perfecta y
en los Cowboys también sucedió. En 2008 disputaron su última temporada en el
Texas Stadium para en 2009 dar paso al hoy conocido como AT&T Stadium, un
estadio impresionante tanto por su arquitectura como por lo que supone como recinto
de eventos deportivos y no deportivos. La primera piedra de Jerry World fue colocada en 2005 tras un
lustro con una única presencia en Playoffs (2003).
Jason Garrett y la
mediocridad permanente
Jason Garrett accedió al puesto de
entrenador jefe en 2010 de forma interina en sustitución del despedido Wade
Phillips. El que fuera suplente de Troy Aikman en los años noventa logró
maquillar el horrible inicio de su antecesor (de 1-7 a 6-10), lo que le valió
continuar al frente del equipo en los nueve años siguientes. Su balance final
al frente de los Cowboys acabó siendo de 85-67, con cuatro temporadas de 8-8,
sólo tres presencias en Playoffs (dos victorias)… y un premio al Entrenador del
Año en 2016.
De las nueve campañas completas de
Garrett como entrenador jefe en Dallas, sólo hay dos destacables: 2014 (12-4) y
2016 (13-3). Entremedias, un 4-12 con, eso sí, muchas lesiones de por medio. Lo
bueno es que eso les dio el cuarto puesto del Draft de 2016, un pick que
emplearon en Ezekiel Elliott.
De Elliott se esperaba un impacto
inmediato y así fue. Lo inesperado fue el desempeño de su quarterback de cuarta
ronda, Dak Prescott. La dupla de rookies, protegida por su poderosa línea
ofensiva, llevó a Dallas a un sensacional 13-3, incluyendo once victorias
consecutivas. Los nombres de Zeke y Dak aparecieron en las votaciones para el
MVP y el siempre cuestionado Garrett fue
elegido Entrenador del Año. Algunos aún siguen sin creérselo.
En los Playoffs cayeron de nuevo en
la ronda divisional ante los Green Bay Packers. Un partido épico resuelto sobre
la bocina en el que Aaron Rodgers fue
Aaron Rodgers. Los Cowboys volvieron a irse a casa mucho antes de lo
previsto, pero había motivos para la ilusión. Sin embargo, esos brotes verdes
fueron pisoteados en 2017 por Roger Goodell. El comisionado suspendió a Elliott
seis partidos por un caso de violencia doméstica del que había sido absuelto. Resultado:
9-7 y adiós a Playoffs. Y 2018 no iba mejor, pero a mitad de año adquirieron a
Amari Cooper y el equipo remontó el vuelo… para volver a estrellarse en, cómo
no, la ronda divisional.
2019 terminó en otro 50% raspado de victorias, un
porcentaje siempre insuficiente para obtener el billete de Playoffs. El culmen
a una temporada que comenzó con la negativa de Ezekiel Elliott a acudir a los
entrenamientos veraniegos para forzar la negociación de un nuevo contrato que logró
tres días antes del primer partido de liga: seis años y 90 millones de dólares.
A Garrett se le acabó su crédito con los Jones y no fue renovado.
La mala suerte también ha jugado su papel. No fue Garrett quien
consideró que Dez Bryant no había atrapado ese balón en Green Bay en 2014.
Tampoco fue Garrett quien castigó a Ezekiel Elliott en 2017, ni era quien
negociaba los contratos de los jugadores. El ex alumno de Princeton no podía
controlar esas situaciones. Pero donde sí podía, en la banda, no se le han visto maneras de entrenador grande.
Pasarse los partidos dando palmas desde luego que no lo es.
Pero no sería justo culpar a
Garrett de todos los males de los Cowboys a lo largo de estos años. Esto no es
cosa de nueve años y medio y no son pocos quienes señalan al palco del AT&T
Stadium. Porque desde que compró los Dallas Cowboys en 1989, Jerry Jones ha
sido su propietario, presidente y mánager general. Una gestión que ha tenido
muchas luces (las tres Super Bowls, el valor económico de la franquicia) pero
también muchísimas sombras (véase cómo le han ido las cosas a los texanos en el
aspecto deportivo desde mediados de los noventa). Jones siempre se ha caracterizado por tomar decisiones muy
personalistas, haciéndole muy poco caso a otros directivos. A estas alturas
de la película (tiene 77 años) no parece que eso vaya a cambiar.
Mike McCarthy y el
futuro más inmediato
Dos días después del adiós a Jason
Garrett, los Cowboys anunciaron la contratación de Mike McCarthy. El fichaje
del que fuera entrenador jefe de los Green Bay Packers entre 2006 y 2018 ha
generado bastante optimismo entre los aficionados. Es un técnico con experiencia, sabe lo que es ganar en temporada
regular y en Playoffs (fue campeón en 2010 con el equipo de Wisconsin) y desarrolló
el talento de Aaron Rodgers.
En su contra de McCarthy pesan sus dos últimos años en Green Bay y el
deterioro de su relación con Rodgers. Los Packers no han vuelto a pisar la gran
final de la NFL desde aquella victoria en la Super Bowl XLV y la mayoría de las
culpas han recaído en el head coach. Por
otro lado, habrá que ver cómo aceptará las intromisiones de Jerry Jones, que
las habrá. Y además, el de Pittsburgh no es un entrenador de vocación defensiva
(el aspecto donde más tiene que mejorar Dallas) y su predilección es el ataque
aéreo, si bien es cierto que nunca ha tenido un arma terrestre del calibre de
Ezekiel Elliott.
En Dallas solventaron rápido la
búsqueda del nuevo entrenador jefe, pero esa sólo era el principio. Los Jones
afrontaban un mes de marzo de mucho trabajo, con más de la mitad de los
jugadores (30 de 52 para ser exactos) siendo agentes libres. Las bajas más
reseñables han sido Randall Cobb (Texans), Jason Witten y Jeff Heath (Raiders)
y, sobre todo, Travis Frederick (retirado). En el apartado de renovaciones
destaca por encima de todas la de Amari Cooper (100 millones de dólares por
cinco años) pero las de Blake Jarwin, Anthony Brown y Sean Lee son también
buenas noticias.
Gerald McCoy, Ha Ha Clinton-Dix y Blake Bell son las principales
incorporaciones de la agencia libre. Los dos primeros son jugadores
rodados (McCoy es todo un veterano) que deben contribuir en defensa desde el
primer día, mientras que Bell cumplirá una función similar a la que tenía en
los Chiefs como recambio principal de Travis Kelce. En este caso, de Blake
Jarwin. Otro fichaje sonado fue el del kicker Greg Zuerlein y sus 7,5 millones
por tres años. Dan Bailey, el mejor pateador de la historia del equipo texano,
fue cortado en 2018 para ahorrar dinero pero su más económico reemplazo, Brett
Maher, no salió rentable en sus dos años. La llegada de Zuerlein es en cierto
sentido reconocer que prescindir de Bailey fue un error.
Donde sobre el papel los Cowboys no
han cometido errores ha sido en el último Draft. CeeDee Lamb, Trevon Diggs, Neville Gallimore, Tyler Biadasz… Sobre
el papel, uno de los equipos que mejor trabajo ha hecho. Sí, el puesto de
receptor no era una prioridad, pero Lamb era demasiado bueno como para dejarlo
escapar. Y Diggs es un refuerzo de auténtico lujo para la línea secundaria.
Con la mayor parte del trabajo
hecho, el único frene importante que
queda abierto en Dallas es el de Dak Prescott. En septiembre de 2019,
cuando Ezekiel Elliott firmaba su nuevo vínculo con los Cowboys, los medios estadounidenses
señalaron que el QB había rechazado una extensión de 30 millones de dólares
anuales… ¡porque quería 40! En 2019 firmó los mejores números de su carrera en muchos
apartados, pero los Cowboys no parecen dispuestos a darle esa cantidad. Para evitar
complicaciones, le colocaron en marzo un franchise
tag exclusivo. Si lo firma, el QB cobrará 33 millones en 2020. El problema
es que en el momento de la publicación de este artículo, aún no lo ha hecho.
Prescott parece decidido a forzar
unas nuevas negociaciones que sólo puede tener con la familia Jones por ese tag. Se avecina culebrón, así que en Frisco se han cubierto las espaldas firmando
a Andy Dalton, aunque desde el Equipo
de América señalan que no tiene nada que ver. En principio el ex de los
Cincinnati Bengals (nacido en Texas) llega para ser un suplente de garantías,
pero puede ser titular sin ningún problema en caso de que Prescott no se
presente en las instalaciones del equipo.
Los Cowboys son un equipo con mucho
margen de mejora. Su roster es joven y tanto en ataque como en defensa tienen
muy buenas piezas para derribar la barrera de la ronda divisional e intentar
asaltar la cima de su conferencia. En cualquier caso, dejada atrás la era
Garrett, en Dallas miran al futuro con esperanza.