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Kobe Bryant, solo contra el mundo

El verano de 2004 fue un punto de
inflexión en la historia de Los Ángeles Lakers. El batacazo ante los Pistons en
las Finales de aquel año no fue más que el culmen de una temporada de mucha
tensión en Hollywood: las hostilidades entre Shaquille O’Neal y Kobe Bryant, los
comentarios de Karl Malone sobre la esposa de Kobe, el hastío de Phil Jackson,
veteranos que no rindieron como se esperaba, etc.

Con sus dos machos alfa
enfrentados, la directiva angelina tenía que elegir: o Kobe, o Shaq. Los dos,
imposible. Se decantaron por el primero. Así, los Lakers decidieron no renovar
a Jackson, traspasaron a O’Neal a Miami, a Gary Payton a Boston y tampoco
ofrecieron un nuevo contrato al Cartero. Al cabo de unos días, Bryant –agente
libre– regresó a la disciplina de los Lakers. Comenzaba una nueva era en la
franquicia oro y púrpura en la que toda la presión recaía sobre el escolta: tenía
que demostrarle al mundo que era capaz de ganar sin Shaq.

Daba la sensación de que los Lakers
corrían un riesgo apostando por Bryant. A sus 26 años, su condición de All-Star
era indiscutible, pero también se había ganado fama de tipo complicado por sus
múltiples roces con compañeros y técnicos. Y la acusación de violación todavía
estaba muy reciente. Además, el año I de la era Kobe no pintaba muy bien en
términos puramente baloncestísticos. El quinteto de gala de los Lakers 2004-05
lo conformaban Chucky Atkins, Kobe Bryant, Caron Butler, Lamar Odom y Chris
Mihm. Y en el banquillo, Rudy Tomjanovich, leyenda de los Rockets tanto en la
cancha como en la banda.

Para sorpresa de muchos, el primer
tramo de la temporada fue positivo (24-19), hasta que los problemas de salud de
Tomjanovich (reemplazado por Frank Hamblen) y las lesiones de Kobe y Odom
complicaron el sprint final. El resultado, un 34-48 de balance que dejó a los
Lakers fuera de Playoffs por primera vez en más de una década. Un fracaso intolerable
en el lado rico de Los Ángeles. Había
que reaccionar.

Los fichajes de los Lakers para la
temporada de 2006 fueron Andrew Bynum (un mirlo de 17 años llegado directamente
desde el instituto) Kwame Brown (uno de los peores números uno del Draft de la
historia) y Smush Parker (al que Kobe calificaría años después como “el peor jugador con que ha jugado”). El
refuerzo estrella estaba en el banquillo: Phil Jackson, que unos meses atrás publicó
un libro en el que definía a como “inentrenable”, regresaba a L.A. con un
contrato de tres años y treinta millones de dólares. Pero por mucho que el
Maestro Zen hubiese vuelto, la sensación era que Bryant iba a luchar él solo
contra el mundo. Y así fue.

En 2006 y 2007 Kobe tuvo que lograr
proezas anotadoras dignas del mismísimo Wilt Chamberlain para mantener a flote
el barco de su equipo. Especialmente recordados son los 62 puntos que le metió
a Dallas en tres cuartos y, sobre todo, los históricos 81 ante Toronto, que a
día de hoy siguen siendo la segunda mejor marca anotadora de la historia de la
NBA, pero también hay que destacar los cuatro partidos consecutivos en los que
encestó más de 50 puntos. 65, 50, 60 y 50 para ser exactos. No fueron pocas las
voces que pidieron los MVP de esos dos años para Bryant. Los malos registros de
los Lakers y la mala prensa que le acompañó durante la mayor parte de su
carrera tuvieron más peso que sus hazañas individuales.

Gracias a Kobe, los Lakers se
metieron en los Playoffs de 2006 y 2007 con el séptimo mejor registro del
Oeste. Y en ambas ocasiones les tocó bailar con la más fea: los Phoenix Suns de
Mike D’Antoni, Steve Nash, Shawn Marion, Amar’e Stoudemire y compañía. Unas eliminatorias
para la historia. Sobre todo la primera, en la que se quedaron a 6’3 segundos
de dar la campanada. Porque tras perder el primer partido en Phoenix, los
angelinos lograron darle la vuelta a la serie para ponerse 3-1 con una canasta
de Bryant sobre la bocina.

Todo el mundo esperaba un quinto
partido muy tenso. Con los Suns contra las cuerdas, en Arizona se encomendaban
a Raja Bell para que frenase a la estrella de los Lakers. Entre ambos hubo más
que palabras. A falta de siete minutos y medio para el final del partido, con
Phoenix mandando de catorce, Bell le hizo a Kobe un movimiento más propio de la
WWE que de la NBA. Un clothesline que le costó al escolta de los Suns una suspensión
para el sexto choque. Sin la defensa de Bell, el todavía 8 de los Lakers anotó
todo lo que quiso y más.

L.A. iba tres puntos arriba, Nash
falló un triple desde la equina con diez segundos en el reloj. El rebote lo
atrapó Marion, que localizó a Tim Thomas en la línea de tres. Este cogió el
balón, amagó, lanzó… y encestó para mandar el choque a la prórroga. Un jarro de
agua fría para la parroquia del Staples Center. Los Suns se llevaron el sexto
partido inutilizando los 50 tantos de Kobe Bryant. El game 7 fue un paseo para
Phoenix.

El 4-3 de 2006 se convirtió en 4-1
en 2007. Kobe estaba harto. Harto de que desde las oficinas no trabajaran en la
construcción de un equipo competitivo. Se habló de Jason Kidd, de Carlos
Boozer… pero ninguno acabó enfundándose el uniforme oro y púrpura. Así, en el
verano de 2007 solicitó ser traspasado. Y estuvo a nada de convertirse en nuevo
jugador de los Pistons, pero vetó un acuerdo que estaba hecho (era de los pocos
jugadores que tenía esa cláusula). Él había hecho una lista con los equipos a
los que quería ir y Detroit no era uno de ellos.

Quedarse en los Lakers fue la mejor
decisión que pudo tomar. Porque cuatro meses después aterrizó en Los Ángeles un
tal Pau Gasol. El destino de Kobe Bryant y de la franquicia iba a cambiar para
siempre. 

Periodismo UCM. NBA en @SpheraSports y Sporting en La Voz de Asturias (@sporting1905).

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