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Jerry Buss y la caída del imperio

Durante los setenta años de existencia de Los Angeles
Lakers, la segunda gran franquicia de la liga, jamás estuvieron más de dos
temporadas consecutivas sin disputar los Playoffs. Ocurre que en 2018 se va a
cumplir un lustro. Hay quien dice que la gran crisis en la que están inmersos
los californianos comenzó el 12 de abril de 2013; aquel fatídico día de la
rotura del tendón de Aquiles de Kobe Bryant. En primera ronda de postemporada,
aquella plantilla diseñada para asaltar el campeonato era barrida, sin la
Mamba, por los eternos Spurs. Y de ese modo, se iba al traste la última gran
apuesta de Jerry Buss. Porque el Doctor Buss, como era conocido, ya no estaba
presente. El 18 de febrero de ese mismo año, un cáncer se lo llevaría, a los
ochenta años de edad. Tal vez los Lakers hayan empezado a perderse a medida que
su propietario se acercaba al umbral de la muerte.

Jerry Buss, natural de Salt Lake City, había residido en Los
Angeles siendo niño, antes de mudarse a Wyoming, coincidiendo con el segundo
matrimonio de su madre, quien hasta entonces lo había criado prácticamente sola.
Tras graduarse en la universidad estatal, regresó a la Costa Oeste para
continuar sus estudios y realizar sus primeras inversiones, recién comenzados
los sesenta. Le fue tan bien que, en 1979, siendo ya rico, decidió gastarse
cerca de setenta millones de dólares en adquirir varias propiedades: The Forum
y los equipos profesionales de hockey y baloncesto de la urbe, Kings y Lakers. Y
si bien vendió posteriormente (1988) la mayor parte de las acciones de los
Kings, su idilio con los Lakers duraría para siempre. En su primera temporada,
la 1979-80, coincidiendo con la llegada del que fuese su jugador fetiche, un
tal Earvin Johnson, ganaría el primero de los diez campeonatos que sumó como
propietario.

Resulta que Sports Illustrated le dedicaría un artículo
cuando adquirió las franquicias, explicando que su vida hasta entonces seguía
el patrón claro de playboy renegado, fanático del baloncesto y parodia de dueño
de equipo deportivo. Lo que no vieron es que, detrás de aquel excéntrico hombre
de negocios, existía también una gran visión que haría de su nueva escuadra la
más atractiva para las nuevas generaciones. En la década de los ochenta, con el
Showtime como bandera, los de púrpura y oro se harían con cinco anillos. A su
vez, el Forum era el pabellón donde más celebridades se concentraban, con las
entradas más demandadas y el lugar más apetecible donde dejarse ver para
estrellas del celuloide y farándula. Fiesta, lujo y el mejor y más excitante
grupo de baloncestistas. El cóctel perfecto. Los Angeles Lakers eran, en
realidad, un reflejo de su dueño.

La perspectiva de Buss iba más allá del propio deporte como
tal. Entendió que el papel de las estrellas debía ser mayor, haciéndolas
partícipes de la toma de decisiones en la organización, dándoles un poder
superior al que jamás habían tenido. Como trasfondo, el beneficio de tenerlas
contentas. Jugó con esto, y con el clima, la playa, Hollywood, las celebridades,
las chicas y la ostentación, para seguir atrayendo jugadores incluso cuando el
tope salarial y el impuesto de lujo parecían jugar en su contra. Así se hizo en
su día con, por ejemplo, Shaquille O’Neal, a quien no le resultó complicado
convencer para que cambiase Florida por California. Curiosamente, su último
gran movimiento fue otro jugador también procedente de Orlando. Desde que la
salida de Dwight Howard pasó a ser una evidencia, la gran mayoría de
aficionados tuvieron claro que su destino era la gran ciudad del Pacífico.
Porque siempre ocurría. Los Lakers superaban cualquier otro mercado. Eso fue lo
que Buss logró en Los Angeles. Ya nadie hablaba de parodias. Porque, muy
probablemente, todos entendían que se trataba del mejor dueño de un equipo de
baloncesto profesional.

Así, más allá de los focos y flashes, los Lakers fueron
relevantes durante las últimas tres décadas. Siendo extraordinariamente sólidos
(solo dos ausencias en Playoffs) a pesar de sufrir reveses como la enfermedad
de Magic, su gran icono, las salidas de grandes jugadores y técnicos siendo aún
referentes (Shaquille o Jackson) o vivir las retiradas de históricos (contra la
naturaleza no se puede luchar). 

La primera vez que se habló de manera más o menos clara
sobre el estado de salud de Jerry Buss fue durante los Juegos Olímpicos de
Londres. Altos directivos de la competición ya usaban la palabra “cuando”, en
lugar del habitual “si” condicional que suele salir a la luz en estos casos. ¿A
qué podía deberse tanto silencio? Quizás en los círculos de la liga existía un
miedo real a un mundo posterior a Buss, no solo por lo que significaba para
Lakers (uno de los equipos más representativos del torneo), sino por lo que
representaba para la propia NBA. Muchas veces se pasa por alto la influencia de
los treinta propietarios de las franquicias que pertenecen a la liga. David
Stern y, posteriormente, Adam Silver se han visto obligados en numerosas
ocasiones a ceder ante ellos. Sabiéndose vitales, la influencia de Buss entre
iguales, donde convivían tres grupos diferenciados (la vieja guardia, los
nuevos poderosos y los menos significantes) y tres realidades económicas (gran
mercado, pequeño mercado y clase media) era palpable. De hecho, se dice que en
las reuniones de los dueños de los equipos, la voz más respetada en la sala era
la del viejo Jerry. Pese a tratarse de un hombre de gran mercado y vieja
guardia, siempre mostró preocupación por el resto y estuvo abierto a valorar
cualquier idea que tuviera sentido. Su mayor habilidad: permanecer callado durante
horas para, en el instante de intervenir, plantear soluciones o hacer la mejor
proposición posible.

Se cuenta que en una ocasión, ya en el ocaso de su
trayectoria, los propietarios de mercados menores presionaron en una asamblea
para que el reparto de ingresos fuese el mismo. Buss esperó a que todos
describiesen su coyuntura. Tras evaluarlas, expuso el caso de un dueño presente
que había hecho mucho dinero con sus empresas, ganando cientos de millones de
dólares más allá del baloncesto, mientras que él, cuando entró en el negocio,
puso su foco en el deporte, haciendo de su franquicia su vida, colocando en
segundo plano el resto de las cosas. Entonces, ¿ese propietario pretendía ahora
que se dividieran por igual las ganancias? Buss no se cerró en banda negando
ese reparto, pero sí que puso en relieve que esa persona podría haber dedicado
mucho más tiempo y recursos a su franquicia, tal y como él hacía, y de esta
manera, con alta probabilidad, su situación sería otra. Así que planteó la duda
tras el ejemplo: ¿qué pasaría si todos los propietarios compartieran sus
ganancias? La sala quedó en silencio. El otro dueño había quedado en entredicho.
Si la liga abogaba por el reparto igualitario, tenía que asegurarse de que
fuera por razones correctas y no porque un puñado de propietarios a tiempo
parcial, como él los denominaba, y sin éxito trataran de beneficiarse del
sistema. Una vez concluido su alegato, acordó compartir, pero hizo que todos
pensaran al respecto.

En el entramado de la NBA todos respetaron a Buss en sus
momentos más duros. Un dueño de franquicia irrepetible, un referente, un
modelo, un icono, se iba apagando. Sin embargo, nunca se filtró nada sobre la
gravedad de su estado. Él, en una cama de hospital, batallando contra el cáncer
y su privacidad mantenida. En un mundo en el que las redes sociales alimentan
la atmósfera mediática y multiplican los rumores, nadie escribía al respecto.
Cuando queramos entender lo que significa ganarse el respeto, pensemos en esto.
Con Jerry Buss no se trataba solo de títulos. Su éxito iba más allá de los
trofeos Larry O’Brien. Y es que no fue solo un ganador; también fue un
visionario, un pensador, alguien que ayudó a que la liga fue más rica e
interesante. Nadie aprovechó tanto el potencial de una franquicia como él.

El 22 de febrero de 2013, cuatro días después de su
fallecimiento, Buss era enterrado en Hollywood Hills. Dos meses más tarde, Kobe
Bryant se rompía el talón de Aquiles. Y Los Angeles Lakers se perderían en un
submundo desconocido para ellos. Y sí, hubo un antes y un después de Kobe, o de
la lesión de Kobe, que ya nunca volvió a esa versión superlativa. Claro que es
manifiesta su importancia, pero no podemos considerarlo como el punto de
inflexión que marca el posterior devenir de los angelinos. Los Lakers sí
resultaron heridos de gravedad con la pérdida de su propietario. Y puede que también
hayan sufrido con los infortunios de esas grandes figuras, como Bryant. La
diferencia es que, con el Doctor Buss, siempre hubo una solución para cada
problema.

Tenerife. Estudié sociología aunque siempre he estado vinculado al mundo de la comunicación, sobre todo haciendo radio. Deporte en general y baloncesto más a fondo.

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