Pese a los fantásticos resultados y sensaciones del Atalanta y a su legado histórico en el Genoa, la trayectoria de Gian Piero Gasperini en la élite sigue injustamente empañada por su aciago paso por el Inter post Benítez y Leonardo en la temporada 2011/2012, en la que únicamente duró cuatro jornadas en el cargo.
El fútbol esgrimido por Gasperini es un fútbol de autor. Con él, ascendió en 2007 al Genoa en una de las Serie B más fuertes de todos los tiempos -con Juventus y Napoli– y lo clasificó cinco de siete temporadas por encima del décimo puesto, incluyendo un quinto y un sexto lugar más que meritorios y un acceso a Champions League en 2009 solamente impedido por el goal average particular. De hecho, la dimensión de su figura en el Grifone se ve perfectamente en el hecho de que en los dos años que no lo tuvo como míster, salvó la categoría de forma agónica, quedando 17º en ambas ocasiones.
Gasperini es un prototipo de entrenador de los que necesitan que su plantilla vaya adaptándose a su juego y no al revés. Su estilo genuino y su forma siempre arriesgada -en cuanto a equilibrio- de expresarlo sobre un terreno de juego, es digna de ser considerada a la altura de las ideas de otros transgresores mucho más populares y alabados que han generado y generan fenómenos mediáticos que son impensables para el técnico italiano de 58 años.
De hecho, Gasperini ha creado escuela en Italia –basta con ver a su sustituto y discípulo Ivan Juric en el banquillo de «su» Genoa- y tiene un respeto y una admiración contrastados entre los profesionales del Calcio. Thiago Motta dice de él que es el mejor técnico que ha tenido, Rodrigo Palacio que ha sido su maestro de fútbol y José Mourinho llegó a afirmar que era el mejor entrenador al que nunca se había enfrentado.
«Gasperini ha sido el técnico más duro al que me he enfrentado. En un Inter – Genoa cambié de esquema cinco veces para crearle dificultades y otras tantas veces me contrarrestó él cambiando su dibujo a los pocos minutos. Era como una pelea entre perros y gatos. Yo tenía que ganar a toda costa y él no quería perder bajo ninguna circunstancia. Fue un 0-0 espectacular para los que aman el fútbol» – José Mourinho (2008)
Formado como jugador y entrenador en los juveniles de una Juventus en la que nunca llegó al primer equipo en ninguno de los dos casos, Gasperini ha registrado dos meses de competición consecutivos prácticamente perfectos (22 puntos de 24 posibles) tras enfrentarse a cuatro de los mejores equipos de la Serie A. El Atalanta ha reverdecido y está capacitado, de seguir con esta proyección de puntos, para registrar una campaña histórica con una nómina de nombres francamente inferior a muchos equipos y a las últimas plantillas de Gasperini en Marassi. Esas que variaban cada año y le obligaban a un reseteo cíclico y general por el ansia vendedora de Preziosi. Lo que ha generado en el técnico una capacidad bestial de transformación nominal de sus equipos sin perder, e incluso ganando más, un ápice de la fuerza de su idea.
Pese a que sus dos únicas experiencias hasta la fecha lejos de Génova -Inter y Palermo- fueron sendos fiascos promovidos por la impaciencia, de la mano de Gasperini han surgido, se han asentado, se han relanzado o han revitalizado sus carreras un sinfín de nombres de primer nivel. Desde los jóvenes El Shaarawy, Sturaro, Kucka, Destro, Criscito, Vrsaljko, Bertolacci, Izzo, Sokratis, Mandragora o Perin; hasta los recuperados y revalorizados Thiago Motta, Palacio, Borriello, Antonelli, Rafinha (Bayern), De Maio, Niang, Pavoletti, Falque, Rincón, Laxalt, Ansaldi, Suso o Perotti.
Hay un patrón extrapolable entre los futbolistas que han crecido bajo su amparo: los jugadores de banda, básicos en su idea de juego. Una circunstancia que en Bérgamo volverá seguramente a repetirse con nombres como el del carrilero diestro Andrea Conti, el carrilero zurdo Leonardo Spinazzola o el del ‘Papu’ Gómez, el necesario líder carismático y gran creativo y driblador del equipo. Además de otros como la sensación Franck Kessié, el desbocado y anteriormente impreciso todoterreno Kurtic -al que Gasperini está recolocando con éxito como extremo diestro-, el delantero Andrea Petagna, otras dos revelaciones inesperadas como son los jóvenes Freuler -el mediocentro más cerebral- o el zaguero central Caldara.
Desborde, regate, buen pie, agresividad y solidaridad colectivas. Llegadores multifuncionales, centrales de recorrido, con zancada para la conducción y anticipadores. Laterales reconvertidos en centrales en defensa de tres efectivos también esenciales y marca de la casa en su forma de entender el fútbol. Atrevimiento en todos y cada uno de los roles y una referencia arriba que canalice todo el torrente ofensivo vertical y por banda y ofrezca valiosas descargas y aperturas. No es casualidad, sin ir más lejos, que con él de entrenador, Motta registrase su mayor marca goleadora en liga (6 goles) o que el venezolano Rincón se destapase en la pegada desde segunda línea tras no haber marcado ningún tanto en sus cinco años en la Bundesliga. Todo está enfocado a un fin: llegar a la portería adversaria de la forma más directa y vertical posible pero no por ello menos cuidada y precisa en su ejecución desde atrás.
Todo su sistema adquiere sentido a través del robo adelantado y de la transición en una estructura compleja que necesita de jugadores dúctiles y físicamente muy preparados para consolidar sin fisuras el 3-4-3 que Gasperini tiene por bandera, antagónico al manido cliché catenacciaro, como seguidor del estilo y los innegociables conceptos del Ajax de los años noventa. Un dibujo que nadie salvo él ha utilizado como sistema base durante tantos años y con tan buenos resultados en el Calcio y en el fútbol europeo de las grandes ligas.
Transitar hacia su sistema en un nuevo proyecto es muy delicado. En el Atalanta, de hecho, ha comenzado reforzando un poco más el centro del campo en algunos partidos con un 3-5-2 o un 3-4-2-1 pero ya está puliendo los principales pilares de su particular y genuina filosofía para ir mudando, en cuanto la asimilación sea notable, a su sistema habitual. Un estilo caracterizado por las ayudas constantes, la presión sobre la pelota, las marcas individuales, la verticalidad extrema, la alta intensidad y los dobles triángulos formados constantemente por bandas entre uno de los pivotes con el central de banda y el volante contiguo y con el propio volante y el extremo para hacer avanzar la posesión escalonadamente, prescindiendo e incluso despreciando la figura del regista.
«No hay ninguna necesidad de tener a un iluminado que juegue todos los balones. Si hay que pasar el balón a cinco metros, eso también lo puedo hacer yo» – Gian Piero Gasperini
Además de todo ello, son asimismo fundamentales la anticipación, la confianza para los desplazamientos laterales en largo que hagan moverse a todo el sistema defensivo rival en ataques más pausados, la continua permuta de los volantes con unos extremos –habitualmente mediapuntas resituados- con libertad medida para trazar diagonales, habilitar espacios y generar el limitado pero ocasionalmente necesario juego combinativo interior en tres cuartos de cancha. El recorrido y el doble trabajo de unos mediocentros que tienen que rotarse para que uno de ellos siempre pueda llegar a pisar área cuando el punta, que tiene que saber utilizar su cuerpo y ser un valor por alto para sacar partido del caudal por los costados, sale para combinar en corto de espaldas o acolchar el juego más directo. Y la salida en conducción de los centrales de ambos costados, encargados de acelerar la jugada desde sus primeros compases y principales gestores en la zona en la que el equipo más «retiene» el balón.
Un fútbol que involucra a todos sus hombres, a todo el grueso de la plantilla, que rehuye una separación abrupta entre balances defensivo y ofensivo, que acostumbra a dividir su juego en dos mitades verticales y que está obligado a medir de forma milimétrica sus tiempos de acción para evitar los evidentes riesgos que pueden descompensar a todo el equipo si en el hombre a hombre, el rival desequilibra a su defensor. No es extraño, por lo tanto, que el día que no salgan bien las cosas, el equipo de Gasperini se vaya a su casa con tres o cuatro goles en contra, prácticamente imposibles de compensar por mucha generación de ocasiones en el marco rival que se cree.
El estilo ‘gasperiniano’ es innovador, dinámico, tácticamente único en el Calcio y perfectamente ejecutado, podría (o debería) llegar a ser una referencia de culto si contase con futbolistas de mayor nivel, más específicos y también más mediáticos. Todo dependerá de la asimilación de conceptos, de una adecuación por parte de los futbolistas al sistema que Gasperini ya está provocando con éxito y de que el físico y la concentración no sufran mella en forma de errores puntuales condenatorios pero si este Atalanta sin grandes nombres, más allá de la figura principal que es el ‘Papu’, encuentra regularidad y asienta el atractivo castillo de naipes de su entrenador, puede volar muy por encima de sus posibilidades reales, que no son otras que salvar la categoría sin sufrir demasiado. Con el maestro Gasperini no solamente es posible sino que es, además, bastante probable.
Sevilla. Periodista | #FVCG | Calcio en @SpheraSports | @ug_football | De portero melenudo, defensa leñero, trequartista de clase y delantero canchero
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