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Premier League

Ganar en Anfield

Hay pocas victorias que no lleven consigo una fecha de caducidad muy clara: el próximo partido. Imagino que las finales, en un rinconcito, me estarán levantando la mano. En un contexto cargado de extremismo, sin grises, a veces ni ellas valen. La pasión, como el esfuerzo, no se negocia en un deporte que mueve montañas. Que le pregunten a Jurgen Klopp. En las redes sociales le llueven las críticas pese a su impresionante trabajo en el Liverpool. Son unos pocos, pero están ahí porque el fútbol no tiene códigos éticos: te destruye aunque ayer fueras el más grande.

El Everton ha conseguido ganar al Liverpool tras 22 años cargando con una mochila innecesaria: las derrotas de sus predecesores. Han pasado muchos entrenadores desde aquel gol de Kevin Campbell a finales de siglo pasado. Ya no te digo jugadores. Sin embargo, cuando la cuestión empezó a agarrar tintes dramáticos, cuando la parte azul de Merseyside vio, por ejemplo, que un poltergeist provocaba un efecto extraño que se colaba en la portería de Jordan Pickford, la gente empezó a dudar. Una generación entera no había visto a su equipo llevarse todos los puntos del coliseo rival y eso, aunque quieras alejarlo de tus pensamientos, aparece en tu mente para arruinarte la noche una vez más en el verde.

¿Qué culpa tendrán Carlo Ancelotti, James Rodríguez o Richarlison? Ninguna. Pero la presión está ahí. Se esconde desde el cortísimo viaje en autobús que te lleva de Goodison Park a Anfield. En todos los sitios. Y, por supuesto, lo huelen los mejores futbolistas de una entidad que ha levantado la Champions League dos veces en un periodo oscuro para los que tiemblan ante el himno rival. Los grandes jugadores, si perciben el miedo, te machacan.

Imagino que por ello, aunque sea en un Anfield sin el fervor de sus hinchas, los de Carlo Ancelotti celebrarán este triunfo como posesos. Ya no solo por esos jóvenes que llegaron a pensar que nunca sucedería, ni tampoco por esos tres puntos que acercan otra vez al equipo al objetivo europeo. Lo harán, sobre todo, por los que vendrán: se acabó ese peso inhumano que nadie merecía. Perder el siguiente partido conllevará, seguro, un sinfín de exabruptos y riñas de la gente que realmente quiere al club. Pero la próxima vez que haya que cruzar el pequeño parque que separa ambos estadios esta victoria seguirá revoloteando. Eso sí que es un jaque mate a los famosos intangibles de este deporte que nos lleva, mareándonos, entre la calle de la amargura y la alegría máxima. Que sea siempre así.

Imagen de cabecera: Laurence Griffiths/Getty Images

Martorell (Barcelona), 1996. Periodista freelance. Amante del fútbol y loco por la Premier League. En mis ratos libres intento practicarlo.

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