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Flor imperativa

No es históricamente el Real
Madrid un club definido por la regularidad. La constancia es quizá uno de los
puntos débiles asociados al equipo blanco. Para muestra un botón: sólo siete
equipos en Europa han logrado completar un triplete compuesto por Liga, Copa y
Copa de Europa. Son el Celtic de Glasgow, Ajax de Amsterdam, PSV Eindhoven,
Manchester United, Inter de Milán, Bayern de Munich y FC Barcelona. No, el Real
Madrid, el club más laureado del continente en cuanto a títulos europeos se
refiere, no se encuentra dentro del selecto club. Aquel que más títulos
ligueros acumula, jamás ha logrado juntar los dos títulos de mayor prestigio
con la Copa del Rey.

Sin embargo, el idilio con la
Copa de Europa de los merengues continúa. Se trata de una historia de amor
cuyos finales suelen ser felices. Una competición, la Champions League, en la
que el Real Madrid se transforma, ofreciendo lo mejor de sí mismo, tal y como
sucede con los enamorados, que especialmente en fase de noviazgo muestran sus
mayores virtudes, esas que se esconden en la vida cotidiana tras sus múltiples
defectos. Quizá la competición, como la pareja, ayuda con su predisposición a
no tener en cuenta dichos defectos, a mirar hacia otro lado cuando los mismos
se muestran, a minimizar el daño de los mismos para que no tengan repercusión
en la relación. Así es el amor, que dirían.

Se ha convertido la presente
temporada en una nueva muestra de la definición del Real Madrid relacionada con
la irregularidad. Cuando los focos de su amorosa pareja se alejan, sus
esfuerzos por asemejar perfección se debilitan y las taras quedan al
descubierto, a la vista de todos, salvo de la Champions, esa chica que es la
única que parece importarle. Y como consecuencia, el monótono día a día se
convierte en una pesadilla insufrible, en la que el equipo se muestra diminuto,
imperfecto, mostrando todas sus carencias. Se pone en riesgo el trabajo, los
amigos, la salud, fiándolo todo a la próxima cita con aquella que ocupa su
corazón.

Y la próxima cita, casualmente,
es el 14 de febrero. El día de los enamorados, ante el equipo que se instala en
París, la ciudad del amor. Todos los ingredientes para una noche mágica repleta
de pasión, de amor, buenas intenciones con las que mostrar todas las virtudes y
esconder los defectos. El clavo ardiendo al que agarrarse para olvidar el
amargo transcurso de la vida cotidiana.

Y si hay algo que no debe faltar
en una noche como esa, es la flor. Es de obligado cumplimiento regalar a tu
pareja en el día de los enamorados una bonita flor. Para el Madrid en esta
ocasión debe volver a aparecer de forma imperativa esa flor que le acompaña en
su competición fetiche, aquella flor con la que se suele definir la suerte de
su técnico, esa que cubre las deficiencias tácticas que acompañan a su
inexperiencia y que le han permitido vivir noches de un romanticismo máximo con
una pareja de la que está enamorada desde la adolescencia.

Esconder defectos, sacar a la luz
todas las virtudes, mostrar esplendor. Contar con una flor imperativa en el Día
de San Valentín, que permita seguir soñando que haya boda a final de temporada. 

Vocación de periodista. Pasión por el fútbol, especialmente Segunda División Española. Escribo en @SpheraSports.

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