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Fútbol Internacional

Ferguson, antes de Sir Alex

“Si no tuviéramos pasado, estaríamos desprovistos de la impresión que define a nuestro ser”, escribió el bardo de Escocia, Robert Burns.

Para poder continuar hacia delante huimos del dolor de vivencias que no cicatrizaron, un despido con un club que jugaba en Love Street. ¿Mejor nombre para hablar de la primera gran ruptura? Pero lo cierto es que en esta historia la última relación fue de las de para toda la vida. Al menos, la futbolística.

Alexander Chapman Ferguson, Comendador de la Orden del Imperio Británico, abandonó los banquillos tras veintiséis años como director de escena del Teatro de los Sueños. Treinta y ocho títulos y la sensación de que el famoso poema, convertido en canción, de su compatriota Burns que cantan en Nochevieja y para despedirse de un ser querido, Auld Lang Syne, sonaba en los corazones de los aficionados del Manchester United.

Han pasado siete años y su nombre aún despierta una sonrisa, trae el recuerdo de la gloria. Pero, ¿cómo comenzó la carrera de este técnico, antes de ser conocido en el mundo entero como Sir Alex Ferguson y dirigir las batallas balompédicas de los campos de barro del empapado césped inglés?

Tenemos que regresar a Escocia. Recuerda su primer partido de juvenil con el Queen’s Park como un evento traumático. Una derrota, aunque anotó. Entonces su carácter ya era vibrante, según los centrales que tenían que defenderle. El joven delantero centro de Glasgow, con paso firme, llegó a ser en la temporada 1965/1966 el máximo goleador de la liga escocesa con el Dunfermline, junto a Joe McBride, figura del Celtic.

No tardaron en fijarse en él los Rangers, donde tuvo buenas temporadas a nivel continental con un gol ante el Athletic Club de Bilbao – Bielsa fue el autor de la revancha desde el banquillo – en la extinta Copa Europea de Ferias, especie de antecedente de la Europa League.

Rumores aparte de si el hecho de que su mujer fuera católica pudo traer problemas en el equipo protestante, hubo una oferta del Nottingham Forest. El traslado a Inglaterra entonces parecía inviable para su familia y acabó en el Falkirk, donde comenzó a actuar como jugador y asistente del entrenador. Su interés por estar al frente de un conjunto, colgadas las botas, comenzaba a verse realizado.

La llegada de un nuevo técnico, que no le incluía en su cuerpo técnico, hizo que emigrara al Ayr United donde terminó su carrera como futbolista en 1974. La antesala de una nueva vida: a los treinta y dos años de edad se le daba la oportunidad de dirigir al East Stirlingshire.

40 libras a la semana y el paso hacia otro club más grande: St. Mirren. Las dos primeras temporadas no fueron fáciles, pero en las siguientes The Buddies pasaron de la tercera categoría del país a ascender y ser campeones de la First Division, y posteriormente subir al máximo nivel del fútbol de su país.

Esto atrajo el interés del Aberdeen y con este llegó el conflicto. Una trama que podría haber firmado John le Carré: el club le despedía acusado de querer llevarse con él a jugadores a través de reuniones secretas, y de presionar a una secretaria para obtener información confidencial.

Todo acabó en un juicio en el que se dictó sentencia diciendo que su despido no había sido improcedente sino que “no tenía experiencia alguna, ni talento, para dirigir un equipo”. ¿Qué hubiera pasado si aquellas palabras hubieran transcendido?

La personalidad intensa, de hombre de acción – según el propio Fergie –, siempre le ha precedido. Tanto en su juego como en su forma de enseñar. Su llegada para reemplazar a Billy McNeill no fue sencilla. Su edad cercana a la de los veteranos no ayudaba a ganarse el respeto. Situaciones como tener que increpar a uno de sus jugadores en un amistoso, y tras alzarse con la Copa Escocesa de 1983, cuando todo el vestuario celebraba con champán, tener que dar una lección: no habían jugado bien.

Fergie el furioso” le llamaban. Exigir más, y más, para todos sus alumnos era saber que no había cima inalcanzable y gracias a esto todos dicen haber crecido como futbolistas.

Frank McDougall tuvo que desmentir que al recriminarle Ferguson que se hiciera el lesionado perdiera los nervios y pegara un puñetazo a su entrenador. El delantero, con quien sigue teniendo amistad y le describe como un genio, tenía fama de chico malo aunque recuerda que solo fue un empujón, pero aquella disputa se convirtió en una leyenda urbana.

Los años en Aberdeen estuvieron llenos de trofeos a partir de la 79/80. Ganaron la máxima competición doméstica, trofeo que hacía quince años que no conseguía un equipo distinto a Celtic o Rangers. Los jugadores comenzaron a creer en él. La Copa en el 82, que obtendrían tres años consecutivos, y los lobos comenzaban a aullar a la puerta. Desde Inglaterra acechaban al joven escocés que se ganaba titulares por motivos deportivos y de talante.

Wolverhampton Wanderers y los Spurs lanzaban sus ofertas. Pero aún quedaban cosas por conquistar antes de hacer las maletas y abandonar su país: una victoria en la final de la Recopa de Europa de la UEFA frente al Real Madrid en el 83, después de haber derrotado al Bayern de Múnich, la competición escocesa de la 83/84, junto a su primer título personal: Miembro de la Orden del Imperio Británico.

Rangers y Arsenal también le querían en sus filas. Una liga más y decidió que era el momento de abandonar el lugar en el que había dado sus primeros grandes pasos hacia la posteridad. Tocaba servir a la patria: se unió al cuerpo técnico de la selección escocesa, y cuando en septiembre de 1985 murió el entonces seleccionador Jock Stein, Ferguson tuvo la misión de dirigir al combinado en el Mundial de México de 1986.

Cayó en fase de grupos, aunque su forma de jugar es recordada con estima en Escocia, a donde regresó por unos meses. El 6 de noviembre, tras el cese de Ron Atkinson, fue presentado como nuevo entrenador del Manchester United en Old Trafford. El resto es historia del fútbol. 

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