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El sacrificio de Simona Halep

En el año 2009, una jugadora de solo 17 años se paseaba por el circuito WTA levantando las miradas de compañeras, aficionados y entrenadores. Su ranking había ido oscilando a lo largo de la temporada entre la posición 300 y la 200, por lo que no parecía una amenaza para las mejores tenistas en los torneos principales a corto plazo. Su canon no era el idóneo para practicar el deporte. Simona Halep, aún adolescente, llevaba ya tres años como profesional (había debutado en 2006, con 14 años) y había sido la número 1 del mundo en categoría Junior, donde había arrasado en Roland Garros en 2008 sin ceder un solo set en todo el torneo, pero el centro de atención no era su tenis, ni su progresión, ni en qué jugadora se podía convertir. El foco de todas las miradas era su pecho.

10 años después, en julio de 2019, más de 20.000 personas se daban cita en el Estadio Nacional de Bucarest. No jugaba la selección de fútbol ni tampoco lo hacía el Steaua, dueño del campo. Simona Halep, una jugadora de tenis de 27 años, acababa de ganar a Serena Williams en la final de Wimbledon y se hacía con su segundo título de Grand Slam en categoría senior. El homenaje no quedó ahí, pues la rumana se dio un paseo por las calles de la capital, en un autobús totalmente decorado con sus fotos, saludando a todos aquellos que no habían podido entrar al estadio, limitado en aforo a esas dos docenas de miles de espectadores. Un año antes, en Roland Garros, había cosechado su primer Grand Slam y entonces también habían sido más de 20.000 las personas que se habían dado cita para homenajear a la que ya era reina de su país, lo que obligó a los organizadores a tomar medidas y limitar la entrada de público un año más tarde. Entre esos dos momentos, en esa década de sufrimiento, crecimiento y triunfos, una decisión: una cirugía de pecho para reducir su tamaño.

Y es que cuando Halep comenzaba como profesional, su cuerpo era un hándicap insalvable. Bajita (apenas mide 1’68m) en un deporte que entonces comandaban bestias físicas como Serena Williams (y su hermana Venus) y mujeres de una altura y elasticidad considerables como Sharapova, Ana Ivanovic, Dementieva o Wozniacki capaces de llegar a cada bola y con la ventaja simple de estar a mayor lejanía de la altura de la red que Halep o de sacar a más potencia por pura física. La rumana, pequeñita, casi encorvada, voluminosa, no encajaba en absoluto con el prototipo de tenista que entonces triunfaba. Estaba en las antípodas. No parecía tener el mismo poso que sí había cosechado en categoría junior porque así lo había querido la naturaleza, esa misma que la había dotado con un revés prodigioso y unas de las piernas más rápidas del circuito. No había cumplido la mayoría de edad cuando decidió reducir el tamaño de su pecho. “Lo hice por el tenis. Todo lo que he hecho ha sido por ser la mejor del mundo. Era mi sueño. Tenía mucho pecho, mucho peso, me costaba moverme, no podía golpear la bola bien y sufría problemas de espalda. Es el mayor sacrificio que he hecho en mi vida”. Y mientras ella entró decidida e incluso riendo al quirófano, segura de lo que estaba haciendo, en su entorno nadie creía en lo que le iba a deparar después su carrera. Su familia siempre dudó y tuvo miedo en aquellos días sobre qué vendría después. ¿Y si se operaba y no servía para nada? ¿Y si no irrumpía en el profesionalismo como sí lo había hecho como junior? Hay muchas que se quedan en el camino.

Aquella cirugía, en 2009, supuso el crecimiento espectacular de una de las mejores jugadoras de la última década. 23 títulos del circuito (y 18 finales perdidas) lo corroboran, aunque siempre le queda la espinita de dar algo más de sí en los Grand Slam. Ha ganado dos, pero antes de cosecharlos había perdido tres finales, por lo que su misión parecía una especie de quiero y no puedo que ya ha quedado atrás. Algo parecido a lo que le sucedió a Andy Murray en su día. Simona afronta cada Major como una de las favoritas y para verla fuera del Top10, hasta hace muy poco, había que mirar los registros históricos, pues no se bajaba de ahí desde 2014 y sumaba 373 semanas seguidas en esos 10 primeros puestos del ranking (la octava cifra más alta de toda la historia). Las lesiones sufridas en 2021, que apenas la dejaron competir, además de las de inicio de 2022, han hecho que hoy haya caído a la 21ª posición. Una situación que no refleja su tenis real. 2010 ya lo terminó, con 18 años recién cumplidos, entre las 100 mejores raquetas del circuito. Un año más tarde rozó el 50, para 2012 se metió entre las 40 mejores y en 2013 ya se quedó undécima, a las puertas de la primera lista del ranking. Fue 2014, con 22 años, cuando comenzó a ser una amenaza para sus rivales. La rumana había llegado a la fiesta.

Aguerrida, guerrera, luchadora. Son algunos de los adjetivos que siempre definen su tenis, su personalidad, su vida. Creció en Constanza, en el seno de una familia deportista. Su padre había jugado como futbolista semiprofesional en el Săgeata Stejaru de Rumanía, y el hermano de Simona, cinco años mayor, practicaba tenis. Así empezó a jugar la hija de los Halep, con 4 años, al acudir un día al entrenamiento de su hermano. Su padre siempre estuvo al lado de sus hijos en el deporte, pues siempre tenía una pregunta en su cabeza: “¿Y si yo hubiera recibido apoyo incondicional de mis padres con el fútbol…Dónde habría llegado?”. Simona se decidió por el tenis, aunque bien pudo hacerlo por el balonmano o el fútbol, que se le daba realmente bien. No duda en demostrar, cuando le cae un balón (o una pelota de tenis) su calidad técnica para hacer toques y demás trucos. Es aficionada al Steaua de Bucarest (hoy refundado como FCSB) desde que con 15 años se mudara a la capital y ya en 2014 el club la invitó a hacer el saque de honor en un derbi ante el Dinamo. Un fútbol que sí practica su primo Dimciu Halep, un delantero de 21 años que hasta hace nada integró las filas del Viitorul, el equipo de Gheorghe Hagi, y que ahora juega en el filial del Steaua de Bucarest, con el sueño de jugar algún día con el primer equipo en ese estadio que ya llenó su prima.

Simona Halep tardó tres años en escalar en el Top10 hasta ser la primera raqueta del mundo y no dudó en darle la vuelta a la situación cuando llegó lo más complicado. Esa cosecha de un Grand Slam que parecía una quimera. Considerada hasta entonces como una tenista menor entre medias de varias generaciones, como una buena jugadora, pero no especial, pocos creyeron en su punch cuando, tras tres derrotas seguidas en finales (dos en Roland Garros y una en el Abierto de Australia) arrancó su cuarta final, también en Paris, con un set abajo. La rumana, en cambio, se repuso, doblegó a la americana Stephens y levantó el trofeo en un polvo de arcilla que tiene como su mejor superficie, ahí donde se mueve grácil, con soltura, ahí donde es una auténtica pared. Su mejor partido, en cambio, fue en el que ella creía su peor terreno, la hierba de Wimbledon, el jardín de una Serena Williams que hincó la rodilla ante la rumana, que fue un huracán imponiéndose en set corridos ante la leyenda norteamericana.

“To you”, dijo. Pocos lo entendieron. Quizás solo quien debía coger el mensaje. Era su madre, que soñaba con estar en la final de Wimbledon desde que su hija tenía 10 o 12 años porque es ahí, en el All England Club, donde “están todos”, comprendiendo también a los componentes de la Casa Real que se dejan ver por las gradas de vez en cuando. Y es que Halep, tímida, reservada, es una personalidad peculiar. Famosa por castigo, siempre intenta pasar desapercibida allí donde va. Poco se sabe de su vida privada e incluso entre su comunidad de fans se han hecho cálculos (en base a meses ausente por lesión) sobre si es posible que tenga una hija que a veces aparece en su entorno, pero no es otra que una sobrina que es un calco de la tenista. Apenas sigue perfiles en sus redes sociales más allá de su ex entrenador, un Darren Cahill que le dio la tranquilidad necesaria para sacar su mejor nivel. Halep lidia con una fama que no disfruta como sí hicieron otras en su posición. La tercera tenista que más dinero ha ganado en la historia con premios en los torneos en base a resultados tras las hermanas Williams no rehúsa donar anualmente una cifra considerable para ayudar a crecer el tenis en su país porque “en Rumanía jugar al tenis es muy caro y hay muchos chicos talentosos que no tienen recursos”. Halep, aquella tenista que se quedó sin patrocinador (no le gustaba la ropa que le confeccionaba e imponía Adidas) y no dudó en presentarse en el Open de Australia con 20 vestidos iguales de AliExpress, sin marca ni estampados, que ella misma había elegido. Los lució desde primera ronda hasta la final, aquella de una exigencia tremenda por el calor en 2018 que terminó con la rumana dos días en el hospital por lo vacía que se había quedado tras el duelo que se llevó la polaca.

Para esta temporada comparte dos objetivos por igual. Recuperar posiciones privilegiadas en el ranking y volver a levantar un título de Grand Slam. Para ello, ha cambiado de entrenador y ha iniciado una relación con Patrick Mouratoglou. En la temporada se tendrá que quitar una espina. La de no conseguir medalla en los Juegos Olímpicos el verano pasado en su gran oportunidad. No pudo competir. No estuvo por lesión. Y es que el dolor es doble, porque el Comité Olímpico y Deportivo de Rumanía nombró en 2019 a la tenista su abanderada para los Juegos de 2020, pero esa situación nunca se pudo dar por los problemas físicos. Considerada la mejor deportista de la historia del país, junto a Nadia Comaneci y Hagi, nunca pudo llevar finalmente la bandera de su país en la capital nipona.

Ídolo de masas allí donde va, su popularidad no se puede comparar al de otras leyendas recientes como Sharapova o las hermanas Williams, pero Halep suele poblar las gradas de todo el mundo de banderas rumanas. No es que haya calado su imagen en el ojo extranjero, sino que más bien son sus compatriotas los que van siguiéndola por todo el globo, una situación fácilmente visible en los cuatro Grand Slam y en el torneo de Madrid, donde ha sido campeona en dos ocasiones y ha jugado otras dos finales. Condecorada con la máxima distinción de su país por el presidente, la Orden Nacional de la Estrella Rumana en Rango de Caballero, es la máxima heroína y el mayor orgullo de sus compatriotas.

La rumana acaba de cumplir 30 años, la edad a la que siempre dijo se quería retirar. Un pensamiento que dijo haber reforzado durante la pandemia. El reciente cambio de entrenador invita a pensar que aún le queda algo de cuerda. Tras un inicio de temporada turbulento, ha ganado 17 partidos y ha perdido cuatro. Ha levantado ya un título y ha recuperado grandes sensaciones, pero una nueva lesión le hizo bajarse de Indian Wells hace solo un mes. Ha reaparecido esta semana en Madrid, la que considera su casa, a un nivel soberbio, reflejado en la aplastante victoria sobre Paula Badosa, pero echando en falta quizás algo de ritmo y cayendo fácil en cuartos de final ante Jabeur. Ahora llega Roma, allí donde ganó en 2020, con ansias de seguir recuperando ritmo para terminar la temporada de tierra conquistando Roland Garros, allí donde ha jugado tres finales. “¿Mi objetivo? Ganar todos los torneos que juegue, pero yendo partido a partido”.

Imagen de cabecera: Getty Images

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