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Valencia

El poso de Voro

En tiempos de crisis, dejar la suerte de los tuyos en manos de personas ajenas a un sentimiento común es, cuanto menos, inapropiado. Vender sueños gratuitos… mucho más que una irresponsabilidad. El Valencia hace tiempo que perdió su esencia. Justamente el día que Peter Lim puso su capital -que no su tiempo y dedicación- en una institución centenaria con una masa social a la altura de un equipo de Champions. Precisamente esta última fue la palabra maldita que sirvió de pretexto para enajenar a una afición a la que sus propietarios han ninguneado indiscriminadamente desde que aterrizaron. Nuno, Gary Neville, Paco Ayestarán o Cesare Prandelli. Todos fracasaron en diferente medida ante la desorientada mirada de Suso García Pitarch, quien tan solo dimitió cuando asumió, al fin, que el Valencia está muy por encima de todos aquellos que le han llevado al borde del abismo. El edificio está agrietado por la cúpula. Nunca ha sido un problema de entrenadores. El mejor ejemplo: Voro. Historia viva del conjunto che. Un hombre de club. Con mayúsculas. Un héroe silencioso.

Voro ha sido el encargado de apagar todos y cada uno de los fuegos que dejaron prendidos sus antecesores recientes. Unos por ineptitud, otros por falta de tiempo y otros porque directamente salieron corriendo a las primeras de cambio. Y aun así, todavía se le trata como un mero parche desde dentro del club. O esa es la percepción que se proyecta al exterior a pesar de que se le ha ratificado hasta final de temporada. Voro late valencianismo. Es valencianista hasta la médula. Nació en L’Alcúdia y se zafó como defensa, durante ocho temporadas, junto a otros mitos como Giner o Camarasa, por los colores que porta en el pecho cada vez que se sienta en el banquillo del club de su vida. Voro es al Valencia lo que el Valencia debería ser a Voro. Pero parece que el respeto hacia su figura solo viene desde los que sienten al club como algo propio. Su gente. La hinchada del Valencia. Con eso seguro que le es suficiente, pero en la retina quedan sus estremecedoras plegarias a principios de la presente campaña, en rueda de prensa, casi a modo de súplica, cuando entrenador tras entrenador, y con unos resultados objetivamente espectaculares, vio cómo le adelantaban por la derecha nombres y no hombres. Ahora, con el Valencia con el agua al cuello, por fin parece que ha llegado su oportunidad. Justo ahora. Estaba claro. Será fácil tacharle de entrenador interino si vienen mal dadas. Tiempo al tiempo.

El Valencia tiene serios problemas. Eso es obvio e indudable. Pero la sensación es que ya ha reparado su mayor fisura. Con Voro, el equipo comienza a desentumecerse, las piernas pesan menos y los jugadores empiezan a demostrar que el rendimiento anterior estaba estrechamente influenciado por las injerencias extradeportivas. El desgaste de la afición tras años de sufrimiento ha dejado paso a la calma que transmite Voro. Un técnico con poso. Que tranquiliza. Capaz de acallar relativamente todo el ruido exterior y darle a cada uno de sus jugadores el cariño que necesita para que saquen todo su potencial. Miren a Carlos Soler. Un retoño criado en Mestalla, sin experiencia en Primera, que rinde a un nivel espectacular en una situación límite. Mérito de Voro. El Valencianismo ya ha sufrido lo indecible. Vendrán momentos de bonanza. Seguro. Y el tiempo pondrá a cada uno en su sitio. Seguro. Peter Lim tiene todo el poder y solo una oferta desorbitada le hará desprenderse del Valencia. Para eso queda mucho. Nadie va a venir ahora con la chequera por delante. Mientras tanto, el valencianismo está en buenas manos. Con uno de los suyos. Sangre de su sangre. Respeto.

 

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