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El bádminton en el escaparate

La delegación española rumbo a los Juegos Olímpicos de Tokio ha perdido, probablemente, a su deportista más mediática. A la que levanta más pasiones. A la que consigue hacer de un deporte olvidado en España un espectáculo digno de ver y disfrutar.

En realidad, la inclusión de bádminton en el programa olímpico se le debe precisamente a un español. El legendario presidente del COI, Juan Antonio Samaranch, recorrió Asia asistiendo a diferentes campeonatos y fue invitado al Mundial de Copenhague en 1983, de donde salió totalmente fascinado. Tras ser un deporte de exhibición en las dos anteriores ediciones, Samaranch consiguió llevar a casa, a Barcelona 1992, el volante y la raqueta tan característica. Y pese a que el bádminton no estaba ni mucho menos desarrollado en nuestro país, un trabajo exhaustivo de dos años llevó a un hombre y una mujer (ambos campeones nacionales) a ser los primeros en representar a España.

David Serrano y Esther Sanz fueron los ‘elegidos’. Es más curioso el caso de la malagueña, que disputó los Juegos de Barcelona sin haber cumplido la mayoría de edad (le faltaban cinco meses). Los nervios le pudieron, también la dificultad del reto y la inexperiencia. Se enfrentó a la australiana Rhonda Cator en primera ronda, y perdió. “La idea del objetivo la teníamos clara. Llegar a los Juegos. Pero llegamos al evento y pensé ‘ahora qué hago’… a mí me pudo la presión, me puse muy nerviosa.», contó en EFE hace unos años. Solo tres años después tuvo que retirarse ante la falta de medios para progresar.  Fue una de las primeras deportistas en formar parte de la Residencia Blume en Madrid,  pero los conflictos entre los entrenadores le llevaron a abandonar pronto la capital y finalmente colgar la raqueta.

Poco después de abandonar mejoró la situación, aunque España no tuvo representantes ni en Atlanta ni en Sydney. Sí en Atenas, donde Sergio Llopis se convirtió en el primero en competir en individual y en dobles (con José Antonio Crespo) en unos Juegos Olímpicos. En ambas modalidades cayeron en treintaidosavos. Cuatro años después llegó Pablo Abián, el mejor jugador masculino de nuestra breve historia (ha participado en tres Juegos Olímpicos y ha ganado un oro en Juegos Europeos) y la segunda mujer española tras Esther Sanz, una Yoana Martínez que consiguió la primera victoria olímpica para nuestro país. Curiosamente, también se enfrentó en primera ronda a una australiana, Erin Carroll, a la que venció con un contundente resultado (21-9 y 21-16).

Al contrario que Esther, Yoana ingresó en la Residencia Blume en el año 2000 y permaneció allí durante dos ciclos olímpicos consecutivos, hasta que logró la clasificación por ránking para Pekín. Estuvo a punto de no participar, porque se rompió el tendón de Aquiles y después sufrió apendicitis, quedándose siete meses fuera de las pistas. Con otra española, Lucía Povera, por delante en el ránking, Yoana tuvo que recorrer medio mundo en busca de puntos y más puntos. La guipuzcoana logró finalmente entrar en una lista de reservas, y tras mucha incertidumbre logró el ansiado billete. El objetivo era lograr al menos una victoria, y se fue a casa con los deberes más que hechos.

Por entonces, Carolina Marín tenía 15 años y se despertaba de madrugada para encender el televisor y ver a Yoana y Pablo competir en los Juegos Olímpicos, el gran sueño de la onubense. Lo cumplió solo cuatro años después, pero tuvo mala suerte en la fase de grupos, pues le tocó en el suyo a número tres del mundo y a la postre campeona (Li Xuerui). Se despidió de Londres con una victoria ante la peruana Claudia Rivero, pero entonces la ambición desmedida ya corría por sus venas. Tuvo que dejar su familia para formar parte de la Residencia Blume con apenas 14 años, y su sacrificio tuvo recompensa logrando el puesto 27º, superando con creces el puesto con el que Yoana acudió  a la edición anterior. En alguna entrevista ya le preguntaban incluso por lo que haría si ganara medalla. “Irme a una playa de Huelva y ponerme allí desnuda a bañarme con ella”, decía sin pestañear.

Cuatro años después su progresión destrozó cualquier tipo de pronóstico. “Fui a Londres con 19 años y con muy poca experiencia en competiciones absolutas. Ahora mis aspiraciones son totalmente distintas: voy a luchar por una medalla de oro», dijo a las puertas de los Juegos de Río, donde se proclamó campeona, algo impensable en el bádminton español años atrás. No entonces: Carolina ya era número uno del ránking y llegaba como la vigente campeona mundial y continental. Acabó con la supremacía asiática en un deporte que apenas contaba con poco más de 7000 licencias en España (en China, unos 100 millones de practicantes).

Pronto, aquellos tuits que escribía como adolescente (y que fueron comidilla durante demasiado tiempo) dieron paso a una posición privilegiada. Carolina no se conformó con ganar un oro y esconderse en un cajón. Vitoreada en la India (allí se comparaba con Cristiano Ronaldo), sentía que reconocía el mismo reconocimiento en su propio país, pese a lo minoritario de su deporte, muy lejos de los focos que disfrutan el fútbol, el tenis o la Fórmula 1. Carolina utilizó sus armas: además de su fuerte personalidad en la pista (sus gestos, sus gritos descontrolados) y sus constantes triunfos, se labró una imagen que hoy la coloca, probablemente, como la deportista (mujer) más conocida en el panorama nacional.

En su primera experiencia olímpica, una de las cosas que más ilusión le hacía era hacerse fotos con los famosos: Nadal, Pau Gasol, Kobe Bryant… Más de una década después, las fotos y los autógrafos se los piden a ella, es la imagen de grandes marcas y cuenta con casi 400.000 seguidores en Instagram, el triple que la abanderada Mireia Belmonte. Prueba de su capacidad para atraer a las masas es el espectacular apoyo que ha recibido desde todos los ámbitos tras haberse roto de nuevo el cruzado y no poder aspirar a defender su oro en Tokio.

Es la segunda vez que tiene que ser operada por una lesión de rodilla. Al día siguiente de la primera ya estaba entrenando con muletas. Cuando Carolina cae, prácticamente no toca el suelo. Se levanta y hace todo lo posible por acortar plazos, por volver a ser ella. Aquella primera lesión, la pandemia y la inesperada muerte de su padre le pasaron factura también en el aspecto mental. Incluso para una luchadora como ella. Reconoció en octubre de 2020 que había perdido motivación, que le costaba recuperar la ambición por ser la mejor jugadora de bádminton de la historia. El aplazamiento de los Juegos le sentó de maravilla, le dio tiempo a recuperar su identidad y regresar al cien por cien. “Más que nunca me encuentro muy preparada para afrontar estos Juegos», decía hace seis días en la recepción de Iberdrola a deportistas olímpicas y paralímpicas españolas que acudirán a Tokio. El mes pasado había conquistado su quinto título europeo. Esta vez costará levantarse más que nunca, pero estamos seguros de que Carolina lo conseguirá. Una vez más.

Mientras seguimos consternados por la noticia de su terrible lesión, una nueva oportunidad nace para Clara Azurmendi. La donostiarra (que acaba de ganar el Open de Austria) es la número 67 en el ránking y aunque no figura entre las clasificadas para Tokio (solo van 38), le beneficia que solo puedan acudir dos jugadoras por país. El 15 de este mes de junio sabremos si Clara se convierte en la cuarta mujer española de la historia en acudir a unos Juegos tras Esther, Yoana y Carolina. El bádminton español no puede quedarse sin representación femenina, ahora que Marín lo había puesto en el escaparate. Cruzamos dedos.

Imagen de cabecera: Imago

Alicante, 1991. Mi madre siempre me decía: "No sé por qué lloras por el fútbol, sino te da de comer". Desde entonces lucho por ser periodista deportivo, para vivir de mis pasiones (y llevarle un poco la contraria).

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