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Funambulismo

A algunos siempre nos han dado respeto las alturas, y con el paso de los años todo se acrecienta. Por eso, me da un vértigo enorme observar la habilidad de un funambulista entre rascacielos o paisajes de postal. Ese asombroso control, con total exactitud, del equilibrio. El Barça, como si de un acróbata se tratase, se ha puesto a andar sobre un alambre parecido y siente pánico. Va sin protección. Tiene un espacio tan limitado que cada paso es en falso y en un vacío cada vez mayor. Cuando estás en una fina cuerda todo foco apunta y si eres más flojo que la mantequilla para defender se ve a kilómetros, antes de que tu rival se dé cuenta del carril que le has dejado para trotar libre o sepa por dónde regatearte para encarar a puerta. Si no marcas, aunque acabes de llegar, cuando lleves cuatro clarísimas todos darán por supuesto que no la metes ni al arco iris. Porque la exigencia es tal que el tiempo apremia desde el primer momento, un reloj que te persigue con una guadaña en la mano. En el funambulismo, no hay margen de error. Hay que tener valor para jugar en las alturas.

El Barça de Koeman es esa mezcla llamada argamasa. De ahí que te regale una de cal y otra de arena. Frente al Levante los jóvenes Gavi y Nico estuvieron sensacionales, haciendo honor al trabajo formativo que se pone en escena en la gran pantalla cuando se da la oportunidad. De ellos se inhala el ADN y la filosofía de la metodología. Las crisis suelen ser sinónimo del descubrimiento de grandes jugadores de la casa. Y estos años son claro ejemplo para aprovecharlos extrayendo diamantes en bruto. Ansu Fati, en su lugar, desbordó ilusión por todos los costados. El barcelonismo se entusiasmó con el regreso de un jugador que parece tocado por una varita, puro descaro y talento. Pero luego llegó Lisboa, y un estadio que reúne una remembranza que provoca angustia, recordó que la construcción sigue estando en sus primeras piedras y que algunas se las pone uno mismo.

Si las áreas no pudieron exponer superioridad, tampoco lo hizo la técnica. Con una propuesta de tres centrales, colocando a Eric en la derecha y Araujo en la izquierda. Con un marcador en contra desde el minuto tres y con más jugadores por detrás del balón que por delante. Con un cambio que sacrificó a Frenkie de Jong, al jugador más participativo en la faceta ofensiva, al que sabe aparecer a la perfección desde las llegadas de segunda línea y que necesita las conducciones como el aire que respira, para alejarle de la zona de peligro y colocarle como central, además, con el riesgo que suponía. En una idea que pocos entienden y comparten, el acierto del intervencionismo y la autocrítica no estuvieron presentes.  No toques lo que funciona, cambia lo que puedas mejorar. Cuando todo es antagónico a esto y a potenciar las virtudes de tus jugadores, termina siendo funambulesco.

Al Barça le quedan cuatro partidos, pero el discurso es derrotista y ya no sabe qué poner en su maleta para viajar a un destino tan incómodo como Kiev y tan aterrador como Múnich. El desequilibrio entre la exigencia y los resultados han tensado demasiado la cuerda. Dos partidos consecutivos perdiendo en Europa, seis goles en contra y ninguno a favor. Aunque la afición se aleja cada vez más de la paciencia, la fe y las posibilidades deben permanecer para afrontar sus opciones. Sin embargo, el alambre se ha hecho demasiado estrecho y, cada vez, cuesta más dar un paso hacia adelante.

Imagen de cabecera: FC Barcelona

Editora en SpheraSports. Especialista en Scouting y análisis de juego por MBPSchool. Sport Social Media. Eventos Deportivos

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