Un ciclista de raza, de potente pedaleo, de pose sólida sobre el cuadro de la bicicleta, un porte que infunde una sola sensación: fortaleza. Un ciclista inteligente, siempre capaz de actuar de la manera más efectiva y realizando las acciones más convenientes en cada momento de la carrera, controlando los tiempos hacia el objetivo único: ganar.
Un ciclista emocional, en la derrota pero sobre todo en la victoria. El desahogo de la meta superada y el deber cumplido. Un deber marcado por los sueños, dos de los cuales ha cumplido esta primavera. Una fuerza conductora, la fe y la confianza en sus cualidades, que le han llevado al olimpo ciclista en poco tiempo. Y también a la admiración de gran parte de los espectadores.
John Degenkolb comenzó a labrarse un nombre en la Vuelta a España 2012, cuando ganó cinco etapas al sprint, si bien ya había asomado la cabeza año y medio antes con un par de triunfos en Dauphiné. Su equipo, entonces Argos -ahora Giant, cambio de patrocinador pero no de estructura-, cantera de velocistas, contaba también con Marcel Kittel. Sin embargo, a diferencia de lo ocurrido en otros casos -véase Bouhanni y Demaré en FDJ- ningún conflicto llegó a estallar. De características y objetivos diferentes, la gestión de la escuadra neerlandesa fue ejemplar.
Giro 2013. Día de perros en Matera, ciudad patrimonio UNESCO, en la desconocida montaña del sur de Italia. En el repecho final a la ciudad, una caída provoca un corte, Marco Canola, que estaba lanzando el sprint, se marcha en solitario y Degenkolb persigue durante el último kilómetro. El alemán, tras un esfuerzo ímprobo, le adelanta y alza los brazos en meta. Exhausto, solo puede bajarse de la bicicleta y tumbarse en el suelo, con las fuerzas agotadas. Un ejemplo perfecto de su actitud en carrera: darlo todo.
Ya ese año comenzó a marcar su especialización en clásicas, con los triunfos en Vattenfall en Hamburgo y en París-Tours. En 2014, llegó su primer gran triunfo en el adoquín, en Gent-Wevelgem, además de un meritorio segundo puesto en Roubaix, tras Terpstra. Las lágrimas contenidas entonces, a un paso del triunfo, solo significaban una cosa. Volvería para vencer.
Hecho. Sin Cancellara ni Boonen, la Roubaix 2015 fue una carrera tan abierta como poco propositiva, a lo que contribuyó el fuerte viento y la enorme velocidad. Degenkolb no destacaba entre los ciclistas más vigilados, entre los que se imponía Kristoff, el noruego que dominó Flandes las últimas semanas. El alemán se limitó a no equivocarse en ningún momento, no perder nunca las primeras posiciones del grupo y golpear en los dos momentos clave.
A una decena de kilómetros de meta, sin que el pavés hubiera decidido apenas nada -un grupo muy grande salió del Carrefour de l’Arbre-, saltó valientemente, en solitario tras el apoyo de su compañero De Backer, a por Van Avermaet y Lampaert, que acababan de formar el corte decisivo. El olfato no le falló y finalmente un grupo de siete se formó para decidir todo en el velódromo de Roubaix, donde Degenkolb se impuso fácilmente gracias a su velocidad.
“Cuando eres el más rápido, nadie quiere llevarte. Por eso me lancé en solitario y fue la decisión correcta en el momento adecuado” Degenkolb explicó con claridad su táctica, llevada a cabo a la perfección. “Es la carrera que siempre he soñado con ganar”. Saltó la emoción, mientras abrazaba a sus compañeros.
Lágrimas de victoria, de clasicómano puro, como las que desprendió en el podio de la Milan-Sanremo tres semanas antes. En la Clasicissima que marca el inicio de la primavera ciclista, Degenkolb supo también esperar su momento y superó poco antes del final a Kristoff, desfondado en la recta de meta. Su primer Monumento, el premio al carácter, la inteligencia y la emoción sobre la bicicleta.
Con solo 26 años, su carrera solo puede mejorar en las grandes clásicas de primavera. Cualidades posee de sobra, así como actitud. Son palabras mayores que hay que utilizar con cautela, pero en los últimos 15 años, el ciclista que más se parecía a Degenkolb ganó tres Sanremo y tres campeonatos del mundo, tenía nombre español y se llamaba Óscar Freire. De momento, Degenkolb sigue cumpliendo sus sueños.