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Daniel Norris y la vida eterna

La temporada de béisbol se acaba de terminar y es el momento del año que desea Daniel Norris, pitcher de Milwaukee Brewers, para quitarse la equipación del club y enfundarse el neopreno. En búsqueda de la vida eterna, toma el café que acaba de preparar, mientras lee a Jack Kerouac y escucha a Jack Johnson. Y entonces sí, deja atrás su furgoneta, o su casa, y se adentra en el agua en busca de las mejores olas. Ha elegido vivir así, rodeado de naturaleza, de silencio, de tranquilidad, en vez de gastar los millones que tiene en su cuenta corriente.

Cuando en 2011 Daniel Norris acababa de cumplir los 18 años, rechazó las becas deportivas que muchas universidades le brindaban y aceptó un bonus de dos millones de dólares por firmar con los Toronto Blue Jays, que le habían elegido en la segunda ronda del Draft de la MLB con el pick 74. Y donde otros veían el sueño americano repleto de dinero y una vida de excesos, Norris encontró el camino perfecto para buscar su felicidad. Gastó 10.000 dólares en comprar una camioneta Volkswagen Westfalia de 1978. Como buen surfista en búsqueda de la vida eterna, le puso nombre. Shaggy, por su afinidad con el personaje de Scooby Doo y poco a poco la fue acondicionando para vivir ahí.

Criado en Johnson City, una población asentada en las Grandes Montañas Humeantes de Tennessee, a más de 400 kilómetros del mar, en el seno de una familia cristiana, Norris conoció el mar a través de la música. Eran las canciones de Jack Johnson, muchas de ellas con historias relacionadas con el surf, las que enamoraron al jugador de unas olas que no conocía y le hacían soñar con subirse a una tabla todas las mañanas. En su infancia vivía sin lujos, casi todo el tiempo estaba practicando deportes y solía acampar en las inmediaciones de su casa como hobby. Ayudaba en la tienda de bicicletas de sus padres, un negocio familiar que había pasado ya por varias generaciones. Por eso, cuando en 2011 le pusieron de golpe dos millones en la cuenta del banco, sintió que ese dinero no era suyo y que nada había cambiado. “¿Quién soy yo para merecer esto?”, le decía a la ESPN cuando fue descubierto su modo de vida.

Porque entre 2011 y 2014, Daniel Norris no fue una persona demasiado célebre. Jugaba en las Ligas Menores, sin percibir salario mensual y tirando de aquel bonus millonario por firmar. Pero cuando su brazo izquierdo comenzó a ser cada vez más habitual en la zona de lanzamiento de los mejores estadios del país y Daniel Norris se convirtió en un reclamo público, no pudo ocultar su historia. ¿Dónde estaba todo ese dinero? Ni él mismo lo sabía. Había contratado a unos asesores para que le pasaran mensualmente algo más de 750 euros, lo justo y necesario para cubrir los gastos. Todo lo demás, en el banco, en inversiones de poco riesgo, a largo plazo, donde no podía tocarlo. Y así ha seguido siendo hasta hoy, que su cuenta corriente dice que gana algo más de dos millones al año. Porque Norris, que ha crecido como jugador (llegó a formar parte en 2018 del equipo All Star USA de la MLB), ha visto también cómo ha ido aumentando temporada tras temporada su salario.

Durante la temporada baja, es decir, cuando no hay competición, que es más o menos entre noviembre y marzo, Daniel Norris vive en su camioneta. Va de aquí para allá en busca de los mejores sitios para dormir y para hacer surf. Shaggy está totalmente equipada para llevar a cabo una vida minimalista. En ocasiones, su forma de vida ha levantado las sospechas de los directivos que le pagan. No se machaca en el gimnasio como sus iguales. No descansa en una cama cuatro veces su tamaño y no vive en una mansión con dos piscinas. “Si no fuera lanzador nos preocuparía más”, descubría su anterior presidente. En cambio, Norris se mantiene en forma durante los meses sin competición gracias al surf. No sabe si es el surf primero y luego el béisbol o viceversa. Obvio que, gracias a lo segundo, puede llevar la vida que quiere y, debido a su conservadurismo, quizás pueda vivir así el resto de sus días, con un gasto mínimo en el que apenas ha de pagar por la comida y por gasolina. En ocasiones, a la entrada de algún paraje público, se ha encontrado con organizaciones que le pedían dinero por estacionar su camioneta para dormir, por lo que no es tampoco novedad verla parada en el parking de algún Walmart. Fue un día de esos, precisamente, el que le descubrió. Alguien dio la voz de alarma porque habían visto al lanzador estrella de los Blue Jays parado en un aparcamiento viviendo como un vagabundo. “Me siento mejor siendo un poco pobre”, admite.

En 2015, justo al término de su segunda temporada en la MLB, informó que padecía cáncer de tiroides. Se lo habían dicho en abril, cuando la competición inicia, pero había decidido jugar toda la temporada con el asesoramiento médico. Entre medias, había sido traspasado a Detroit. Justo al término de la temporada, una cirugía para extirpar todo lo malo le había hecho superar la enfermedad. Aquella situación le hizo más fuerte y sentó incluso más fuerte las bases que él tiene de la vida. “Este estilo de vida es parte de lo que soy. Sé que no hay muchos que lo entiendan y no voy a cambiar solo porque la gente crea que es extraño”.

Como jugador de béisbol cree que ha tocado techo. Que está en lo máximo de su carrera y que ya no queda margen de mejora. Que se acerca a los 30 años, que la vida profesional es corta. En cambio, como surfista, ve todo un mundo por descubrir. Nuevos parajes, nuevas olas, nuevos trucos. Despertarse cada mañana en una playa diferente, dejar a un lado el café, apagar la música de Jack Johnson y dejar al lado a Kerouac y adentrarse de lleno en esa generación beat que plasmó el novelista y que Norris admira y evoca. Y para ello, los tres propósitos esenciales en su vida. Numerados. “Vivo para encontrar tres cosas”, dice: 1.- La vida eterna; 2.- La zona de bateo; 3.- Buenas olas.

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